PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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¡PELEA, PELEA!

Me contaba una compañera del instituto que el otro día, cuando salía de clase, se encontró con una pelea en la calle entre chicas de trece o catorce años. Dos de ellas propinaban una paliza a una tercera que gritaba y trataba de defenderse. Y lo peor del caso es que alrededor de la trifulca se agolpaban un grupo de doce o quince espectadores y espectadoras de aproximadamente la misma edad, animando la contienda con entusiasmadas voces de aliento:

-¡Pégale! ¡Dale, dale!

Mi compañera, sin dudarlo, intentó separar a las chicas, pero los que disfrutaban de la pelea le impedían acercarse a ellas, sujetándola y recriminándole:

-Tú no te metas. ¡Déjalas que se peleen!

La profesora tuvo que poner todo su empeño y su fuerza para conseguir interponerse y disolver el altercado. Agresoras y agredida se fueron en direcciones contrarias mientras los animadores se disolvían enfadados y como muy decepcionados.

- ¡Jo! ¿Qué le importará a ella? ¡No las puede dejar que se peguen!...

Pero no terminó aquí la cosa. Continuó la profesora el camino hacia su casa y, pocos minutos, después oyó unas voces que provenían del parque de la Constitución: “¡Pelea, pelea!”. Y cuál no fue su sorpresa cuando se acercó y comprobó que se trataba de las mismas luchadoras y los mismos espectadores, que, como si se hubieran puesto todos de acuerdo, habían buscado las revueltas para encontrarse de nuevo y continuar con el espectáculo poco antes interrumpido. Mi compañera, haciendo acopio de coraje y buena voluntad, intervino de nuevo, disolvió la reyerta y acompañó a la chica agredida hasta cerca de su casa para alejarla del peligro.

Al día siguiente, tuvieron que intervenir las Jefaturas de Estudios de los dos institutos de la zona para tomar las medidas oportunas y tratar de solucionar definitivamente el asunto, ya que entre las contendientes, para no dejar a nadie ni mejor ni peor, había alumnas de ambos centros. No sé, al día de hoy, cómo andarán las cosas, pero, según me contaron, el motivo de la pelea era tan trivial que la chica agredida no acertaba a adivinar el porqué de aquella lluvia de mamporros; por los visto por algo que había dicho o había dejado de decir; en definitiva, por alguna tontería sin importancia. Pero es que resulta que, según parece, el motivo es lo de menos en estos casos. Lo importante es montar un espectáculo, rastrero y bochornoso, para sentirse protagonistas y disfrutar dando rienda suelta a la violencia y a la agresividad descontrolada que atesoran algunos de nuestros adolescentes. Y al mismo tiempo, para que los demás compañeros disfruten también presenciando la agresión, como si se tratara de un combate, brutal y gratuito, de boxeo o de gladiadores.

Como me contaba la profesora, resulta increíble que, entre el grupo de asistentes no hubiera ni siquiera un chico o una chica con un mínimo de sensibilidad o de compasión para mediar en estos actos de violencia y tratar de impedir que se apalee a una compañera. Al contrario, disfrutaban viendo las bofetadas, las patadas, los arañazos, los tirones de pelos…, que hay que ver cómo se ponen las chicas cuando dicen de pelearse. Los chicos son violentos, pero déjalas también a ellas, una vez metidas en faena.

En definitiva, lo que resulta evidente es que son tan culpables los que pelean como los que animan y disfrutan con la pelea; y que este tipo de situaciones nos deben plantear serias dudas a padres, madres y docentes sobre la efectividad de la educación que estamos ofreciendo a nuestros niños. Mucha Educación para la paz, mucha Educación para la convivencia, y resulta que la violencia, los acosos, las agresiones físicas, y las peleas se están convirtiendo en un elemento cotidiano entre los más jóvenes; vaya, como una especie de diversión en la que algunos de ellos, al parecer cada día más numerosos, se recrean y a la que acuden, rápida y ávidamente, a la llamada de: “¡Pelea, pelea!”

Resulta triste también el comprobar cómo las chicas se van incorporando a esta dinámica de salvaje agresividad, como si quisieran demostrar que ellas no son menos que los chicos. No sé cómo algunos y algunas analizarán este fenómeno, pero está claro que la igualdad mal entendida, en determinadas ocasiones da lugar a que algunas chicas intenten emular las facetas más negativas y deplorables de los chicos. Y como se empeñen en perder la sensibilidad, la capacidad de comprensión y la ternura, al igual que las han perdido la mayoría de los hombres, creo que nos espera un futuro poco esperanzador y cada día más violento. No digo que las mujeres sean las únicas responsables de mantener la paz y la convivencia. Responsables somos todos, hombres y mujeres por igual, pero hay que reconocer que, hasta hoy, si no todas, la mayoría de ellas, han tenido un olfato y una habilidad especial para afrontar los problemas, con más o menos acierto, pero sin tener que recurrir a ese primitivo método de: “¡Pelea, pelea!”