PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
Para remitir sus comentarios, clique AQUÍ

EL GRAN BOTELLÓN


         Andan las fuerzas de orden muy atareadas, sobre todo en las grandes ciudades, persiguiendo y multando a los jóvenes botelloneros de aquí para allá, y éstos, escabulléndose con sus bolsas por las calles y plazas, buscando cobijo para beber, gritar y mear en paz.

         Y es que el fenómeno del botellón se está poniendo cada vez más complicado. A ver quién le pone el cascabel al gato; si los ayuntamientos se muestran permisivos, se encuentran con los vecinos en pie de guerra, y con razón; y, encima, la oposición machaca a los gobernantes. Y, si toman medidas severas, no están garantizados los buenos resultados y la oposición también machaca a los gobernantes.

         Claro que la lucha de los ayuntamientos con el botellón, no es más que la punta del iceberg. Con este asunto nos está pasando como casi siempre, que queremos controlar los efectos sin atajar las causas y, de ese modo, siempre estamos en el punto de partida. En mi opinión, los principales responsables de los botellones no son los jóvenes. Ellos actúan, al fin y al cabo, como les hemos enseñado; es decir, que son consecuentes con los principios del mínimo esfuerzo, de la vida cómoda y placentera, de hacer en cada momento lo que más les apetece y, sobre todo, de pasarlo bien; qué digo bien, de pasarlo extraordinariamente bien, por encima de todo. A eso los hemos acostumbrado. Bueno, qué les voy a contar, si quizás  algo así nos está ocurriendo también a los adultos, aunque en menor escala. Díganme si no es cierto que nos entregamos cada día con mayor intensidad a las fiestas, a la diversión; si no vivimos soñando con los fines de semana… como si lo único que llenara nuestras vidas fuera el divertimento. Y puede que en realidad sea así. Me pregunto si la pérdida de tantos y tantos valores, el abandono de otras ilusiones y objetivos más profundos no nos están induciendo a  convertir esta trivial y alocada vida nuestra en un gran botellón.

         Por supuesto, no deseo hacer una crítica pesimista y, mucho menos, altanera. Por suerte, no todo el mundo es igual. Además, a todos nos gusta pasarlo bien y la diversión es buena y necesaria. El problema surge cuando diversión se identifica con juerga desmedida, con desmadre, con alcohol, y, sobre todo, cuando la convertimos en un instrumento para romper con la vida cotidiana, en una droga a la que nos entregamos para olvidarnos del trabajo, de los problemas y de todo aquello que no nos gusta demasiado. Así que imagínense esta actitud, en el caso de los jóvenes, acostumbrados a la vida fácil y cómoda, y empujados, por su edad, a tomar la romana por lo mayor…

         Y claro, cuando ya las aguas se han desbordado, a ver quién las detiene y las encauza. La verdad es que resulta muy difícil, si no imposible, controlar a la sociedad y mantener el orden, usando como únicas armas la fuerza y la represión. Con ellas sólo pueden conseguirse soluciones provisionales e inestables. Por eso me parece muy penoso el espectáculo de la policía persiguiendo a millares de jóvenes, en una especie de carrera nocturna antibotellón, sin que, probablemente, se solucione nada. Y si, en el mejor de los casos, se lograra reprimir la costumbre del botellón, otras cosas se inventarían y otros nuevos problemas nos encontraríamos. Es evidente, por lo tanto, que las únicas medidas eficaces para este tipo de conflictos son las disuasorias, la formación y la educación. Y como esa no es tarea que se haga y surta efecto en un día ni en dos, más nos vale empezar cuanto antes.

         Por otra parte, ya que, por culpa de unos y otros, hemos llegado hasta aquí, a mí me parece que lo fundamental para tratar de mitigar el problema es la toma de conciencia y la intervención de los padres. En este asunto, poco pueden hacer los ayuntamientos y las fuerzas de orden; ni siquiera los centros de enseñanza. Quienes sí tienen una responsabilidad primordial son los padres y las madres. No cabe la menor duda de que hacemos una irresponsable dejación de nuestras obligaciones si no nos preocupamos de dónde y cómo se divierten nuestros hijos. A todos nos puede pasar; por ignorancia, por dejadez, o por exceso de confianza; pero, la verdad es que hay muchas ocasiones en que da la impresión de que algunos padres, si no ven a los hijos, les da igual que beban más o menos, que molesten a todo el mundo, que se comporten de un modo incívico… Quién sabe, quizás, a pesar de todo, el tema de las multas surta algún efecto. Cuando les lleguen las sanciones a la casa y tengan que rascarse el bolsillo, puede que empiecen a preocuparse de las andanzas y diversiones de sus retoños. Y es que, en este mundo insensible de hoy, cuando de verdad nos ponemos la mano en el pecho, está claro que lo primero que sentimos es… la cartera. Por algo se suele guardar en el bolsillo interior de la chaqueta.  

         Bueno, a lo peor, les ha dado la impresión de que me he pasado en mis apreciaciones y de que he sido demasiado tajante. Por si acaso, quiero terminar insistiendo en que me parece magnífico que la gente se divierta, especialmente los jóvenes, que están en el mejor momento de la vida para pasarlo bien. También quiero dejar muy claro que conozco y aprecio los muchos valores de la juventud, y que me consta que son muy numerosos los jóvenes que escapan de la vulgaridad e intentan buscar nuevos horizontes, la mayoría de ellos lejos de los inconvenientes del botellón. Después de todo, lo único que hay que hacer en este sentido es conjugar la diversión con los derechos de los demás, con la responsabilidad, con el civismo y con la moderación. Tampoco es pedir demasiado, ¿no les parece? Pues nada, lo dicho: a divertirse; que ustedes lo pasen bien, y hasta la semana que viene.