PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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MAYAS

Llegó el mes de mayo y, sin pérdida de tiempo, en la mañana del día uno, reapareció en nuestras calles la que posiblemente sea nuestra tradición más antigua y peculiar: las mayas. Parece inevitable, cuando uno ve una de esas estampas, volver la mirada al pasado y acariciar viejos recuerdos infantiles, cuando nosotros hacíamos lo propio para conseguir unas monedas. En una especie de miniconcurso espontáneo, se elegía a la niña más apropiada para representar el candor y la belleza de la primavera. Aunque, a veces, había candidatas que se imponían por su mayor poder de convicción, o porque su mamá o su abuela había prestado el velo, el mantel o la sábana que serviría de vestimenta, o porque traían mayor cantidad de flores para el ornato. En determinados casos, ya se empezaban a notar las manipulaciones y tráfico de influencias en este tipo de concursos. Una vez elegida la protagonista, de forma más o menos democrática, ésta se sentaba en un tranco, y se la coronaba y adornaba toda de flores, y se llenaba de pétalos y ramas verdes su largo ropaje blanco que, a modo de amplia túnica, colgaba del cuello y caía sobre la acera como cascada primaveral. Terminado el montaje, el grupo de niños y niñas participantes peinaban la zona, al asalto de los transeúntes, con la típica demanda:

-Una pesetica “pa” la maya.

Y así hasta que se cansaba la reina primaveral o se consideraba haber reunido las suficientes pesetillas para cromos y caramelos.

Algunos piensan que la costumbre de las mayas es de origen escandinavo, que, digo yo, que qué hace una tradición tan lejana aquí, en una tierra como la nuestra, aunque, claro, no podemos olvidar que el mundo es un pañuelo. Es verdad que también podría estar enraizada en celebraciones mucho más mediterráneas, como la fiesta de la primavera, y que la tierna y virginal maya, colmada de flores, sea la representación de la diosa Venus, reina de la primavera, del amor y de la vida. Precisamente, para cristianizar estas celebraciones paganas se instauró la fiesta de la Cruz. Y miren por donde, nuestra ciudad, siempre abierta y conciliadora, ha tenido el singular acierto de conservar ambas tradiciones con la más elegante y ejemplar armonía. Sea como fuere, lo que está claro es que lo de las mayas es una tradición antiquísima, cuyos orígenes se pierden en el tiempo y que tenemos la suerte de que haya llegado hasta nuestros días. También es verdad, que con el paso de los años, las cosas han cambiado bastante.

La primera diferencia salta a la vista; la situación económica y, sobre todo, el cambio de moneda, hace tiempo que desterraron lo de la “pesetica”. Ahora que el “eurico” sería osado y el “centimico” se queda corto, parece que los pequeños se han decidido por un “dame algo “pa” la maya”, dejando lo demás a la voluntad del donante.

El segundo cambio, mucho más significativo, es que hoy, lo mismo te puedes encontrar con una maya que con un mayo. Así me ocurrió a mí ayer, que habían vestido de mayo a un zanguango, ya tallúo; estaba digno con su cara de pillastre, sombreada ya de bozo, coronado de rosas y con un clavel en cada oreja, allí plantado, con un trapo blanco atado al cuello, mismamente como si estuviera sentado en una barbería. Cuando me pidieron para la maya y reparé en él, me dije: “¡Qué maya ni mayo!... Si de lo que dan ganas es de darle dos brochazos y afeitarle el bigote!...”

Y pensé que no era muy apropiado elegir como representación de la diosa Venus al primer zambulgón que dobla la esquina. Luego reflexioné y me conformé pensando que esto podría ser una consecuencia de que la igualdad de género está calando con fuerza entre los más pequeños. Lo digo en serio; probablemente las niñas ya no se sienten tan inclinadas a los puestos decorativos y prefieren encargarse de otros menesteres más dinámicos, como recaudar fondos para la maya, al tiempo que los niños no se avergüenzan de hacer de reina de la primavera. Algo es algo. Ojalá sigan así cuando crezcan.

Claro que, en cuanto a defectos de forma en el cumplimiento de la tradición de las mayas, cosas mayores hemos visto en esta Baza nuestra. No es la primera vez que me he encontrado, supongo que ustedes también, con un perro vestido de maya, muy quieto el animal, totalmente concentrado en su papel, con diadema de flores y la mirada fija en el infinito. Y es que, según parece, en esto de sacar un dinerillo, lo único que importa es el “cuánto”, importa muy poco el “cuándo” y absolutamente nada, el “cómo”.

Pero bueno, con mayas o mayos, en definitiva, lo verdaderamente importante es que la tradición no se pierda. Para fortalecerla, lo mismo resultaba interesante, por ejemplo, convocar algún día un concurso de mayas. Lo del perro, me parece demasiado. Cosa distinta sería si se tratara de un simio. Digo yo.