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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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D. FRANCISCO COBO MARTÍNEZ

Artículo publicado en la sección Imágenes y recuerdos del desaparecido Boletín de Noticias
de junio de 2004

Llegó a Baza, más forzado por su obediencia que por su voluntad, pues vivía en Fiñana en un ambiente de cariño y  amistad con todos que muy difícilmente lograría en esta ciudad. Pero sus dotes de pacificador y su buen hacer, en su anterior destino, hicieron que su Obispo, le enviara a esta. En su haber el hecho de lograr que los hombres no se salieran a la puerta de la iglesia a fumarse un cigarro, mientras el sermón, costumbre secular que existía en el pueblo. Logró que escucharan la homilía sentados y no salieran a fumarse un cigarro como solían hacer anteriormente

Baza, era el mes de Junio de 1,948, estaba alterada, por el incidente ocurrido en la sacristía de la Iglesia Mayor , en la que D. Enrique Vázquez  Leyva, Arcipreste de la misma, había arreado una sonora bofetada a D. Manuel Mesas Martinez, tambíén sacerdote en esta Iglesia, después de que este le reprochara el tiempo de charla de confesionario que perdía con determinada señora de confesión diaria. La bofetada dada, la estatura y hombría de D. Enrique y lo bajo y regordete que era el “Cura Mesas”, como se le conocía en esta, debió de quedar intramuros de la sacristía, pero al ser realizada ante testigos, pronto saltó al exterior y circuló por el pueblo.

No circuló, sin embargo, el hecho cierto de que, una vez abofeteado, D. Enrique pidió perdón a D. Manuel, y este a su vez lo hizo por la ofensa que le habían inferido sus palabras. Se reconciliaron y abrazaron, se confesaron mutuamente y concelebraron misa. Esto no circuló, pues carecía de morbo.

Como habia muchas beatas que, tras la misa, entraban a la sacristía, para seguir charlando con D. Enrique, es factible que llegara en el mismo día el hecho al Obispado y este moviera rápidamente los hilos, para alejar a ambos  sacerdotes -motivo del escándalo- de esta ciudad. Así llegó, en el mes de julio del año 1949, D. Francisco Cobo Martinez, elevado a la categoría de Arcipreste de esta Santa Iglesia Colegiata a poner paz y tranquilidad.

Su carácter socarrón, en el hablar, chocó un poco en esta y, como no era buen orador, ni era amigo de Casino y señoritos, (sí que lo habia sido D. Enrique, hombre de mucho más mundo, que en su juventud habia sido Capellán Castrense), centró  D. Francisco toda su energía en la Iglesia y, poco a poco, se calmó la feligresía, que quedó totalmente encarrilada con el apoteósico recibimiento, que le dio el pueblo de Baza, a la imagen de la Virgen de Fátima, el 19 de Julio del año 1951. Y la anterior visita Pastoral del Exmo y Reverendísimo Sr Obispo de la Diócesis, D. Rafael Álvarez Lara, culminando con la Santa Misión que, en el 19 de Septiembre de 1951, dieron los Padres Jesuitas en esta iglesia Mayor.

De su vida familiar, trajo consigo a sus sobrino Paco, y a sus dos sobrinas, Gabriela y Gabrielilla, (la chica). Todos ellos, como D. Francisco, oriundos de Alquife. Su residencia la tuvo en la Cruz Verde, en la casa del cura. Pasó veinticuatro años con nosotros, hasta que fue reemplazado en la  Iglesia Mayor por D. Faustino Sanchez Cuevas, año de 1,973, pasando D. Francisco sus últimos años entre Guadix, Almería y su pueblo natal.

De los otros protagonistas, D. Enrique fue destinado a Fiñana, a donde estuvo unos pocos años. Por  entonces se reorganizaron las Diócesis, pasando Huéscar, que dependía de Toledo, a estar adscrita a  Guadix, y Fiñana, a depender de Almeria. El Sr. Obispo de Almería, llamó a D. Enrique a la catedral y llegó a ser Director del Colegio Diocesano, hasta su fallecimiento. De D. Manuel  Mesas, no supe nada.

De su aspecto humano, me quedé con una anécdota que le pasó en Fiñana, en el año 45. Y fue que, en vísperas del Día del Corpus, se hacían las confesiones, y los niños de la escuela teníamos todo el día libre para ir a confesarnos. Pero, estando por la mañana en la puerta de la Iglesia, alguien dijo que no quería que le sacara las patillas de un tirón, y es que, era costumbre tirarnos de las patillas cuando le decíamos algún pecadíllo que no le gustara oír. Los que estábamos en cola para confesar, siempre oíamos los quejidos del anterior y temblábamos. Se comentó que, en Abrucena, había un cura, viejo y bueno, aparte de que ya estaba un poco sordo. Organizamos una caravana  para confesarnos allí. Fuimos doce o más. Al día siguiente, tuvo sus dudas D. Francisco, en darnos la comunión. Después, en la sacristía, adonde nos llamó a más de uno, se le aclaró el motivo por el que habíamos ido a Abrucena a confesar. En el pueblo dejó de tirarnos a los niños de las patillas.