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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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Carnaval, Carnaval

Artículo publicado en la sección Memoria y Opinión, de la revista El Norte, en su edición de la primera quincena de febrero de 2007

Llegan los días de Carnaval, ese rito pagano que luego incorporó la Iglesia como anticipo y preparación a la Cuaresma, e incluso como un adiós a los excesos; unas jornadas en las que está autorizada la manifestación de todo aquello que en los siguientes cuarenta días de ayuno y abstinencia nos está prohibido. Pero esta manifestación es, en una parte de la población, un momento de demostración de que la ciudad no ha pasado aún del espíritu y sentimiento chabacano, ruin y vulgar.

Se consideran “máscaras” a los “adefesios”. Salvo contadas y brillantes excepciones, se considera que un traje viejo, roto, feo, vulgar o de varias tallas más del cuerpo que lo usa, es útil para disfrazarse. Con ello sólo se logra denigrar y rebajar unas fiesta en las que el buen gusto en el disfraz debería imperar para dar cada año más lucimiento, alegría y ganas de colaborar en estos momentos para nuestra ciudad.

Antiguamente los carnavales en nuestra ciudad eran otra cosa, quizás con más estilo.

Ya en el siglo XIX hubieron de darse unas normas muy precisas a esta población por el Corregidor de la misma, para que el Carnaval dejara sus hábitos chabacanos, soeces y vulgares; pero parece ser, por lo que hemos visto en los últimos años, que estos aún no han sido desterrados de los hábitos de esta gran ciudad, por lo que nunca despegará un Carnaval que nos dé buen nombre.

De la normativa que publicó el Corregidor Miguel García de Viedma, el 8 de febrero de 1861, para los días de Carnaval, reproduzco estas líneas:

“Quedan permitidas las máscaras a condición de no usar trajes de las suprimidas o existentes órdenes religiosas, uniformes del ejército o armada, hábitos talares de eclesiásticos, ni sus vestiduras en la Iglesia, desde el monaguillo hasta el Pontífice, ni las que usa la magistratura, ni ninguna otra corporación o institución respetable, así como ningún disfraz deshonesto o indecoroso”, bando que parece ser no se cumple, así como otros párrafos del mismo que dicen:

“El disparo de triquitraques y carretillas para perjudicar las personas y sus trajes es altamente repugnante y perjudicial; verifíquense en buena hora, siguiendo la costumbre pero procurando no perjudicar a nadie, y omítase por expreso mandato, el arrojar por las ventanas, aunque sea agua limpia y mucho más sucia, ni otras inmundicias por gracia del Carnaval”.

Como eran tiempos en lo s que el que más o el que menos llevaba un arma para su defensa personal, dice otro párrafo de dicho bando:

Uno de los muchos grupos participantes en aquel concurso de chirigotas
“Para asegurar l tranquilidad de todos, habrá rondas y patrullas de día y noche que protejan la diversión y eviten toda clase de excesos, por cuya razón nadie tiene necesidad de armas defensivas, garantidos como quedan, así pues suprimirán el de las blancas y de fuego, y el de garrotes o palos”.
Una vecina participante en el concurso de disfraces del Carnaval de Baza.

Baza no tiene un Carnaval de características propias. Unos años atrás se decantaba por los concursos de chirigotas, en los que las letras siempre jocosas hacían mella en los sucesos locales y en los regidores de la ciudad; pero una una fiesta que aún no estaba consolidada en la ciudad, se abrió a los otros pueblos, ocasionando el desánimo de los que habían pasado días y días trabajando para crear un buen vestuario y una pegadiza letrilla, y que veían como luego los premios se iban a zona foránea. A esto se unió la ruina del Teatro Dengra y una censura sibilina a las letras… ¿democracia?.

Unas y otras cosas dieron traste a un incipiente Carnaval, al que deseamos pase felizmente este sarampión, y que sólo sea un parón para seguir creciendo y sobre todo para decantarse en el modelo que quiere que se siga en la población de Baza.