PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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ALGO QUE CELEBRAR

La semana pasada celebramos el Día de Andalucía, esa fiesta en la que, más o menos, se enaltece el sentimiento y la identidad de la patria andaluza. Nosotros, que, por supuesto, nos sentimos totalmente andaluces, también celebramos el día con diversos actos, casi todos con la brillantez y el boato que la fecha requería, sintiéndonos partícipes de nuestro espíritu comunitario. Lógicamente, Andalucía es muy grande y, por lo tanto es imprescindible que entre sus tierras y sus gentes exista una gran diversidad: pero, como en la variedad está el gusto, pienso yo que las diferencias no tienen por qué dividirnos, sino todo lo contrario. Alguien, en determinados momentos, puede tener la impresión de que aquí, en  nuestra comarca, somos menos andaluces, o al menos, que tenemos pocas cosas en común con esa Andalucía occidental, que algunos  se empeñan en proponer como la única y auténtica Andalucía. Pues no, señores; nosotros también somos de Andalucía, aunque seamos de las afueras, por más que a veces pueda parecer lo contrario e, incluso, se nos tenga en menor consideración por parte de algunos desaprensivos. Es verdad que la pertenencia a esa discutida realidad nacional nadie puede negárnosla, pero, más que la titularidad nacional, lo que hace falta, creo yo, es que se acuerden de nosotros a la hora de la verdad, y se atiendan nuestras necesidades como si fuéramos de ese centro neurálgico de Andalucía, del que parece ser que se preocupan más nuestros gobernantes de Sevilla, quizás por aquello de que el roce hace el cariño.

Bueno, lo importante es que este Estatuto consiga la cohesión que todos necesitamos, que propicie una auténtica solidaridad  y que ayude a un mejor reparto de los recursos, con el fin de lograr el despegue definitivo de las zonas andaluzas más deprimidas, como la nuestra. Y no digo yo que las cosas estén fatal, que, por suerte, últimamente parece que se nos van aclarando los horizontes. Lo que ocurre es que si, como dice el Sr. Chaves, este Estatuto es tan solidario y nos va a colocar a la cabeza de Europa, pues, por lógica, tendrán que empezar por mejorarnos a los más pobres y a promover nuestro desarrollo con total decisión y con la máxima urgencia.

Nosotros confiamos en que estos objetivos se cumplan y no nos ocurra como casi siempre. Y, mientras sí o mientras no, pues celebramos, como decía, la fiesta de todos los andaluces con todo el cariño, y con la firme esperanza de que la nueva España de nacionalidades y realidades nacionales también gane en cohesión y en solidaridad, que lo cortés no debe quitar lo valiente. Precisamente, uno de los actos centrales de la celebración del pasado Día de Andalucía en nuestra ciudad fue un interesante concierto de la Banda Municipal de Música en el auditorio Enrique Pareja. Ese concierto terminó con algo que para mí supuso una pequeña y grata sorpresa; pequeña o grande, según se mire, pero, sin duda, grata. Resulta que al final del concierto la Banda tocó, como es lógico, el himno de Andalucía, y acto seguido, nos obsequiaron con el himno nacional (me refiero al himno de España, claro). Y prácticamente la totalidad de los asistentes prorrumpimos en fuertes y sinceros aplausos que acompañaron el himno hasta el final. En mi opinión, fue algo así como si los allí asistentes, de una forma totalmente espontánea,  acordáramos rendir un gesto de cariño y de desagravio a nuestro últimamente controvertido himno. Para mí, fueron unos instantes emocionantes. Fue como redescubrir el himno español en estado puro, libre de toda manipulación partidista, ajeno a las aviesas adulaciones de unos, y lejos de los injustos desprecios de otros; era el himno de España sin más, recibido con todo el cariño y sin ningún tipo de ambigüedad o de recelo.

La experiencia me empujó a preguntarme, una vez más, por qué nuestro himno y nuestra bandera tienen que estar sufriendo tantos avatares y tan discutidas valoraciones; por qué los que nos sentimos españoles tenemos que dudar o incluso avergonzarnos de los símbolos de España. Me imagino que, al escuchar estas palabras, algunos estarán pensando que estoy defendiendo posturas retrógradas o reaccionarias, pero, si las analizan fríamente se darán cuenta de que no es así, a no ser que se dejen arrastrar por los prejuicios imperantes. Nosotros, los que en la mañana del pasado día 28 celebrábamos con total convicción el día de Andalucía, de alguna forma, coincidíamos en que nuestra identidad andaluza no está para nada reñida con nuestra identidad española. Así que, aquellos momentos, en definitiva,  confirmaron en mí el deseo, sin segundas ni ocultas intenciones, de que los que, sincera y libremente, nos sentimos andaluces y españoles (que en estas cosas ni se puede ni se debe obligar a nadie), continuemos celebrando de todo corazón  nuestra patria andaluza; pero que también, como españoles, sigamos teniendo, algo o mucho que celebrar; así, de forma lógica y libre; sin tener que pedir permiso a nadie, sin que nadie nos pida explicaciones, sin avergonzarnos ante nada ni ante nadie, con la naturalidad y la espontaneidad con que sonó y fue recibido el himno de España en el último concierto del Día de Andalucía.