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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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EL CALLEJÓN DEL MESÓN

Artículos publicados originalmente en la sección "Rincones bastetanos" de la Revista "El Norte", en la segunda quincena de abril de 2011 


Aún sigue existiendo y esperemos que durante muchos años. Se localiza en la primera bocacalle que se abre bajando por la calle Alamillos, desde Caños Dorados,  a mano derecha. Antes, el rótulo decía “Callejón del Mesón”; ahora, aunque el indicativo sigue igual de desastroso y abandonado que siempre, le han puesto el apelativo de “calle”. Por un extremo está cerrado y por el otro se abren unas escaleras que lo acercan a la nueva calle Antonio Machado. Antiguamente su trasera daba a las huertas llamadas “privilegiadas”, porque se regaban con el caudal del Caz Mayor, sin control de horario ni de cantidad, “ la que necesitaran” decían sus privilegiados dueños. Hasta principios del siglo XIX, un modesto establecimiento llamado “Mesón de Antonio” daba albergue en la ciudad a gentes de escasos ingresos; en los bajos tenía cuadras, cocina y comedor, y en la parte alta quedaban los dormitorios, cuyas ventanas daban a las huertas.

Una tarde-noche llegó a su mesón un caballero. Vestía un poco más elegante que sus clientes habituales. Nada más verlo, pensó Antonio que se había equivocado, que tal vez  lo que iba buscando era la Posada de los Caños, que estaba unos metros más arriba. Pero un cliente es un cliente y el mesón hacia días que no recibía ninguno.“

Atienda primero al caballo”, le dijo el recién llegado, “viene rendido”. Antonio asintió y  agarrando al caballo lo pasó a las cuadras, a la vez que indicaba al cliente que en unos momentos lo atendería a él. Efectivamente, el caballo iba rendido; tenía pequeñas heridas en los ijares, como de haberle presionado en el camino para que corriera más y más. También notó que no le habían colocado manta alguna entre la  silla de montar y la piel del animal, que absorbiera el calor y sudor del roce. Habían tratado mal a un noble animal, que resopló aliviado cuando le quitaron la silla de montar de encima. Le puso un cubo de agua fresca y  el animal casi se atraganta. Le quitó las riendas y  lo acercó a un pesebre, tenía hambre, mucha hambre. “Vaya paliza que te han dado, aquí te dejo, y en cuanto  acomode a tu amo, vuelvo para arreglarte mejor a ti”. El caballo pareció entenderlo cuando le pasó la mano por el cuello dando un resoplido de agradecimiento.

Poco equipaje tenía el caballero. Allí estaba sentado en la mesa del comedor y  la mujer de Antonio, la mesonera, ya le estaba sirviendo. “Ha pedido huevos, patatas fritas y chorizo”, dijo a la vez que se entraba a la cocina. Hambriento caballo, hambriento caballero, y escaso equipaje, sólo tenía dos maletines que dejó junto a la silla.

 “Cuando cene, le enseñaré su dormitorio”, dijo Antonio dirigiéndose al cliente. “Ya me lo ha enseñado la mesonera, ahora le ruego que atienda bien a mi caballo, pues quiero salir a primera hora de la mañana”. “Bien, señor, pero si me lo permite, le diré que se han olvidado de la manta que debe de llevar el caballo entre él y la silla de montar, es muy necesaria para no dañar al noble animal”. “Póngale usted una mañana a primera hora y no se preocupe del precio, le pagaré en el acto lo que cueste. Así que notaba yo que el animal iba  a disgusto”. Volvió Antonio a la cuadra, con un cubo, un cepillo basto y con la intención de darle una friega para que descanse bien en la noche, así podrá servir mejor.

Amanecía. Ramona, la mujer de Antonio, había llenado un cántaro en los Caños Dorados y puso el otro a llenar cuando una criada de la Posada de los Caños la saludaba y decía. “¡Vaya nochecita que hemos tenido! Vino la Guardia Civil buscando a una persona que se suponía estaba en la  posada  durmiendo y nos han levantado a todos. Se ve que están buscando a un hombre que es el secretario del Ayuntamiento de un pueblo de aquí cerca y que se ha llevado todo el dinero que ha podido, y le siguen los pasos”.

Ramona nada dijo, y despidiéndose de su amiga llegó con el agua a su mesón.

- Antonio, es posible que tengamos un problema con el  huésped que nos llegó ayer tarde. Están buscando a un señor que se ha quedado con todo el dinero de un Ayuntamiento. Así que lo mejor es que le prepares el caballo, le cobremos lo que nos debe y nos lo quitemos de encima por si acaso es el que buscan. Anoche la liaron los guardias en la Posada de los Caños y me lo ha contado Luisa, una de sus criadas, mientras llenaba los cántaros en la fuente.

- Tenemos la cena, la habitación y el cuidado del caballo. También hay que cobrarle una manta vieja que le voy a poner al pobre animal bajo la silla de montar, pues lo traían sin ella.

- Bien, mientras yo arreglo al animal, dale unos golpecitos en la puerta de la habitación, para que se despierte, y prepara un buen desayuno para cuando baje, porque si es este el hombre que buscan otra cosa no, pero dineros si sabemos que trae, y a nosotros nos interesa que se marche lo antes posible de esta casa.

Dicen quienes guardaron esta historia, que le mesonera subió para despertar al viajero en el mismo instante que entraban en el mesón los guardias civiles, a los que salió a recibirles Antonio. Y que mientras se saludaban y exponían el motivo de la visita, Ramona, advirtió al perseguido, a quien le dijo que podía saltar por una ventana y huir a través de las huertas. El fugitivo así lo hizo, llevándose sólo un maletín y diciéndole a la mesonera que le guardara el otro, que volvería a recogerlo, así como al caballo.

Saltó el cliente por la ventana y huyó a través de las huertas. La mesonera bajó rápidamente y oyó decir a su esposo a los guardias que a su mesón no había llegado cliente alguno en el día anterior, a la vez que invitaba a los guardias a tomar un buen desayuno, un plato de huevos y chorizo y un buen tazón de leche. Que cuando se despidieron los guardias, ya habían pasado más de dos horas de alegre charla con el mesonero y mesonera.

Pasados unos meses, el matrimonio se marchó a Almería, adonde compraron una Posada, a la que le pusieron el nombre de “La posada del Secretario”. Ellos  sabrían el por qué de este nombre.