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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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Almanaques y calendarios

Artículo publicado originalmente en la sección “Última Página” de la revista “El Norte”, en la segunda quincena de enero de 2010.


Entre otras cosas, las celebraciones festivas con las que se viven los inicios de año, en este caso del 2010, también nos han servido para conocer que en el mundo hay distintos pueblos que se rigen o se han regido por otros Calendarios. Se trata, en definitiva, del cómputo del tiempo, una obsesión de todas las civilizaciones. Ya los más antiguos,  babilonios, egipcios, hebreos, helénicos, incas, mayas, e incluso los hindúes, han establecido su tiempo bien por las fases de la luna o bien por otros motivos astrales como los movimientos de la tierra alrededor del sol.

En el mundo actual existen tres calendarios mayoritariamente conocidos: el Gregoriano (debido a Gregorio XII), que se inicia en 1582 sustituyendo al Juliano (que databa del  año 52 a.C.); el Musulmán, que es en sí calendario lunar y que se inició el 16 de Julio del año 622 (con la Hégira); y el más antiguo en vigor, el Hebreo, que se puede considerar como “luni-solar”, y que se inició el año 3,761 antes de Cristo. De este modo, coincidiendo con nuestro 2010, los musulmanes viven su año 1.378 y los judíos en el 5,771.

“Calendario” es una palabra que procede etimológicamente de “kalenda”, que significa “cómputo del tiempo” en latín. Por su parte, “almanaque” es una representación simplificada de un calendario. Sea con una o con otra denominación, todos los pueblos han tenido siempre un  examen o análisis de las fases de la luna, de los movimientos de la tierra alrededor del Sol, o del nacimiento de las cosechas, llegada de los fríos invernales o de los calores veraniegos. Por cierto que estos “estudios” se han hecho, frecuentemente, por personajes singulares en cada sociedad: hechiceros, magos, astrónomos o científicos. Sus conocimientos en estas materias les hacían ser venerados por sus conciudadanos. Y todo porque eran ellos los que conocían y determinaban cuándo eran los tiempos de sembrar, cuándo llegarían los fríos o los calores a la tierra que habitaban con sólo mirar al cielo.

Como decimos, todos los pueblos han dispuesto de su calendario para el cómputo del tiempo sobre la tierra. Unos se han basado en los movimientos de la tierra alrededor del sol, y otros en los ciclos de la luna, por eso se les llama “solares” o “lunícolas”. Pero, realmente, ninguno ha sido exacto; siempre han dado algún error, algo que ya se ha corregido añadiendo a las divisiones del año (meses) unas fracciones de días.

Así el Gregoriano, por el que nos regimos en una gran parte del mundo actual, consta de 365 días y 6 horas, que en el computo de cuatro años, suman 24 horas, es decir, un día, que se le une al mes de febrero, con lo que queda compensado este error acumulado (siete meses de 31días, cuatro de 30 y uno de 28 (febrero) que en los bisiestos, pasan a ser 29 días. El nombre de los meses en este calendario ya venía dado por el Calendario de Julio Cesar, y este a su vez se basaba en el calendario griego, pero latinizado.

Tampoco el inicio de año se celebra en la misma fecha en todos los calendarios. Mientras que el Gregoriano tiene fecha fija, el 1 de enero, el hebreo no, pues es “luni-solar”, y por tanto intervienen el movimiento de la tierra y las fases de la luna. El  Islámico se inicia en nuestros días 10 o 12 de enero, por la fase de la Luna ya que es Lunar.

Como una curiosidad para nosotros puede ser considerado el calendario chino, pues además del computo “luni-solar” introduce 12 animales del Zodiaco (uno por mes) pero que al mismo tiempo predominan en el año. Por ello cada año se denomina con animales como tigre, búfalo, rata, conejo, dragón, serpiente, caballo, cabra, mono, gallo, perro y cerdo.

Además de estos calendarios generales y de larga proyección, las diferentes sociedades e incluso los diferentes gremios han venido estableciendo con el tiempo numerosos calendarios para regular otras actividades de la vida. De tal modo nos encontramos el calendario “escolar”, para conocer los días lectivos, las vacaciones, las fiestas; el “agrícola”, para las actividades propias del campo (destaca en este apartado el conocido como “El Zaragozano”; el “deportivo”, etc. Todos ellos se fraccionan en doce meses y estos en semanas, con la aportación final de cada uno en pequeñas.

Hablando de calendarios, también han sido creados o modificados por los más importantes movimientos sociales y revolucionarios de la historia. La Revolución Francesa creó su propio calendario y a los meses los denominó como “Vendimiario”, que se inicia en el 22 de  septiembre del calendario gregoriano, “Brumario”, “Primario”, “Nevoso”, “Lluvioso”, “Ventoso”, “Germinal”, “Floreal”, “Pradial”, “Mesidor”, “Termidor” y  “Fructidor”; cada mes recibe el nombre dependiendo del estado de la tierra agrícola. Estuvo muy poco tiempo en vigor. Incluso la Revolución Rusa intentó crear su propio calendario.

También hoy día subsiste otra forma de conocer en este caso el tiempo climatológico que va a hacer en base a las “cabañuelas”, basadas en un estudio y análisis atmosférico del tiempo pasado. Tienen mucha aceptación, tanta que, por ejemplo, este año la Caja Rural ha editado su almanaque, introduciendo en él una referencia a las cabañuelas para cada mes.