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Una sección de Francisco Arias
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EL COLOR DEL CRISTAL

        No vamos a negar que los seres humanos somos tan especiales que impregnamos de subjetividad todo aquello que vemos, oímos o tocamos. Nuestro instinto de supervivencia y el deseo de salir vencedores de todas las vicisitudes, nos inducen, sin duda, a no asumir nunca nuestra culpabilidad, a querer ganar siempre y a no reconocer jamás nuestras equivocaciones. Por eso, en todas las situaciones más o menos controvertidas intentamos llevar el agua a nuestro molino. Y eso con uñas y dientes, especialmente si no hay agua para todos, y aunque haya que tomar el agua del vecino. Por eso no es de extrañar que en tantas ocasiones lo blanco se tome como negro y lo negro como blanco, siempre dependiendo de las circunstancias y la conveniencia de cada cual. Todos hemos oído aquellos versos que reflejan con gran acierto esta realidad:

“En este mundo traidor
nada es verdad ni mentira;
todo es según el color
del cristal con que se mira”.

         Pero claro, una cosa es aceptar una inevitable carga de subjetividad a la hora de pensar y de juzgar y otra muy distinta es que nos escudemos en ella para engañarnos a nosotros mismos y, lo que es peor, para engañar a los demás. Tendremos, pues, que hacer un esfuerzo especial para ser un tanto más objetivos y bastante más ecuánimes en nuestros juicios y apreciaciones. Sería muy conveniente que nos acostumbráramos a mirar las cosas sin tantos cristales de por medio o, por lo menos, sin tantos cristales de colores. El cristal de la subjetividad, cuanto más limpio y transparente, mucho mejor. Si por el contrario continuamos dando prevalencia al punto de vista de cada uno y aceptando que hay tantas verdades como personas, nunca podremos liberarnos de este absurdo relativismo que envuelve a nuestra sociedad y que esconde y enmascara la verdad mucho más allá de los límites, más o menos comprensibles, que nos impone el inevitable subjetivismo del ser humano.

         Ese relativismo, que nos afecta a todos, resulta especialmente patente entre los políticos. Y no es que yo tenga fijación con ellos; es que la propia realidad nos demuestra cada día que en el ámbito de la política los cristales de colores corren que vuelan, con las más variadas tonalidades y con todo tipo de enfoques y desenfoques. Un ejemplo reciente lo tenemos en el tema de los presupuestos, que, siendo para unos los mejores de la historia, son, para otros, totalmente injustos y equivocados. Otro caso no menos sorprendente es la existencia de opiniones contradictorias en un asunto tan serio y preocupante como es el cambio climático. Y yo me pregunto, si se intercambiaran unos y otros el cristal con el que miran ¿cómo valorarían estos temas? Pero, quién sabe, a lo mejor la causa de la diferencia de visión no está sólo en los cristales, sino mucho más adentro, y éstos no son los únicos responsables de tan profundas divergencias…

         Es verdad que para eso estamos nosotros, para sacar nuestras propias conclusiones, para andar con la bayeta limpiando cristales y más cristales, a ver si podemos ver las cosas con cierta claridad. Que ésa es otra, también nosotros tenemos nuestro propio cristal, y a ver, con tanto obstáculo de por medio, cómo podemos encontrar la verdad. Yo, por ejemplo, he querido ver con mucho optimismo la promesa que se nos hacía sobre una línea de ferrocarril de alta velocidad para pasajeros y mercancías. Después he escuchado que, en principio, esa línea será sólo para mercancías y, que no se excluye la posibilidad de que pueda ser también para pasajeros (ya está cambiando la cosa). Y aquí me tienen frotando y frotando mi cristal, y echándole vaho, a ver si puedo distinguir las verdaderas intenciones que los políticos albergan para con nuestra línea de ferrocarril. Es posible, no lo niego, que el hecho de que este asunto yo lo empiece a ver un poco turbio puede ser debido a este propio cristal mío de la impaciencia y del miedo a una decepción. Seguiremos, pues, confiando y esperando que la visión no se oscurezca definitivamente.

         Pues nada, como decía antes, hagamos, al menos, un intento para no vivir agazapados detrás de nuestros cristales, de esos cristales de todos los colores, grosores y formas, que unas veces nos deforman la realidad, como los espejos de feria, y otras, sencillamente no nos dejan ver más allá de nuestras propias narices. Y no olvidemos, por mucho que queramos justificar las distintas perspectivas de la realidad, que esas perspectivas nunca deben ser utilizadas para generar la falsedad y el engaño. Todos los puntos de vista que se quieran, pero como decimos por aquí, la verdad no tiene más que un camino; aunque, eso sí, según parece, hoy en día ese camino está muy poco transitado.