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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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PISCINA LAS CONCHAS (I y II)

Artículos publicados originalmente en la sección "Memoria y opinión" de la revista "El Norte", en la segunda quincena de junio y primera quincena de julio del 2008


I

Hace calor, mucho calor. Estamos otra vez en julio, sin duda el mes de más calor en nuestra ciudad, aunque también la primera quincena de agosto suela ser agobiante. Es difícil luchar contra él; te pongas donde te pongas, las altas temperaturas te van atrapando. Intento buscar ese rincón preferido en el que pasar un buen rato leyendo la prensa, que tan buenas noticias deportivas nos trae, y tan malas económicas nos deja. Pero sólo hay una solución para luchar contra el calor. Un pensamiento me empieza a rondar la mente; me da vueltas y vueltas hasta que al final decido aceptarlo. Abro el álbum de los recuerdos y compruebo que el pensamiento tenía razón. En estos primeros días de julio se cumple la bonita cifra de cuarenta y un años de la inauguración al público de la PISCINA “LAS CONCHAS”. Aquel julio de 1967, los bastetanos y visitantes empezaban a tener un lugar donde poder luchar contra el calor.

La obra de aquella piscina en la carretera de Caniles acabó con este emprendedor, Manuel Gallego, totalmente entrampado, aunque lleno de satisfacción y lo más ufano que podía imaginarse. Había superado tanto las numerosas zancadillas como las normativas de difícil cumplimiento que me presentaron en el camino. Aún me acuerdo de ellas.

Caudal de agua propia, por lo que tuve que perforar y legalizar un pozo, las dimensiones, el aforo, la depuradora, el canal de vaciado rápido los vestuarios, los casilleros, los Lavapiés, las duchas, las casetas individuales, la caseta de primeros auxilios, el botiquín, los aseos… y, cómo no, tener que redactar hasta tres veces los planos, ya que a veces las normas de estos establecimientos públicos variaban con demasiada frecuencia.
Disponía aquella famosa y pionera piscina pública de una amplia zona de baile, rodeada por una pérgola y completaba su equipamiento con bancos, sillas y sombrillas de esparto. Técnicamente se describía como una piscina en forma de L, con trampolín en su zona de máxima profundidad (2,5 metros) y entrada en llano, con un mínimo de 0,5 metros. Cada uno de los “palos” de la L tenía una longitud de 25 metros y una altura de 0,50 a 1,25, los menores y de 1,25 a 2,50 metros los mayores. Como todo dependía entonces, finales de los años sesenta, del visto bueno y autorización del Gobierno Civil de Granada, con la piscina terminada tuve que esperar a la visita del arquitecto de este organismo para que me hiciera el preceptivo reconocimiento. Por fin recibí la ansiada documentación. Pero no acabó todo ahí. En este tipo de establecimientos interviene también Sanidad y, tuvimos que pasar un exhaustivo reconocimiento sanitario, tanto yo como las tres personas que figurábamos en el capítulo de “personal”, mis ejemplares empleados, a los que tanto recuerdo por su honradez, laboriosidad y lealtad: Fernando, Mariano y ramón. Y, cómo no, el magnífico electricista del que disponía en mi piscina, Enrique Torreblanca.
Finalicé por fin la obra con la instalación del agua potable para el bar-ambigú que en los primeros años lo gestionó Manolillo, el del Olimpia, el padre de Julio. Después vendrían otros buenos restauradores como el Cordobés, Daniel, etc.

Con todo resuelto, la piscina se abría al público bastetano en los primeros días de julio de 1967.

Es cierto, y contento estoy por ello, que di a Baza un establecimiento de categoría, con muy escaso tiempo de explotación al año (apenas tres meses), pero de mucha necesidad en una ciudad que estaba creciendo y en la que el calor siempre ha apretado en los meses veraniegos. Me siento orgulloso de crear en esta ciudad algo que precisaba y en el momento más oportuno. Y sin escatimar medios.

Hace ya bastantes años recordaba este rincón de la Baza que fue. Entonces terminaba diciendo que en este lugar se pasaban “frescas mañanas y gratas tardes de baile, al aire libre y con orquesta”.

Una magnífica solución contra el calor.

II

La publicación del artículo sobre la Piscina Las Conchas, en la pasada edición de El Norte, motivada especialmente por estos cálidos días de julio que vivimos, ha provocado que muchos bastetanos me hayan recordado, después de tantos años, que ellos “aprendieron a nadar allí”. Efectivamente, es cierto que uno de los fines sociales más relevantes que dejó cumplido la existencia de esta piscina en Baza, fue la enseñanza de la natación en la numerosa juventud que hasta ese momento no tenía un lugar donde poder hacerlo.

Realizando los ejercicios previos de calentamiento Y es que Baza sólo disponía en aquel entonces de unas pocas “balsas” privadas, en las que la natación era, más que un deporte, todo un riesgo cuyas consecuencias no siempre se medían antes de introducirse en ellas. Entre otras muchas, recordamos algunos emplazamientos.

Estaban la de “las ranas”, en el camino de la Fuente del Alcrebite; la de Joaquín, también llamada “de las Vacas”; la de “la Noria”, “la Molineta”, o las mismas Fuentes de San Juan y Alcrebite, en las que estaba expresamente prohibido el baño. Como digo, eran sólo eso, balsas de dimensiones reducidas. La piscina de Las Conchas disponía de 25 metros en el trayecto más largo o “de mayores” y 20 metros en el de menores.

Con la puesta en marcha de la piscina pública, pronto se vio la necesidad de realizar cursillos de natación, pues eran muchos los padres que lo pedían.

Por todo ello, se empezaron a impartir “Cursos de natación”, eso sí, por profesores especializados en la materia. Quien no recuerda a Gavilán, Granero, Cañabate, Sánchez y otros muchos que pasaron tardes y tardes enseñando, primero a flotar, luego a atravesar por el lado más corto la piscina (12 metros) y que eran recibidos como “héroes” al llegar al lado opuesto por sus padres y familiares, que ya tenían la certeza de que “habían perdido el miedo al agua, y que saben defenderse en ella”. Los jóvenes se tiran a la piscina para demostrar lo aprendido.
Dos de las medallas que se entregaban al finalizar esta preparación en Las Conchas. Dos de las medallas que se entregaban al finalizar esta preparación en Las Conchas. Al llegar a la meta, recibían una medalla como recuerdo. Más de uno me ha recordado que aún la guarda. Duraron muchos veranos estos cursos; según mis datos, se entregaron 520 medallas, lo que supone casi un aprendizaje de 40 o 50 menores al año.

Yo dispongo de algunos recuerdos fotográficos de aquellos cursillos, tal vez más de uno se reconozca cuando era niño. Feliz verano.

 

Uno de los monitores, Granero, en la entrega de las medallas a los jóvenes que iban pasando este curso de natación.