PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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LA LETRA, SIN SANGRE

Las cosas están cambiando tanto que vamos a tener que volver del revés hasta los refranes; antiguamente, cuando los maestros tenían costumbres más primitivas y la pedagogía era algo más ruda, se decía: “la letra con sangre entra”. Luego, cada maestrillo fue dejando su librillo y su vara, o su regla, que era algo más delicada, pero también arreaba; y se perdieron, afortunadamente, los palos en la enseñanza. La verdad es que cada vez nos cuesta más a los docentes que entren en los alumnos las letras… y las ciencias, que todo hay que decirlo; pero eso sí, a poco que nos descuidemos, como siga esta dinámica de agresiones, tendremos que darle la vuelta al refrán y decir que “la letra con sangre se enseña”, ya que cada día son más los maestros y profesores que sufren la violencia en sus propias carnes. No llegará la sangre al río, pero la gravedad de la situación clama al cielo; aunque tampoco sabemos si llegará hasta el cielo la voz indignada de los docentes o se perderá mucho antes.

El caso es que parece que estamos jugando a eso del mundo al revés. Ahora los hijos amenazan y pegan a los padres, y si se presenta, no tienen inconveniente en apalear a los maestros. Claro que, pensándolo bien, la violencia en los centros educativos no es más que una muestra más de la violencia que impera en todos los ámbitos de nuestra sociedad. Tanto es así que tenemos que ir clasificando los distintos tipos de violencia, y les damos nombres ingleses como mobbing, bullying, etc., (no sé si se habrá encontrado ya alguna palabreja para denominar las agresiones a los docentes). Y está bien que se analicen todos estos casos y que se les intente poner freno, afrontando cada uno de ellos con métodos específicos. Sin embargo, a mí me parece que, por muchos planes y campañas que se inventen, difícilmente se conseguirá acabar con la violencia; ni la escolar, ni las otras. Se podrán reprimir o controlar determinados casos, pero no se encontrará la solución adecuada hasta que no se afronte la causa primera y fundamental, que radica en la deficiente o nula educación en valores y la educación permisiva que los niños reciben en la casa. No digo yo que para educar haya que recurrir al castigo físico, pero de ahí a que se permita y se consienta todo hay una gran diferencia. Vamos cediendo cada día; primero en pequeños detalles, luego en cosas más importantes, y terminan los niños haciendo lo que les apetece en cada momento. Cuando se van haciendo mayores, recurren a lo que sea para salirse con la suya y para quedar por encima de quien se presente.

Sirva como ejemplo una escena que observé hace unos días en el instituto; es una simple anécdota, pero refleja fielmente la actitud de la mayoría de los pequeños y jóvenes de hoy. Un grupo de niños jugaba durante el recreo, en las pistas deportivas, ensayando tiros de baloncesto con cuatro o cinco balones. Al final, sólo lanzaban con un balón, pues los otros se les habían ido un poco lejos y ningún chaval se molestaba en ir a por ellos (seguramente, era demasiado trabajo). Cuando sonó la sirena para volver a clase, todos se dispusieron a abandonar el patio, pero, eso sí, sin recoger los balones. Un profesor les pidió que los recogieran. Todos se negaban, aduciendo con ese erróneo y egoísta sentido de la justicia que suelen tener los niños maleducados: “que si yo no he sido, que si aquel balón se le ha ido a fulano, que si por qué tengo que ir yo”… Al final, el profesor tuvo que ponerse bien serio y ordenó con toda firmeza a los dos niños que estaban más cerca que recogieran los balones; éstos, al fin, obedecieron refunfuñando, casi con las lágrimas en los ojos, como si se sintieran tremendamente ofendidos y humillados. Analizando esta actitud, me di cuenta de que los niños no se negaban a recoger los balones por pereza, ya que no cesaban de jugar y correr, sino por orgullo. Están tan mal acostumbrados que piensan que la actitud de servicio y el ayudar a los demás es algo degradante y humillante para ellos. Éstos son detalles aparentemente sin importancia, pero dejan patente el tipo de educación que suelen recibir los chicos de hoy, habituados a no molestarse y a nos sacrificarse por nada ni por nadie. Y si encima se acostumbran a conseguir las cosas por la fuerza, y no tienen el más mínimo sentido del respeto, pues a ver cómo queremos que se comporten. Muchos de ellos practicarán todos los tipos de violencia que se pongan a su alcance. Y suerte tendremos si los padres de los niños que recogieron los balones no van al instituto a protestar porque sus hijos han sido humillados delante de los compañeros… Otras cosas habría más lejos.

Bueno, y menos mal que aquí, en Baza, por lo que yo conozco, la situación en los centros educativos no está demasiado mal todavía, ya que tenemos la suerte de que la gran mayoría de los padres y de los alumnos son gente con buenos principios. Por lo menos, hasta ahora, podemos enseñar sin sangre. Pues nada, que la suerte nos acompañe y que podamos educar por mucho tiempo a nuestro alumnado sin ningún tipo de violencia, que las letras y las ciencias, como mejor entran y como mejor se enseñan es en un ambiente de comprensión, de motivación, de trabajo y, sobre todo, de mucho respeto.