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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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Dos recuerdos

Artículo publicado en la sección Imágenes y Recuerdos, del desaparecido Boletín de Noticias que editaba el Ayuntamiento bastetano, en su edición de diciembre de 2003

EL AFEITADO

Entre los temores infantiles, había tres que me llenaban de pánico al pensar en ellos.

Eran por este orden, el demonio, el tío Camuñas, y Santi el barbero.

El primero por el infierno, el segundo por el saco en el que nos podía llevar y el tercero porque mi tío Manuel les  dijo a mis tías que me estaban cortando el pelo, que le iba a dar una “perra chica” a Santi el barbero, si me cortaba una oreja, y una “perra gorda,”si me cortaba las dos.

Esto unido a que este barbero era el que  afeitaba a los muertos, y los adecentaba para su entierro... pues para qué quería más.

Pero en vísperas de ir a la escuela, y tras una enorme llantera en la que hube de decirle a mi abuelo el porqué no quería ir a la barbería de Santi, me cogió de la mano y me dijo que no me la soltaría mientras estuviese en la barbería.

Así que entré en la misma fuertemente cogido a la mano de mi abuelo y mis ojos vieron y grabaron la misma.

Un amplio local, con tres sillones, dos en madera y uno del que le decían “americano”, frente a sendos espejos. En las paredes, unos carteles de toros y unas vacías de latón para el afeitado y, al fondo, un fogón siempre ardiendo.

Cruzaron una tabla, sobre  los brazos del sillón y me sentaron en la misma; mis pies sobre el asiento del sillón, del que habían quitado un cojín. A mi lado y sin soltar la mano, mi abuelo.

Todo fue bien y nada de lo pronosticado por mi tío Manuel se hizo realidad.

Recuerdo esta barbería por el hecho, no ya por la vacía colgada en la pared del tiempo del Quijote, sino porque estando pelándome, llegó a afeitarse y a pelarse un señor muy mayor y muy chupado de cara y le sacaron de la olla que tenía el agua hirviendo un huevo de madera, y se lo pusieron en la boca para rellenarle los carrillos y afeitarlo bien, quedando como nuevo y devolviendo después el huevo a la olla.

 

LOS TOROS

La corrida de toros de la feria, en la que se celebraba el centenario de la Plaza, ha dado mucho que hablar y eso que en la retransmisión por la tele se omitía gran parte del sonido ambiente que nos pudo haber hecho mucho daño como pueblo. Y quedó para los técnicos y críticos el capítulo de los toros y de la actuación de la terna.

En el diccionario hay muchos calificativos para lo que pasó esa tarde y creo que no se usaron todos, sólo una ínfima parte; pero la sabiduría popular los resumió en unos pocos muy certeros y muy exactos. No hay por qué transcribirlos.

Y viene este preámbulo porque la citada corrida me trajo a la memoria el primer festejo al que asistí, y fue por los años 44, o tal vez el 45, en la vecina población de Fiñana. Se celebraban las fiestas en el mes de agosto y se programó una corrida de toros. Mis dudas están en si lo fue por la celebración del V año triunfal o por la finalización de la Guerra Europea. Había gran animación y deseos de que todo saliera lo mejor posible.

Llegó el día; se hicieron los laterales con palos y se cerraba la plaza con dos carros. Sobre las empalizadas unas amplias plateas con suelo de esteras de esparto sobre las que se colocaron las sillas y con barandales con la bandera de España y unos preciosos mantones de Manila. Entre unos palcos y otros se cruzaron unas cuerdas con garruchas por las que se cruzaban entre ambos lados de la plaza, los jamones y las botas de vino como obsequio entre las familias. En las partes bajas, la general, o sea todo el pueblo que quisiera ver el espectáculo, en pie y sin llevar su silla, aunque se habían puesto unos troncos que servían de asientos corridos.

Guardo el grato recuerdo de ver los jamones y las botas de vino cruzar sobre la plaza por medio de unas cuerdas que se habían instalado entre los palcos, y que servían para cruzarse “invitaciones” entre un palco y otro. La terna la formaban unos torerillos de la época, que encendieron y enardecieron la fiesta. En el palco estaban varias señoritas llegadas desde Madrid, que acompañaban a la hija del General Saliquet, que presidía el festejo. Todas fumaban. Quedó en mi memoria el ambiente previo, la plaza, los jamones y botas cruzando la plaza y las mujeres que fumaban. Todo un acontecimiento.