PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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HIJOS DE EVA

Se ve que algunos chavales sufren importantes complejos de inferioridad y, como consecuencia, unas irrefrenables ansias de notoriedad que les empujan a dejar su impronta personal en los lugares más inapropiados y de la forma menos adecuada; y andan por ahí pintarrajeando y destrozando a diestro y siniestro, como si fueran machos salvajes que quisieran marcar su territorio, o más probablemente, porque, destrozando los bienes públicos, dan rienda suelta a su mala uva y, de paso, se vengan de la sociedad, algo que no deja de tener una cierta lógica si tenemos en cuenta que, cuando se analizan las causas del gamberrismo y de la delincuencia, siempre se termina echándole la culpa a la sociedad.

Menos mal que, de vez en cuando, nos encontramos con actitudes y respuestas de determinadas personas e instituciones sociales que se atreven a reconocer la importancia de las conductas delictivas de los jóvenes y a llamar a las cosas por su nombre, sin conformarse con esa simple excusa de “son cosas de niños”, como arguyen la mayoría de los padres permisivos para justificar las tropelías de sus hijos.

Este es el caso, sucedido hace unos días, de un adolescente que, arrestado por robo, se dedicó a dar rienda suelta a su inquietud artística pintando las paredes del calabozo del Juzgado de Menores con una sustancia de color marrón. Dice la prensa que la pintura utilizada podría ser chocolate, pero que también es posible que fuese otra sustancia del mismo color y mucho más asquerosa. Yo me inclino a pensar que más bien fuese esta última la pintura utilizada por el artista rupestre ya que, como se dedicó a poner su nombre por todas las paredes, escogería la sustancia más apropiada para escribir su propio nombre e identificarse. La cuestión es que el magistrado Calatayud, que suele actuar con un gran sentido pedagógico, ha imputado a este adolescente pintor escatológico y será sin duda castigado por un delito de daños contra un bien público. Como ya hemos dicho antes, el chaval, entre otras cosas, se dedicó a escribir su nombre, por lo que el delito resultó tan evidente como el nombre del autor. No vamos a negar que es muy posible que el citado artista sea una víctima más de la sociedad y, tal vez, de una familia desestructurada, pero lo que está muy claro es que se trata de un presunto delincuente, además de tonto, marrano.

Es penoso que tengamos que soportar esta lacra del vandalismo urbano, que tanto daño provoca en nuestros pueblos y ciudades. Y es que, por todos sitios proliferan estos “hijos de Eva” que se recrean haciendo daño por donde pasan, especialmente si es de noche, y dejando por doquier el rastro de su barbarie. Y los llamo “hijos de Eva” para evitar esa palabra malsonante que todos ustedes imaginan y, por su puesto, con el mayor respeto para sus madres y para la madre de la humanidad.

En Baza, sin ir más lejos, se están multiplicando últimamente los actos de vandalismo nocturno, de ése que suele ir aderezado con buenas dosis de alcohol, o de algo más, y que arremete, especialmente, contra jardines, árboles y señales de tráfico, y con todo lo que se le cruce en el camino. El otro día, los toldos de la tribuna que colocó la Federación de Cofradías en la Plaza Mayor amanecieron rajados a navaja y pintados con una especie de símbolo o de rúbrica igual a la que hay en la fuente y en otros muchos lugares de Baza. Podría ser una pista interesante para descubrir al autor, o autores, y que repararan todos los daños causados. El problema es que, en esta ocasión, los pintores, además de ser menos marranos a la hora de elegir el tipo de pintura, fueron más espabilados y no dejaron escrito su nombre. Y es que se ve que les molestaría a ellos mucho aquella tribuna o que les pareció gracioso rajarla y pintarla; así se sintieron importantes y se fueron a dormir tan satisfechos de la maravillosa acción que habían realizado. Pueden estar orgullosos, ellos y sus padres.

Digo yo que algo tendremos que hacer entre todos. Si las cosas siguen así, habrá que recurrir al método, nada deseable, de las cámaras de vigilancia en las calles. Puede que sea ésa la única solución para mantener el orden y el respeto en esta sociedad nuestra en la que cada vez hay más derechos y menos obligaciones, y en la que cada día gozamos, afortunadamente, de más libertad, pero de menos educación y menos principios. Y claro, va a resultar imposible poner un policía al lado de cada ciudadano.

Lo que es evidente es que cada vez hay más “hijos de Eva” por ahí sueltos, en este valle de lágrimas. Pues, nada, resignación y paciencia; y que alguien ruegue por nosotros.