PLAZA MAYOR

Una sección de Francisco Arias
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DEPORTE Y DESMADRE 

        Ya hemos hablado en más de una ocasión de la difusa frontera que separa el espíritu deportivo de las actitudes agresivas y violentas, hecho que resulta especialmente palpable en algunos partidos de fútbol. Hoy, una vez más y muy a pesar nuestro, nos vemos obligados a hacer algunas reflexiones en este sentido después de los acontecimientos del pasado domingo, tras el encuentro entre el Granada y el Baza.

         Ante todo, quiero dejar muy claro que mi deseo no es echar leña al fuego, sino todo lo contrario. Creo que lo más importante es mantener las buenas relaciones (si es que las hay) entre los dos clubes y las dos aficiones. Y si esas relaciones no son tan buenas, mejorarlas o establecerlas, tal como se ha de esperar de dos equipos granadinos que debieran en todo momento sentirse vecinos y amigos. Por supuesto que son equipos rivales; pero una cosa es la rivalidad deportiva, totalmente lógica y aceptable, y otra cosa muy distinta es llevar esa rivalidad al enfrentamiento personal y colectivo, a la agresividad y a la violencia. Hace ya algún tiempo, en el artículo titulado “Cosas del fútbol”, comentábamos, tras un partido entre el Baza y el Granada, que la rivalidad deportiva es algo positivo que beneficia a los clubes, pues favorece la asistencia de los aficionados al campo, y que el apasionamiento en las gradas es comprensible, pues, entre otras cosas, las competiciones deportivas sirven para liberar tensiones y para sublimar el espíritu competitivo, connatural al ser humano. Por eso, podríamos incluso decir que los insultos verbales de los espectadores, aunque en modo alguno se deben considerar aceptables, se pueden excusar por ser fruto de los nervios y de la pasión del momento. Pero, claro, esa tensión y apasionamiento de los aficionados debe cumplir tres normas fundamentales para que no se convierta en desmadre y en barbarie: que se haga un esfuerzo para evitar los insultos y, en todo caso, que el acaloramiento nunca vaya más allá de las palabras; que no se contagie a los jugadores y técnicos, que son los que más obligados están a mostrar un comportamiento deportivo; y que se quede todo allí, en el campo, de modo que, una vez concluido el partido, cada uno a su casa y aquí no ha pasado nada.

         Pues en esta ocasión, tristemente no ha sido así. Los aficionados bastetanos, a la salida del campo, ya tuvieron que esquivar alguna pedrada, y poco después, cuando emprendían el viaje de regreso, el autobús fue apedreado por un grupo de quince o veinte aficionados granadinos; y digo aficionados por llamarlos de alguna manera. Seguramente estos brutos lapidarios son los que más se desgañitan en los derbis provinciales llamándonos catetos a los de Baza. Y miren por donde ellos dan muestra de su exquisito refinamiento haciendo uso del apedreamiento, el tipo de violencia más rudo y primitivo que existe. Sinceramente, lo de las pedradas, aparte de ser una  agresión salvaje, siempre me ha parecido algo muy atrasado y propio de asentamientos rurales incultos y muy pequeños, entre otras cosas, por la dificultad que supone encontrar piedras a mano en las ciudades y en los pueblos grandes.

         A pesar de este comportamiento incívico, hay que dejar claro que nada hay que objetar en cuanto al comportamiento de ambos clubes. Salvo algunos comentarios improcedentes e incomprensibles que, al parecer, alguna persona cercana a la directiva del equipo de la capital ha hecho a través de Internet, el Granada ha lamentado los hechos, ha prometido indagar para encontrar a los culpables, y se ha comprometido a poner todos los medios para que sucesos de este tipo no se repitan. Por su parte, la directiva del Baza manifestará, supongo, su malestar, pero, caballerosamente, ya ha exculpado al Granada, puesto que unos hechos aislados, sucedidos fuera del campo, no deben empañar la imagen del equipo y el habitual buen comportamiento de sus seguidores.

         Pues bien, después de estos tristes acontecimientos, dos cosas deberíamos tener muy claras. La primera, la absoluta convicción y firmeza que han de mostrar los equipos de fútbol para acabar con este tipo de agresiones y violencia. No se puede permitir ni una duda, ni un resquicio, ni el más mínimo gesto que pueda generar confusión a la hora de condenar estos actos y de luchar contra la violencia. Lo contrario sería hacer un flaco favor al fútbol y a todos los aficionados. Y la segunda, que estamos obligados todos, ellos y nosotros, a mantener unas buenas relaciones entre el Granada y el Baza. Salvo en el terreno de juego, no hay razón para sentirnos enemigos ni para fomentar el odio entre ambas aficiones. Creo que este es un buen momento para tenderse la mano y sobre todo, para que los aficionados del Baza, lejos de pensar en ningún tipo de revancha, tengamos un comportamiento ejemplar cuando el Granada nos visite. Como decíamos en el artículo citado anteriormente, sería penoso que el fútbol viniese a acentuar las diferencias entre los granaínos de allí y los granaínos de aquí. Cien kilómetros de separación ya son suficientes, ¿no les parece? 

         Pues nada, a seguir luchando, a seguir peleando, pero con juego limpio y deportividad. Demostremos a todos nuestra educación, nuestra cultura y nuestra elegancia. Y no olvidemos que los encuentros hay que saber jugarlos dentro y fuera del campo.