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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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EL ENCUENTRO

Pocos datos nos dejan los archivos locales sobre la celebración de la Semana Santa en el siglo XIX, pues durante la primer mitad del mismo, sólo encontramos las continuas peleas por el lugar que han de ocupar los dignatarios civiles en las ceremonias religiosas, y  después, tanto en los periodos desamortizadores de Mendizábal, como en los siguientes de Madoz, pocas relaciones hay entre ambos poderes: civil y eclesiástico; y si queda constancia en las actas, es solo en la referencia en los días en que la Banda de Música ha de acompañar a los componentes del Ayuntamiento (en la Semana Santa los días de Jueves y Viernes Santo). Sin embargo, el sentimiento religioso arraigado en la población nos hace suponer que esta Semana Santa ha sido celebrada durante todo el siglo XIX, de una u otra forma, con más o menos esplendor, prueba de ello es que, por tradición oral, ha llegado hasta nuestros días cómo se celebraba el denominado por unos “El encuentro”,  y por otros,  “El paño de la Verónica”; y según algún que otro, “Las tres Marías”.

Según esta tradición oral bastetana, María, Madre de Jesús, María Magdalena, y otra buena mujer que les acompañaba en esta tarde del Viernes Santo, que también era de nombre Maria, y conocida como Verónica, estaban situadas en una especie de  podio que se instalaba en la Plaza Mayor, y ante el cual había de pasar el Nazareno, que había salido de  la Iglesia de San Juan

La Virgen estaba representada por Nuestra Señora de los Dolores, imagen que se veneraba en el Oratorio de San Felipe Neri, y que gozaba de una gran devoción en la ciudad; tan es así, que esta tradición dice que las grandes señoras, en este día “prestaban” a la citada imagen las mejores joyas de que disponían, y la adornaban para que la población la admirase mientras llegaba el momento culminante del día: el encuentro entre Jesús y su Madre.

No se nos dice como era María Magdalena, pero sí que su otra acompañante era una figura, con las manos articuladas, y que entre sus manos sostenía y estaba mostrando a todos un paño blanco.

Mientras llegaba la procesión del Nazareno, el publico veía estas tres imágenes, admiraba la bella imagen de  Nuestra Señora de los Dolores  y las joyas de las damas que la engalanaban.

Llegada la procesión a la altura del  tablado en el que estaban las tres imágenes, se desplazaba del mismo la Verónica, y con un movimiento de sus manos articuladas, cubría con su paño blanco el rostro de Jesús. En ese instante se desprendía el paño blanco y en las manos de la Verónica quedaba otro paño en el que había quedado impreso el rostro, sudoroso, herido y cubierto gotas de sangre que manaban de las heridas que la corona de espinas había ocasionado en sus sienes.

Mostraba la Verónica la Faz de Cristo, así obtenida, a los fieles y procedía a instalarse
al frente del cortejo procesional que conduciría al Nazareno hasta su Iglesia de San Juan.

Posteriormente esta Faz de Cristo, que había sido bordada en fina seda con hilos de oro y plata, se subastaba al mejor postor, y su importe se destinaba a las obras de caridad.

Nos han llegado incluso algunos versos de este “paso“ del Viernes Santo; de entre ellos estos:

“Con el peso  de la cruz,
 mi Jesús va fatigado,
vertiendo sangre y sudor,
y el rostro desfigurado”.

 Una piadosa mujer,
su sacro rostro limpió;
mirad su divino rostro
en este paño estampado,
que por sus graves tormentos
 se ve tan desfigurado.

(En este instante es cuando muestra el paño al pueblo).

Luego, dirigiéndose a la Virgen, dice:

Seguidle Madre afligida,
si lo queréis ver morir,
que gustoso va al Calvario
 por querednos redimir.

La Virgen se dirige a su Iglesia, acompañada de las piadosas mujeres; el Nazareno, sigue en procesión hacia San Juan, mientras se escuchan los versos:

Ya se dirige al Calvario,
ya se le acerca la hora.
Piedad, mi Madre y Señora.