PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ
 

DEL FÚTBOL Y OTRAS MISERIAS

Se quejan los jugadores del Baza, y con razón, de las dificultades económicas que están atravesando. Y es que los males nunca vienen solos; a la penuria deportiva que estamos viviendo día a día, viene ahora a sumarse la penuria económica. Por lo visto, el Baza, en lugar de acumular victorias, parece empeñado en acumular problemas. Ya predecían algunos, sobre todo, los que no tenían demasiado interés en el ascenso de nuestro equipo, que al Baza le iba a pasar como a tantos otros y que terminaría hundido deportiva y económicamente. Por nada del mundo quiero yo tentar la mala suerte, así que toquemos madera y confiemos en que desaparezca la miseria goleadora, que los buenos resultados acaben con los problemas económicos, como suele ocurrir y que, muy pronto nos reencontremos con la victoria, que tanta falta nos hace. Esta semana, el equipo, para no hacer mudanza en su costumbre, se trajo un empate de Almansa, que no es ni bueno ni malo, sino todo lo contrario; así que no sabemos si reír o llorar.

Parece ser que, el fútbol, que tantas alegrías nos trajo el pasado año, se ha empeñado en ofrecernos, en los últimos meses, perfiles menos agradables. Bien es verdad que estas cosas se pueden considerar gajes del oficio y hay que afrontarlas con entereza, calma y, sobre todo, confianza.

Pero, hablando de aspectos desagradables, si dejamos aparte a nuestro equipo grande y nos acercamos a las categorías de los más pequeños, podremos comprobar que en el fútbol palpitan otro tipo de miserias, no menos importantes, aunque, a priori, dé la impresión de que nos afectan bastante menos. Me refiero a las situaciones que se están produciendo, cada vez con más frecuencia y con mayor intensidad, en los partidos de fútbol de las categorías infantiles y juveniles. Se trata de otro tipo de penuria, o miseria, estrechamente relacionada con la escasez de deportividad, de educación y de saber estar.

Siempre se ha dicho que el deporte es una actividad donde el ser humano sublima su espíritu belicoso, y que, de alguna forma, los enfrentamientos deportivos sustituyen a otro tipo de enfrentamientos mucho más dañinos y peligrosos; vaya, que, en el fútbol, como en los demás deportes, se supone que los jugadores y los seguidores proyectan su instinto luchador y consumen gran parte de su ardor guerrero y de sus ansias innatas de derrotar a los semejantes. Todo ello nos induce a pensar que el deportista que lo es de verdad tendría que ser una persona especialmente pacífica y solidaria. Hasta aquí, todos de acuerdo; lo malo es cuando el deporte, en lugar de sustituir y apaciguar la violencia, lo que hace es generar violencia y, en vez de actuar de apaga fuegos, se convierte en un lanzallamas. Y lo peor de todo, cuando en las categorías inferiores, donde se supone que los pequeños juegan y se forman como deportistas y como personas, resulta que los papás no saben comportarse ni como deportistas ni como personas y se dedican a insultar, a provocar altercados y a hacer el energúmeno. Poco importa de donde sea la gente; es igual, en todos sitios cuecen habas. Aunque, a mí, no sé si será por la pasión de defender lo nuestro, me da la impresión de que nosotros, al lado de otras gentes, somos delicados y tiernos corderillos; por lo menos, a mí me lo parece y, si en realidad es así, mejor para nosotros. Pero bueno, estamos haciendo consideraciones generales y no procede entrar en detalles ni más referencias locales. Lo que importa, en definitiva, es que se ponga freno a este desmadre (o en lugar de desmadre, a lo mejor tendríamos que decir “despadre”), y se acabe con estas vergonzosas situaciones. Fíjense que, haceunos días, me contaban que un papá arengaba a su niño, que había sido derribado en uno de los lances del juego, a que agrediera a su contrincante, y le gritaba desde la grada: “¡Mátalo, mátalo!” No sé que pensarán ustedes, pero a mí me parece terrible.

Tampoco quiero yo cargar las tintas y desbordarme en estas consideraciones. Ya sabemos que, en el fútbol, son normales los entusiasmos y las decepciones, incluso el apasionamiento y los gritos, que uno no va al campo como si fuera de ejercicios espirituales; también sabemos que, en estos casos, la mayoría de la gente sabe comportarse y que sólo unos cuantos son los que dan la nota, pero esa nota es tan inoportuna y tan disonante que se convierte en todo un canto a la imprudencia y al desatino. Por otra parte, el fútbol y los demás deportes no tienen culpa de nada; son actividades nobles y elegantes, hasta que llegan determinadas personas y las contaminan con intereses y actitudes poco o nada recomendables. Precisamente por eso, la situación me parece mucho más delicada en estas categorías infantiles y juveniles, en las que el deporte debería subsistir en estado puro, lejos de las ambiciones y de los rifirrafes de las categorías profesionales. También es verdad que algunos padres albergan el fantástico sueño de que su retoño se convierta en un futbolero galácticoque los libere de la dura vulgaridad y los colme de dinero y de gloria; incluso, hay algunos que utilizan a sus propios hijos para proyectar en ellos sus ilusiones y frustraciones personales. Si quieren soñar, pues que sueñen todo lo que quieran, pero que no olviden que los niños tienen, ante todo, que aprender a serpersonas, que lo de triunfar en el fútbol no deja de ser un sueño muy remoto que solamente alguno, o ninguno, logrará alcanzar; y que el día de mañana, con la cruda realidad de la vida, está ahí, ineludiblemente, para todos.

A veces, con estas cosas del fútbol, se pierde uno en un mar de confusiones. Ahora bien, si con los empates del Baza no sabemos si reír o llorar, con el deplorable comportamiento de algunos mayores en los partidos de los pequeños, lo tenemos muy claro: para hartarse de llorar. Tarjeta roja directa y pérdida de la categoría, si es que tienen alguna.