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Una sección de Francisco Arias
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DON PEDRO

En las últimas horas del año 2006 nos dejó para siempre D. Pedro Jiménez Montoya. Se trata, sin duda de una importante pérdida para todos en general y, muy especialmente, para los bastetanos. D. Pedro ha sido una de esas grandes personalidades, que, como ocurre en muchas ocasiones, se marchó, según mi apreciación, con un escaso conocimiento y, sobre todo, sin el debido reconocimiento de parte de sus paisanos. Los que han seguido su evolución personal y profesional saben que no exagero si digo que se tata de uno de los bastetanos más insignes e importantes de todos los tiempos. Por mi parte, he querido dedicarle este artículo a modo de agradecimiento y de sencillo homenaje a su persona.

Pedro Jiménez Montoya nació en Baza el día 28 de octubre de 1917. Fue uno de aquellos dieciocho alumnos de la primera promoción que iniciara sus estudios en el Instituto Local de Segunda Enseñanza de Baza, en las dependencias en las que hoy se encuentra el Ayuntamiento. Luego estudió Ciencias Exactas en Granada y Madrid, para posteriormente ejercer como docente en la Academia Santa Bárbara, centro creado en nuestra ciudad por el franciscano P. Demetrio y el mismo Pedro Jiménez. Pero las inquietudes personales le llevaron muy pronto a Madrid, donde completó su formación y se dedicó a la actividad científica. Para comprobar su importante personalidad, baste recordar que fue Doctor Ingeniero de Construcción y Coronel del Cuerpo de Ingenieros de Armamento y Construcción, y que ha sido una autoridad internacionalmente reconocida en lo que respecta a los métodos de cálculo del hormigón armado; por lo tanto, sus teorías y sus fórmulas han sido, y lo son aún, referencia obligada para profesionales y estudiantes de Arquitectura y de Caminos, tanto en España como en otros muchos países. No en vano, Pedro Jiménez ha sido colaborador del Comité Euro-Internacional del Hormigón, miembro de la Comisión Interministerial del Hormigón y miembro, también, del Departamento de Matemáticas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Ejerció como profesor de Teoría General de Estructuras, en la Escuela Politécnica Superior del Ejército. Fue director y colaborador de revistas científicas y su labor fue reconocida con premios como el “López Tienda” y el “Juan Cámpora”. Bueno, y muchos otros méritos se podrían añadir, pero considero que estos apuntes son más que suficientes para destacar la impresionante valía y la gran aportación de nuestro paisano al mundo de la ciencia y de la técnica.

Por todo ello, decía yo, que, aunque algunos de sus familiares son suficientemente conocidos y apreciados en Baza como excelentes artesanos y profesionales, sin embargo, la figura de Pedro no ha gozado, en mi opinión, del conocimiento y, sobre todo, del reconocimiento merecido entre los bastetanos. Es verdad que, hace bastantes años, la comunidad escolar del entonces Centro de Formación Profesional de Baza, se hizo eco de su brillante trayectoria y eligió su nombre para nominar el Centro, el hoy Instituto de Enseñanza Secundaria “Pedro Jiménez Montoya”. Pero este hecho, del que Pedro siempre se sintió muy orgulloso y agradecido, con ser importante, no es suficiente, creo yo, para hacerle total justicia. 

El caso es que, con todos sus méritos profesionales de investigador y docente, y con un currículo tan brillante, yo me atrevería a decir que, por encima de todo, destacan los grandes valores personales y morales de D. Pedro, o de Pedro, como le gustaba que le llamáramos. Soy consciente de que, cuando se habla de las personas después de su marcha definitiva, casi siempre se suelen sobrevalorar los aspectos positivos y exagerar todas las apreciaciones; sin embargo, en este caso, les prometo que intentaré exponer exactamente las sensaciones que experimenté el día que lo conocí. Particularmente, me impresionó su tremenda sencillez, cualidad que, como suele ocurrir, siempre es más grande y admirable cuanto más valiosas son las personas que la ostentan. Junto a la sencillez, destacaba su inmensa y delicada amabilidad. Y estas dos cualidades, unidas a su gran formación y elevados conocimientos, hacían que su compañía y sus palabras resultasen extremadamente agradables e interesantes. Nunca olvidaré el cariño con que nos recibieron en su casa y la generosa acogida que nos dispensaron, tanto él como Luisa, su mujer. Tenía Pedro, además, una exquisita sensibilidad social, que con frecuencia manifestaba preocupándose por los alumnos más necesitados y con menos recursos. Como además era muy generoso, en varias ocasiones nos comentó que él quería contribuir, en lo que permitieran sus posibilidades, para que ningún muchacho dejase de estudiar por falta de medios.

Y recordaba con gran cariño sus vivencias en nuestra tierra, y quería que le contáramos cosas de Baza, ciudad que nunca olvidó y que siempre quiso.  

Personalmente, espero que estas líneas contribuyan a que se le conozca entre nosotros un poco mejor y se valore un tanto más su persona y su obra. Y como nunca es tarde para estas cosas, también se podría pensar en algún  reconocimiento oficial, un homenaje, el nombre de una calle, o algo así. D. Pedro ya tiene en Baza un instituto con su nombre, pero, para mí que se merece mucho más.