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Una sección de Francisco Arias
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MENTIRAS DESPIADADAS

         Como ya se sabe, las mentiras piadosas son, tal vez, las menos detestables de las mentiras, ya que nacen con la única finalidad de que la persona engañada se sienta bien; o sea, que se trata de inventar una falsedad para dar una alegría a alguien o evitar que sufra y lo pase mal. Si a una persona que es muy fea, por ejemplo, le decimos que está guapa con la sola intención de animarla, no deja de ser una mentira, pero de alguna forma podemos considerar que se trata de una mentira bastante perdonable.

         Otro tipo de mentiras, más o menos excusables, son aquellas que nacen en un momento de apuro o necesidad y las usamos con el único fin de evitarnos un daño o salir del paso en una situación especialmente problemática. Se trata de mentiras que podríamos llamar “defensivas”, y que, en cierto modo son perdonables o, al menos, muy comprensibles.

         Y luego están las otras mentiras, las abominables y desvergonzadas, aquellas que suelen tener un doble objetivo: buscar el daño ajeno, desprestigiando a los otros mediante el engaño y el enredo, y conseguir provecho propio de una forma baja y egoísta, sin tener para nada en cuenta el daño que se les pueda causar a los demás. Este tipo de mentiras, siendo muy benévolos, las vamos a calificar como mentiras despiadadas, por ser tan diferentes de las mentiras piadosas, tanto en sus fines como en sus consecuencias.           

         Bueno, pues, tras este largo preámbulo, llegamos al meollo de la cuestión, muy relacionado con esta relación y definiciones de la mentira. Resulta que en estos días pasados recibimos la noticia de que se retoma el asunto de la reapertura de la línea de ferrocarril, tal como se recoge en el POTA, de que ya está en los presupuestos el estudio de viabilidad y, más o menos, nos aseguran que Baza contará con una línea de Alta Velocidad para viajeros y mercancías. Nosotros, lógicamente, aunque sabemos que éste no es un proyecto que se haga de hoy para mañana, nos sentimos muy ilusionados y muy felices con esta noticia.

         Pero, claro, como era de esperar, no han tardado en escucharse voces discordantes que nos avisan de que todo lo dicho y prometido son puras mentiras, que en realidad se trata de engaños electoralistas, e incluso, aportan argumentos como el que se refiere a que la mencionada línea férrea no es competencia de la Junta de Andalucía, sino del Gobierno central y, por lo tanto, tiene que ser éste el que se comprometa a reabrirla y no la Junta, y otras cosas por el estilo. Y nosotros, ante este tipo de confrontaciones, nos quedamos tremendamente confusos y  decepcionados, sin saber muy bien a qué atenernos, pues, en principio, tenemos un buen concepto de los políticos que hacen las promesas, y nos sentimos inclinados a tomar muy en serio sus palabras. Pero es que, también en principio, nos merecen respeto y consideración los políticos que no creen para nada en dichas promesas. Así que, ¿a quién creer? ¿Quiénes mienten y quiénes dicen la verdad? Por mi parte, si les soy sincero, no lo tengo nada claro, aunque me gustaría y espero, claro está, que la promesa del tren para Baza sea totalmente cierta. Pero, repito: hoy por hoy, aunque tenga mis sospechas que guardo para mí, no cuento con suficientes datos ni conocimientos para saber a ciencia cierta quién miente, y por lo tanto, ni puedo ni quiero acusar a nadie. Ahora bien, hay algo que sí es evidente: o los unos o los otros nos están engañando, y una mentira en un asunto como éste hay que calificarla, sin ninguna duda, como despiadada, o desvergonzada, o abominable, como ustedes quieran, porque, aparte de sus repercusiones políticas, resultará especialmente dañina para nuestra gente y para nuestra tierra, ya que atenta cruelmente contra nuestras ilusiones y esperanzas, contra nuestros sueños seculares de progreso y de desarrollo. Y, miren ustedes, señores políticos, sobre todo aquellos que mientan en esta ocasión (tanto si son los que prometen como si son los que nos empujan a no creer en la promesa), con estas cosas no se juega. Vale que algunas veces se les escape alguna mentira piadosa, o que usen alguna mentira de las que hemos llamado “defensivas”, pero mentiras despiadadas, no, por favor. Luego no se quejen, de que la gente cada vez desconfíe más de ustedes y que cada día pase más de la política. Las mentiras despiadadas, abominables y desvergonzadas no llevan a ninguna parte y hacen tanto daño a los que engañan como a los engañados.

         Ya sé que hay mucha gente honesta en la política, gracias a Dios, y en esta ocasión, en lugar de hacer juicios temerarios, quiero pensar que los que mienten no lo están haciendo con una total mala intención, sino más bien por ignorancia, por erróneas informaciones o por otros motivos. Concedemos, cómo no, el beneficio de la duda. Pero, eso sí, no olvidemos que la verdad en este asunto del tren la podremos comprobar en un futuro no muy lejano, y sabremos con toda seguridad quiénes nos engañan y quiénes nos dicen la verdad. Espero que entonces los mentirosos, como mínimo, nos expliquen el porqué de estas mentiras, y que sean capaces de aprender, de una vez por todas, que con las ilusiones y las esperanzas de la gente no se juega. En su momento, nosotros sacaremos nuestras propias conclusiones y, desde luego, sabremos mucho mejor a qué atenernos.