PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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SITUACIÓN INSOSTENIBLE

 

En estos últimos años estamos asistiendo, con cierta extrañeza y mayor preocupación, a un evidente desajuste de las condiciones climáticas, y comprobamos que los fenómenos atmosféricos nos parecen cada día más fenómenos y más impropios de estas latitudes. Tras largos y pertinaces periodos de sequía, por ejemplo, sufrimos intensas lluvias y tremendas inundaciones; los inviernos ya no son lo que eran, y hasta los tornados, tal vez confundidos, comienzan a visitarnos, creyendo que somos un paraíso tropical o algo así. Y lo peor de todo es que, según afirman los científicos, esto no es nada para lo que nos espera si siguen subiendo las temperaturas y continúa fundiéndose el hielo polar; se inundarán grandes extensiones de la tierra, mientras otras se convertirán en inhóspitos desiertos. Y España será una de las zonas más afectadas del planeta… Vaya, que las cosas no están como para tomárselas a broma.

Y el caso es que todos estos desastres están siendo provocados principalmente por nuestra mala cabeza y, sobre todo, por el poco o nulo respeto que el ser humano está demostrando con el medioambiente. Si les digo la verdad, yo siempre había confiado en que la inteligencia humana no cometería el error de dejarse arrastrar por sus peores tendencias hasta el punto de destrozar la naturaleza, de destruir el planeta y arruinar las condiciones de vida del ser humano sobre la tierra; y tenía la remota esperanza de que muchos de los avisos y amenazas sobre el cambio climático eran en gran parte consecuencia del exceso de celo de algunos ecologistas. Pero a la vista está que no es así; el cambio lo tenemos ya a la vuelta de la esquina y sus primeros efectos se están dejando notar sin que, por lo visto, les prestemos una especial atención.

Es verdad que, en esta tarea de la conservación de la naturaleza, todos somos responsables y que todos estamos obligados a poner de nuestra parte, pero no es menos cierto que los que tienen en sus manos la posibilidad de frenar este deterioro son los gobiernos de las naciones, que se supone tienen la máxima obligación, además de las competencias y los medios necesarios para atajar la contaminación.

Uno puede pensar, pues, en buena lógica, que los grandes políticos no van a ser tan tontos ni tan malvados para permitir semejante desatino, pero claro, no hay que confundir la gimnasia con la magnesia. Estamos hablando de políticos y, por lo tanto, sus horizontes no son, generalmente, demasiado lejanos; todas sus ideas e intenciones suelen estar totalmente sometidas al objetivo, primero y fundamental, de mantenerse en el poder y de ganar las próximas elecciones. En consecuencia, la percepción del tiempo y el punto de mira de los gobernantes casi nunca llegan más allá de cuatro años. ¿Cómo vamos a esperar que les inquiete lo que puede ocurrir en tiempos tan alejados de sus proyectos políticos?... Por supuesto que no debemos generalizar; habrá honrosas excepciones que posiblemente vendrán a confirmar la regla. Además, seguramente no se trata de que no les importe, sino de que no caben en sus programas este tipo de preocupaciones; lo más probable es que, si tomaran medidas para la protección de la naturaleza a largo plazo, dichas medidas podrían no ser bien interpretadas, los beneficios económicos de los más poderosos se verían perjudicados, y muchos de los votantes se sentirían afectados, con el consiguiente fracaso y descalabro electoral que todo ello supondría.

Ciertamente, si se dice que la democracia es el menos malo de los sistemas de gobierno, es precisamente por eso, porque lo que la hace especialmente noble, que es el hecho de respetar la decisión de la voluntad popular, se puede convertir al mismo tiempo en su principal inconveniente; es decir, el voto futuro de los gobernados puede llegar a obsesionar a los gobernantes y a condicionar totalmente su actuación. Esta situación, que podríamos llamar la obsesión de las urnas, se convierte en una penosa carga para la vida social y política. Como es lógico, esa obsesión se hace especialmente patente cuando los políticos anteponen a cualquier otra cosa el llegar al poder y mantenerse en él; y no digamos si, además, se enredan en la espiral de ambición y desvergüenza que hoy nos envuelve… Y por el contrario, la esclavitud de las urnas será menos determinante cuanto mayor sea la honestidad y la calidad humana de los gobernantes.

Confiemos, pues, en que entre todos podamos reunir la honradez y la sensatez suficientes para acabar con las irresponsabilidades, abusos y corruptelas que nos han conducido a esta situación actual, absolutamente insostenible, tanto por la degradación del medio natural como por otro tipo de degradaciones. De ese modo, aparte de solucionar grandes problemas, podríamos frenar los disparates que están provocando el cambio climático y, al mismo tiempo, conseguiríamos que la democracia dejara de ser considerada el menos malo, para convertirse en el mejor de los sistemas de gobierno.