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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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EL PAVO DE NOCHEBUENA

Publicado originalmente en el desaparecido Boletín de Noticias, en enero de 2005

He paseado este miércoles por la Cava-Alta, en pleno mercado, buscando la imagen que recordaba del ”Pavero”, ese personaje singular de las vísperas de Navidad, que se ponía a vender en la placeta rodeado de su mercancía, de la que cuidaba.

Los tiempos han cambiado, tanto, que ya no existía ni rastro de la estampa que buscaba. De esto sólo queda el recuerdo. De entre todas las Navidades, recuerdo la de un pavo que se quedó mudo. Solía traerlos mi padre a casa, a primeros de noviembre. Eran más baratos y se les alimentaba con las mondas de las patatas y restos de comida. Lo metíamos en el palomar, y a poco veíamos como congeniaba con las palomas, él iba a su aire. No molestaba, pero a la hora de “su comida” las alejaba con su aleteo y gorgoritos. Era objeto de cuidado por parte de todos, y todos le dábamos algo de nuestras meriendas, algún que otro trozo de pan, alguna que otra naranja, así que iba poco a poco calando en nuestra vida, nos conocía y se acercaba a la alambrada confiado. Siempre le llevábamos algo, pero lo mimamos más desde que mi hermano Antonio quiso regalarnos a Juan y a mí, una pluma como la que tenía Cervantes para escribir... Y claro, cogió entre sus piernas al pavo, le cogió una pluma, buscando la mas larga y lustrosa, y ¡ zás¡  se la arrancó en seco.

Del salto que pegó el pavo cayó al huerto de Julia Miras y siguió corriendo hasta adentrarse en su casa. Juan y Antonio salieron corriendo a la casa de la vecina, y cuando llegaron se encontraron una escena que nunca se explicaron: el pavo estaba quieto, inmóvil, mudo y como hipnotizado, mirando fijamente a María (hermana de Julia) que tenia unas gafas, con muchas dioptrías. Lo cogieron y lo llevaron nuevamente a casa, pero ya no era el mismo, había perdido la alegría. Así que lo cuidamos más y más, era casi parte de nosotros, lo queríamos como si fuera de la familia.

Pero en sus ojos notábamos una tristeza, una melancolía, una ausencia. Jamás volvimos a sentir su ¡Glú, Glú, Glú! cantarino y sonoro mientras alargaba el cuello y aleteaba. Había enmudecido. Ya no alejaba a las palomas con sus aleteos y sonidos. Se adaptaba a todo, ahora eran las palomas las que le quitaban los granos de maíz que le echábamos a él, y no se inmutaba. Parecía ausente. Su tranquilidad le hacía engordar por días. Cada vez estaba más orondo y lustroso.

Cuando llegó el momento de su destino, hubo en casa llantos, penas, desconsuelo, intentos de salvarlo, e incluso un intento de colecta entre los hermanos, para comprar otro y que este se salvase. Como ninguno queríamos ser testigos de lo que llamábamos un crimen, nos fuimos todos a la calle mientras  se cumplía la fatal sentencia. Cuando volvimos, todos cabizbajos, ya lo estaban desplumando.

En la cena de NOCHEBUENA, guisado con pepitoria, qué bueno estaba, como comíamos todos ¡qué buena carne! Ya ninguno de los hermanos nos acordábamos de la pena por su muerte. ¡Cómo nos lo cenamos!

Mi deseo de felicidad y prosperidad en el año venidero para todos, vaya en este recuerdo.