PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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EDUCACIÓN Y ENSEÑANZA

        Antiguamente se hablaba, por lo general, de Enseñanza Pública, al referirse a los organismos e instituciones que se encargaban de la organización de la vida docente del país. Luego se cayó en la cuenta de que la enseñanza no debe ir desligada de la educación y, al Ministerio y a las delegaciones provinciales que se ocupaban de estas tareas, se les llamó, muy acertadamente por cierto, de Educación y Enseñanza. Y más recientemente, siguiendo los criterios de esa especie de neohumanismo docente, que intenta, sin demasiado éxito, redimir a esta sociedad egoísta y sin valores, se ha obviado por completo la palabra “enseñanza” y nos hemos quedado con la denominación de Ministerio, Consejería y delegaciones de Educación; bueno, y se le añade la coletilla de “y Ciencia”, que es un concepto que aporta unos matices un tanto más refinados y aristocráticos. Seguramente, la mayoría de los pedagogos y teorizantes de la docencia moderna pensarán que, concentrándonos en el término “educación”, el alumnado recibirá una formación más integral, y que los centros de enseñanza van a suplir las carencias educativas que los niños y niñas traigan de sus casas. Y, en mi opinión, se está cometiendo un grave error al confiar en que los centros van a solucionar estas deficiencias educativas y, sobre todo, al dejarse arrastrar por esa tendencia que existe actualmente a confundir los términos de educación y enseñanza.

         Un palpable ejemplo de esta confusión lo tenemos en el encarnizado debate que se ha establecido en estos días con la asignatura de “Educación para la ciudadanía”. Debate, por otra parte y a mi modo de ver, bastante mal enfocado y peor entendido. Hay que partir de la base, en primer lugar, de que la educación no se aprende con asignaturas curriculares y evaluables. Al igual que las creencias y las ideologías, la educación se mama, se palpa y se adquiere, fundamentalmente, con las vivencias y los buenos ejemplos, y no con una asignatura más o menos en el curso. Miren ustedes cómo se habla de la enseñanza de las Matemáticas, de la enseñanza de la Física, y a nadie se le ocurre decir educación para las Matemáticas o educación para la Física. Por lo tanto, el primer error está en el nombre de esta asignatura; está muy claro que una materia que es obligatoria, que hay que estudiar y que se evalúa, no se debe llamar “Educación para la ciudadanía”, sino “Enseñanza de la ciudadanía”. Y ello conlleva, obviamente, algunas consecuencias previsibles, ya que cuando se intenta enseñar este tipo de cosas, como los principios, la ideología o la creencia, de una forma curricular y obligatoria, suele ocurrir que los resultados son nulos o muy poco efectivos, y se corre el peligro de que la asignatura acabe convirtiéndose en eso entre los estudiantes se llama una “maría”.

         Es posible que algunos piensen que estoy exagerando, pero tenemos un claro argumento a favor de esta tesis. Se trata que todos los que tenemos una cierta edad cursamos en nuestros años mozos en el colegio y en el instituto, e incluso en la Universidad, aquella famosa asignatura de “Formación del Espíritu Nacional”, y, a la vista está la escasa influencia que tuvo en nuestra formación ideológica. Y eso, a pesar de que la asignatura iba profusamente complementada con todo tipo de actividades, organizaciones, campamentos, etc., etc. Y al final ¿qué queda?... Pues eso, que cada uno echa por el camino que considera más oportuno.

         Claro, tampoco eso quiere decir que los temas educativos no tengan importancia en los centros docentes. Por supuesto que sí; aunque lo fundamental del colegio sea enseñar, no por eso se ha de olvidar la educación. Lo que ocurre es que según mi parecer, la misión de los centros en cuestiones de educación es continuar y cultivar los principios educativos y los valores humanos (y religiosos cuando proceda) que los niños y niñas se supone que ya han adquirido en el seno familiar; si no es así, poco o nada podrán hacer los profesores en este sentido. Ahora bien,  una cosa hay que tener muy clara: si, como hemos dicho, la educación se adquiere mediante el ejemplo y la vivencia, sí que serán muy importantes e influyentes en los niños y jóvenes la mentalidad, el estilo y el ambiente que se viva en el centro educativo; y, por lo tanto, esas experiencias van a ser mucho más determinantes para su formación como personas que el estudio de tal o cual asignatura. Por eso, con todos mis respetos y según mi modesta opinión, yo me atrevería a dar un  consejo a los padres y madres que tienen hijos en edad escolar y que se preocupan tanto de la enseñanza como de la educación que éstos reciben. En primer lugar, que no deleguen en los centros docentes la responsabilidad que, en cuanto a la educación, tienen como padres; y, en segundo lugar, que presten mucha más atención al ambiente que se respira en la comunidad escolar de los centros que en que se imparta tal o cual asignatura. Y, consecuentemente, que no pierdan demasiado tiempo en este debate tan de moda de la “Educación para la ciudadanía”, que no digo yo que no pueda tener alguna repercusión, pero sin ninguna duda las consecuencias educativas dependerán mucho más del profesorado que la imparta que de la propia asignatura, y las repercusiones no serán, en absoluto, ni tan positivas como defienden unos ni tan negativas como opinan otros.

         Y, en definitiva, lo dicho: esta asignatura tendría que llamarse “Enseñanza de la ciudadanía”, o simplemente “Ciudadanía”. Todo lo demás es confundir educación con enseñanza, dos realidades que han de ir paralelas pero que son bien distintas. Que no es lo mismo una persona instruida que una persona educada es algo que resulta evidente y que la vida misma nos demuestra; dicho con palabras del escritor José Saramago: “Una cosa es la instrucción, que es cosa de la escuela, y otra la educación, que es responsabilidad de la familia”.