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Una sección de Francisco Arias
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CUESTIÓN DE SEMÁNTICA

Todos los expertos reconocen que el estudio del significado de las palabras es una de las parcelas más complicadas de la Lingüística. Es frecuente, por ejemplo, que algunas palabras, con el paso del tiempo y, sobre todo, con el uso intensivo y diverso que se hace de ellas, alteren su significado; esa alteración, que se denomina cambio semántico, generalmente se produce por motivos históricos, sociales, psicológicos o políticos. Así, nos encontramos con palabras que, a lo largo de la historia cambian su significado, o lo que es más frecuente, amplían su extensión significativa para incluir significados que antes no tenían, como le ocurrió a la palabra “pluma”, a la palabra “servicio”, o como le está ocurriendo últimamente, o le tendrá que ocurrir, a la palabra “matrimonio”, todo ello para dar cabida a nuevas realidades o situaciones e incluirlas dentro de sus valores significativos.

Ciertamente, el significado de las palabras ha dado y dará mucho que hablar, especialmente el de aquellas palabras que significan actitudes y comportamientos, y las que se refieren a ideas y principios. Hay ocasiones en que se hacen juegos malabares con sus valores semánticos para defender determinados intereses: piensen, si no, en las múltiples y variadas interpretaciones que se dan a palabras como “moral”, “responsabilidad”, “robar”, “cultura”, “patria”, “familia”, etc., etc. Por lo tanto, no nos podemos extrañar de las aventuras semánticas que está viviendo en estos últimos meses, y aún más, en estos últimos días, la palabra “nación”. En principio, parece no estar muy claro cuál es el fenómeno que le está afectando, si será un cambio semántico, una especialización semántica, o un expolio de significado. Antes de opinar, me he querido asegurar de su significado oficial, y según el diccionario de la RAE, se entiende por nación el “conjunto de los habitantes de un país regido por el mismo gobierno”. Y también: “conjunto de personas de un mismo origen y que generalmente hablan un mismo idioma y tienen una tradición común”. El diccionario añade un tercer significado que dice: “en el régimen federal, porción de territorio cuyos habitantes se rigen por leyes propias, aunque estén sometidos en ciertos asuntos a las decisiones del gobierno de un estado”. Pues, ahí verán ustedes: en principio, según las dos primeras definiciones, no existe ningún problema en llamar naciones a las Comunidades Autónomas, sobre todo, si dejamos muy claro que el tener una lengua diferente no es condición indispensable, ni muchísimo menos, pues, si así fuera, no podrían ser naciones independientes los países hispanoamericanos, ya que, si aplicamos ese criterio, todos los que hablan el castellano tendrían que pertenecer al estado español, lo cual es absurdo. Por lo tanto, si el hecho de tener una lengua diferente ni cuenta ni puede contar nunca, como es evidente, ¿quién puede negar que las comunidades autónomas actuales son un conjunto de personas de un país bajo el gobierno autonómico? Lo de un mismo origen, es una cuestión bastante complicada; que me cuenten, si no, quién y dónde lo puede tener claro. Y lo de la tradición común es algo que salta a la vista y que ni siquiera precisa demostración. Pero es que, aun pensando en el caso más extremo, según esta interpretación, es decir, si nos atenemos al tercer significado de la palabra “nación”, que habla de un régimen federal, tampoco sería nada del otro mundo. Personalmente, ni me imagino a España de esa manera, pero si, en un momento dado, fuese la opinión y el deseo de la mayoría, habría que aceptarla, que tampoco sería el fin del mundo, aunque fuera el fin de España.

Sin embargo, tenemos que tranquilizarnos, especialmente, si, como es natural, confiamos en las promesas de nuestros gobernantes, que juran y perjuran que el reconocer como nación a una comunidad autónoma no va a afectar para nada a la integridad y la unidad del estado español… ¿Por qué entonces tenemos que preocuparnos?... Pues, miren ustedes, yo me preocupo precisamente por eso. Vamos a ver, si la denominación de nación, según su contenido semántico, según todo lo que hemos dicho y según la firme promesa del Gobierno, no va a tener ninguna repercusión negativa en la integridad de España, pues ¿qué problema hay, entonces, en que también se aplique esta denominación a Andalucía?... ¿Por qué se inventan eufemismos absurdos, como “realidad nacional” para negarnos ese reconocimiento? Pues por eso, porque detrás de las palabras están las actitudes y los comportamientos, y porque, si después de todo, se aplica el término nación a las demás comunidades autónomas, las cosas se quedarían igual que están, sólo que con un nombre diferente; asistiríamos, sencillamente, al cambio semántico del término “nación”. Y por lo visto, la intención no es provocar un simple cambio de significado, sino que se trata, más bien, de una peligrosa manipulación semántica. Parece evidente que lo que se quiere evitar es que una misma denominación para todos obligue, posteriormente, a un mismo trato y a unas mismas obligaciones y derechos.

Yo, qué quieren que les diga; si “comunidad”, comunidad; si “nación”, nación; si “realidad nacional”, realidad nacional; si “estado federal”, estado federal. Pero, como dicen los capataces de trono en nuestra tierra: “¡Todos por igual!”. Y de ninguna manera deberíamos aceptar un trato discriminatorio en Andalucía. Una vez descartado, por absurdo, el requisito de una lengua diferente, reunimos tantas o más características que los demás para considerarnos una nación. Es verdad que los andaluces tenemos un modo muy particular de ver estas cosas, pero, dadas las circunstancias, está muy claro que nosotros tenemos que ser también una nación; en el preámbulo, en el epílogo, o donde sea, pero siempre igual que los demás. Una nación de ésas que no van a atentar, en absoluto, contra la unidad nacional; de ésas que no van a suponer ningún tipo de injusticia ni marginación; de esas que van a contribuir a una mayor cohesión y a una mejor convivencia entre las distintas comunidades de España; de ésas que nos van a empujar a todos a sentirnos más solidarios, más españoles, más patriotas… ¿Por qué tenemos que renunciar los andaluces a tan grandes y pingües beneficios? Pues lo dicho, todos por igual, o rompemos la baraja. No olvidemos que, en las palabras, habitan las ideas, y que las ideas son las que organizan la realidad, las que dirigen nuestras vidas y, en definitiva, las que mueven el mundo.