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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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LA  MATRACA

Artículo publicado originalmente en la sección “Última Página” de la revista “El Norte” publicado en la primera quincena de abril de 2010


Hemos dejado ya atrás los días de especial recogimiento, especialmente para algunos, en los que el tiempo, con su clemencia, ha permitido que el magnífico trabajo de los cofrades haya podido salir a la calle para dar vida a esta Semana de Pasión y Gloria.

Todo ha sido perfecto. Corresponde elogiar el buen hacer de todos los implicados  en esta Semana Santa bastetana, una semana para  la que se trabaja durante todo el año.

Han sido días, al mismo tiempo, de fiesta, en los que no han faltado las diversiones, el cine, las discotecas, la música, los helados y hasta el chocolate con churros. Vamos,  como cualquier otro momento festivo de cualquier mes del año. Sin embargo, la Semana Santa, en este sentido, no siempre ha sido así. Me vienen a la mente aquellos duros años cuarenta, en los que incluso estaba prohibido oír música por la radio. Evidentemente, no había cine, ni espectáculo alguno en los días de mayor conmemoración, esto es, Jueves y Viernes Santo. Tanto es así que ni siquiera se escuchaban las campanas de las iglesias. Mis padres decían que “hoy sólo se escuchan las matracas, aunque las de aquí las quemaron, o las destruyeron en  la Guerra.”

Y es que nuestros padres y abuelos sí conocieron y oyeron el sonido de este singular y extraño instrumento, en el que la madera es su principal materia prima. En definitiva se trata del golpeteo de una bola, sujeta una cinta de cuero, sobre un trozo de madera. Aunque en realidad no era una sola bola la que golpeaba, había un mínimo de cinco o seis en cada una de las cuatro partes en las que se dividía el instrumento. El artefacto se giraba por medio de un manubrio o eje central, y las bolas golpean, con un ruido seco y apagado, lúgubre pero muy repetitivo, que, en realidad, atormentaba la cabeza al poco de iniciarse.

El integrismo religioso de lo cristiano en aquellos días y tiempos anteriores, hizo que se impidiese el toque de campanas en los dos días claves de la Semana Santa. El tañido de la campana es un toque que llama a los cristianos a la Iglesia, para la celebración del rito de la misa, y también para comunicar el fallecimiento de un hermano en la fe cristiana. Pero hay unos días en el Calendario Religioso, en los que no se celebran ni el rito de la Eucaristía, ni entierros.  El Jueves Santo y el Viernes Santo. Por tanto, para convocar al templo a los fieles en estos dos días en el Calendario Cristiano, se utilizaba este instrumento, LA MATRACA. La razón era muy sencilla; en estos dos días, en los que se conmemora la muerte de Jesús, no se podían tocar las campanas llamando a los fieles cristianos a los servicios religiosos, pues la campana tiene un sonido placentero, alegre, de fiesta y celebración.

Fue entonces, ante estas circunstancias, cuando aparecieron las “matracas”, estos instrumentos rústicos, que se colocaban en la parte superior de todas las torres de las Iglesias, y se les hacia tocar para llamar a los fieles a los oficios religiosos de estos dos días. Su sonido seco hacia de tañido con sus bolas de badajos. No era un sonido agradable, pero tampoco eran de fiesta los días en que se tocaba, aún cuando los tiempos hayan cambiado tanto que consideremos “fiesta” el Jueves y el Viernes Santo.

Situados estos instrumentos siempre en la parte superior de las torres, es posible que de aquí surgiera el dicho popular de “va a arder hasta la matraca”… cuando se declaraba algún fuego, este iba a llegar hasta la parte más alta del inmueble más alto.

Al igual que las campanas no se podían tocar durante estos días de Semana Santa en las torres de las iglesias, sucedía otro tanto con las “campanillas”, que en el interior de los templos indicaban a los fieles la postura que tenían que adoptar en cada momento de la celebración de la misa. Para solucionar este impedimento se disponía de las “carracas”, un pequeño instrumento de madera en el que un mango sujetaba el dispositivo que era una rueda dentada, dentro de una caja de resonancia.

De estos instrumentos sí que se conservan verdaderas joyas, ya que con los mismos se hicieron filigranas en las que mediante un conjunto de ruedas dentadas y de cajas de distinta longitud, se emitían curiosos sonidos cual si fuese un pequeño órgano.

Finalmente y recordando estos días de Semana Santa, diremos que los  únicos sonidos procesionales que se admitían era los producidos por las sordinas” que emitían lúgubres y tristes sonidos delante de cualquier procesión, y las “escolanías o capillas” que acompañaban a las imágenes con música religiosa.

Hoy los tiempos han cambiado, pero conviene recordar también lo que fueron anteriormente estas costumbres religiosas.