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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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EL SARASA

Artículo publicado en la sección Imágenes y Recuerdos, del desaparecido Boletín de Noticias que editaba el Ayuntamiento bastetano, en su edición de agosto de 2005

Tendría entre los 15 o los 17 años y era alto, delgado, tez muy blanca, y pelo muy negro con unos andares muy “garbosos”, como se decía entonces. De cuando en cuando, lo veíamos pasar con la tabla del pan sobre la cabeza, y es que los recogía  de las casas en las que lo amasaban, para cocerlo en el horno de su madre.

Entre la tabla y la cabeza se ponía un pequeño rodete de tela. Mis tías, Rosario y María, eran de las clientas que amasaban en sus casas el pan, le marcaban su sello, que era un dibujo en un latón que una vez hechos los panes o roscas, se dejaba señalado en la masa fresca. Más de una vez las veía amasar, y entonces nos preparaban un hornazo para nosotros o unos buenos bollos para la merienda. A todo se le ponía la marca, así no había error de a quien pertenecía.

Me llegó su historia a través de mis primos: no era maricón, era sarasa. Su afición le venía de su padre, que había sido un gran cantante, y un aficionado al teatro y a la zarzuela en el pueblo. Tenía trajes del mismo, y le gustaba ponérselos, y cantar como lo había hecho su padre, años antes de que los milicianos lo mataran (“por envidia” decía mi abuela, “porque era un hombre elegante, y cantaba como Angelillo”). Su padre había actuado bastantes veces en el Salón “Las Vistillas”. Había formado compañía de aficionados a la zarzuela. Pero sobre todo, era conocida su afición al cante y su voz parecida a la de “Angelillo”.

Un día le dijo a mi primo Nicolás que iba a “actuar” en la cochera de su panadería el sábado, que se lo había pedido la Boticaria que vivía enfrente de su casa y desde su reja podía ver la cochera perfectamente, y que le había hecho un regalo, así que todos iríamos gratis a verlo.

Las cosas de la vida, la hermana de “La Boticaria”, que era solterona, llegaría a ser mi tía, puesto que se casó con mi tío Juan, hermano de mi madre, siendo ya mayores, y retirándose a vivir a Abrucena.

Ese sábado, nos fuimos toda la pandilla a la cochera, nos sentamos en el suelo. Había puesto como un pequeño escenario con el fondo en alto, sobre unas tablas del pan y una cortina tapando el mismo.

Al poco, y cuando estaba ya la cochera llena, se descorrió la cortina, y salió al escenario, vestido de gitana. No era el mismo que conocíamos, parecía una verdadera mujer: los alegres movimientos, el moño del pelo, la peineta, las castañuelas, el giro que le daba al cuerpo, a las manos, era una mujer, pero sabíamos que era Ángel “el Sarasa”. Cantó algo de la Piquer. Las manos nos ardían de tanto aplaudir.

Hubo un descanso y se fue a arreglar para otra actuación, y al poco salió vestido de gitano con sombrero cordobés, chaquetilla ceñida corta, botas altas y faja roja. Cantó varias canciones flamencas y finalizó con una de Angelillo, dedicada a Dª Magdalena y a su hermana “La Boticaria”. Los aplausos hicieron que volviera a repetir una o dos veces, recuerdo los títulos de “El Tilín”, El farolero” y “La Mañica”, era la primera vez que los oía.

Cuando llegado a casa de mis abuelos le contaba a mi abuela lo del canto, esta se emocionó y subió al salón principal y dándole cuerda a la gramola, puso un disco de Angelillo. Era la canción “El Tilín”, con la misma voz y la misma emoción que le había dado “el Sarasa”. Un artista. Las ropas eran las de su padre, me decía mi abuela. Lo de este hombre fue un crimen. Lo mismo que los del cura D. Melitón y lo del fuego en el Salón “Las Vistillas”: no fue un accidente, lo hicieron para que el pueblo se olvidara del artista. Así se expresaba mi abuela, así lo recuerdo.

Años después, estando ya en Baza, a través de la Radio Askar, mis padres oyeron hablar de un cantante oriundo de Fiñana, que estaba en la Argentina, y al que llamaban Capelillo. Cuando les conté la anécdota del Sarasa, me dijeron que recordaban al padre. “Era buena gente, un gran artista, un buen hombre”, decía mi madre.  Se marcharon a Barcelona, la madre y el hijo, como tantos otros del pueblo.