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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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Dos anécdotas familiares

Artículo publicado en la sección Imágenes y Recuerdos, del desaparecido Boletín de Noticias que editaba el Ayuntamiento bastetano, en su edición de agosto de 2003

Santa Genoveva

En el año 1939, lo que era el convento de las Dominicas, en la placeta de la Cascada, se había transformado en un almacén de abastecimientos de productos de alimentación, era lo que se llamaba “El Comité”.

No quedaba rastro alguno de su uso anterior como Iglesia y en él habían puesto unos tablones delante de los camerinos, que hacían que la sal, los garbanzos y las habichuelas, que en aquellos momentos se repartían, no rodaran por el suelo.

Entrando a la derecha, había una mesita donde se presentaban los vales y se entregaban las órdenes de entrega; así, a mi familia le correspondía medio kilo de sal, un kilo de garbanzos y un kilo de habichuelas. Componía mi familia entonces mi padre, mi madre, tres hermanos: Juan, Antonio, yo y un recién nacido, Pepe Luis.

Llegó mi madre, acompañada de mi hermano Juan, y se puso en la cola, tras obtener sus vales.

Esperando que llegara su turno, entró un señor acompañado de dos criadas y se puso directamente ante la mesa en la que despachaban.

Ni vales, ni nada, entregó dos bolsas de tela y la llenaron una de garbanzos y otra de habichuelas, y un paquete de sal en bolsa de papel de estraza; LAS BOLSAS TENDRÍAN DE OCHO A DIEZ KILOS CADA UNA…

Nadie decía nada, pero cuando salió por la puerta una gitana que aguardaba el turno, igual que todos los demás, se hincó de rodillas ante un camarín vacío y abriendo los brazos en cruz decía que toícos íbamos a ser iguales”.

Esta frase quedó en mi casa como símbolo del nepotismo y abuso de poder, y así cuando comentábamos algún hecho parecido, y los hubo a montones cuando la leche en polvo, el queso americano, la mantequilla, etc., por parte de los dirigentes políticos, nos mirábamos entre los hermanos y decíamos …”ese es un Santa Genoveva”. Con esta frase nos habíamos dicho todo.

Segunda anécdota

En los primeros días del año mil novecientos treinta y nueve.

Por aquellas fechas, mi familia hacía bueno el refrán de “pasas más hambre que un maestro de escuela”. Paliaba, en parte, este certero dicho, los envíos que realizaba mi abuelo, desde Fiñana; así que de vez en cuando venía el hermano menor de mi padre, mi tío Manuel, con unas maletas en las que traía habichuelas, garbanzos, arroz, etc., en una y, en la otra, productos del cerdo. Con ello ayudaba mi abuelo Sebastián, las penurias de la época en mi familia.

Mi tío era, según el decir de mi abuelo, un buen mozo, aunque se comentaba que había salido un buen catador de vinos y de mujeres. Mi abuelo era más claro y decía que estaba pasando una racha propia de la juventud, la de borrachín y mujeriego.

El caso es que en una de esas venidas a Baza, a traer viandas, pues no había vino en mi casa, le dio a mi hermano Antonio dinero para que fuera al bar que había al principio de la calle Serrano y le trajera vino, pero le amenazó diciendo que no le aguaran el vino, que el agua aparte.

Llegó al poco mi hermano Antonio con dos botellas, una llena de vino y otra llena de agua.

A preguntas de mi madre, aclaró que le había dicho a la dueña de la taberna que en una le echara sólo el vino y en la otra el agua, pues mi tío Manuel no quería el vino aguado.

Fue mi madre a ver, a los pocos días, a la propietaria de la taberna, una señora viuda, y a pedirle disculpas. Pero la señora dijo que no las tenía que pedir, que había entendido que era cosa de niños. Se portó como lo que era, una gran señora.