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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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EL CAUDILLO DE BAZA
Zarzuela original en cuatro actos

Artículo publicado originalmente en las páginas centrales de la Revista "El Norte", correspondientes a la primera y segunda quincenas de abril de 2008 

Primera parte

En pleno auge de la zarzuela, más conocida en nuestro país como “género chico”, el prolífico escritor de libretos don Luís de Olona, nacido en Málaga en el año 1823, tomó uno de los muchos romances moriscos que se escribieron con motivo de la definitiva “Toma de Baza” por los Reyes Católicos. Con ese tema escribe una zarzuela basada en estos amores de cristianos y moriscos, aquellos que quedaron habitando esta ciudad y su sierra, tras el cuatro de diciembre de 1489. Su título, “El Caudillo de Baza”

Le pone música a este libreto el insigne músico don Emilio Arrieta y se estrena el día 22 de enero de 1863 en el Teatro Principal de Barcelona. Desde las primeras representaciones, la obra obtiene un gran éxito y la compañía que dirigía el actor don Luís Carbonell, se desplaza con posterioridad a Valencia, y en el mismo año, a las ciudades de Madrid, Burgos, Bilbao, y otras del norte de España, acompañándole en todas ellas el éxito.

Portada del libreto de esta zarzuela El elenco que integraba esta primer compañía que estrenó Zarzuela “El Caudillo de Baza” lo formaban Dª Adelaida de la Torre, que interpreta Zelia, la morita hermana de Hacem, enamorada desde chica del adalid de los moros de la sierra de Baza, Zaide, que es el personaje que interpreta don Luis Carbonell. Hacem es interpretado por don Manuel Soler; Dª Teresa Iztúriz, interpreta a Isabel, joven cristiana hija del Conde de los Arcos, Gobernador de la Alcazaba y ciudad de Baza, que está siendo cortejada en amores por el morisco Zaide, y al que corresponde. Interpretaba a Andrea, aya de la joven Isabel, Dª Carolina Luján. El Conde es interpretado por el actor de carácter don Antonio Mallí. El personaje Alférez está representado por don Domingo Seguís.  Beltrán, el escudero del Conde que se enamora de Zelia, a tal extremo que arriesga en todo su vida por unos ojos morunos, es interpretado por Ricardo Allú. Otros personajes: Mulak, el viejo ulema, deseoso de venganza y atizador de la sublevación, Zamir y un Leñador fueron interpretados por, Jaime Fábregas, Manuel Arcas y Manuel Júdez, respectivamente.

Hay, además, un numeroso acompañamiento de comparsas: moros de ambos sexos, soldados castellanos, esclavas, aldeanos etc. “ El Caudillo de Baza” se encuentra por méritos propios entre las llamadas obras mayores del género.

La puesta en escena de esta obra nos muestra en todo momento una perspectiva de la ciudad de Baza, se sus fuentes, de sus casas, de sus ríos y arboledas. Solo el acto tercero se sale de esta imagen, pues la acción se desarrolla dentro de la población, en un día de feria y ante el palacio que ocupa el Conde Gobernador.

 

ACTO PRIMERO

El acto primero de “El Caudillo de Baza” se desarrolla en la verde campiña bastetana. Los actores se sitúan junto a un riachuelo; al fondo, una ligera loma, una ermita…  plácidamente atardece, se respira silencio y una apacible calma. Cuando acaba la música de la orquesta, es Andrea, el aya de Isabel, quien ante una rueca canta:
“Hilando, hilando, pasé la siesta y el sol muy pronto declinará.
Lo anuncia el viento de las montañas, que oliendo a flores cruzó fugaz.
En tu aroma de tomillo, te conozco, vientecillo.
Tu no vienes a la tierras, sino cuando el sol se va.
Hilando, hilando, y hora tras hora de tu frescura quiero gozar.
Te siento !si ! !Te siento ya ¡..mis pobres tocas acariciar”.
Recreación del escenario del primer acto

Entra en escena el escudero Beltrán, muy alegre y contento, y cuando  le pregunta Andrea el motivo de tal alegría, contesta:

- Ay qué gusto da el venir a la vega, tal cual está. Ay que gusto da lo que suelo allí encontrar.

Tras varios juegos con la toca del aya, se decide a contarle el motivo de su alegría, pero se lo dice contando de esta forma:

- No sepa nadie, que por la vega, voy tras la niña que me embelesa. No sepa nadie que su desdén !ay¡ es el premio de mi querer.

No queda conforme el aya y dice:

- Tanto rodeo, diome sospecha ! Algo me oculta¡ !Algo me niega¡ Pero mañana lo he de saber, pues a la vega lo seguiré.

Hay unos magníficos diálogos, en los que el aya, recrimina a Beltrán, no cumpla con sus deberes  religiosos, y este le dice que los moros no son mala gente, lo que escandaliza al aya, y Beltrán insiste en que las moritas tienen un mirar que seducen. Horrorizada el aya, descubre que está enamorado de una morita y que la encuentra a diario en la vega, por lo que se aleja de él invocando a santos y vírgenes, a la vez que aparece Isabel.

Halaga Isabel la bonita toca de su aya Andrea, y esta le contesta que a ella sí que le tienen envidia las flores, por su color de mejillas, lo buena hija que es y como surcaron sus mejillas las lágrimas cuando el señor Conde, su padre, hubo de partir.

Se alarga este diálogo, por lo que se conoce que el Señor Conde, ha buscado a su hija para casarla al muy noble Marqués de Moncada, y que al mismo ya la ha prometido, a lo que Isabel dice que acatará el deseo paterno, pero que se siente atraída por un desconocido que está llegando a su corazón y lo llena de zozobra. Intenta el aya quitarle esos pensamientos y juntas se dirigen a la ermita, mientras Isabel, mira a derecha e izquierda, y suspira.

Entran en escena los hermanos Zelia y Hacem, y se sientan a descansar a orillas de la fuente. Pregunta Zelia a Hacem las noticias que trae de Granada y este dice que son malas pues el Rey Cristiano la ganó y no hay queja de ello, ni indicios de sublevación, quedándose Zelia al poco dormida.

Llega en eso Zamir y, tras saludarse, pregunta si ha visto a Zaide.

- ¿Qué es de Zaide? ¿Dónde está? Nadie lo ha visto. El hijo de nuestro antiguo Rey, no se apresura a vengar la muerte de su padre.

- ¡Ten la lengua! -le dice Hacem- cuando llegue el momento, Zaide bajará de las montañas y nuestros hombres se darán la señal unos a otros, si divisan por los caminos gentes armadas y, cuando llegue esa noche, los nuestros penetrarán victoriosos por los antiguos muros de Baza.

Dejan a Zelia durmiendo al ver que salen de la Ermita Isabel y su aya, quienes encuentran a Zelia durmiendo; al despertarla, esta llama a su hermano Hacem, a lo que el aya cree que está llamado al demonio y quiere irse dejándola abandonada; pero Isabel logra hacerse con la amistad de Zelia, quien la desgrana su triste vida y su amor desde la infancia a un hombre que no la mira. Ese hombre es Zaide, de quien dice:

  Vestimenta de época de los personajes cristianos de esta obra.   Vestimenta de época de los personajes cristianos de esta obra.

“Nadie le gana en destreza,
ni hay quien en danzas le iguale,
ni hay en la tierra un mancebo,
más seductor y arrogante.
Queman de amor sus miradas,
no tiene igual su donaire
y es tan alegre su risa,
como la risa de un ángel.

Isabel se confiesa a esta nueva amiga, diciéndole como ha de respetar la decisión de su padre, casándose con la persona elegida por el Conde, su padre, y que siente dejar este pueblo y esta vega en la que ha pasado su infancia; y a las gentes que tanto ama, entre las que se puede incluir Zelia, como nueva amiga, y un enamorado que no conoce quién es, pero que le hace vibrar el corazón.

La llamada de su aya hace que se despidan, como buenas amigas y, al quedar Zelia sola, irrumpe Beltrán, quien al verla exclama:

- ¡Es ella!, la mora de mis pensamientos.

Autorización del censor de espectáculos Y tras un diálogo en el que él pretende y ella rechaza, han de separarse quedando Beltrán en ir hasta su misma casa a buscarla, a lo que le reta Zelia. Han de separarse, pues aparecen el aya y tacha a Beltrán de hereje, por hablar con la morita, pero zalamero Beltrán, la ayuda a recoger ropas y rueca, y se adentran en casa.

Al quedar sola, Isabel exclama:

- Para obedecer a mi padre, para obedecer lealmente al esposo que me destina... ¡¡haced que me olvide de este insensato amor!!

Aparece vestido de caballero cristiano el joven Zaide. Isabel duda, pero Zaide le toma de la mano y le dice dulcemente:

¿A donde mi tesoro, mi bien hermosa mía, a donde vais turbada, a dónde fugitiva?
¿No veis que ya la noche, tendió su sombra amiga?
¿No es esta ya la hora, que anhelo todo el día?
Con más amor que nunca, os vuelvo, niña, a ver!
!Miradme cariñosa, o muero a vuestros pies!

Isabel hace un aparte y exclama:

¿Por qué, ay de mí, por qué le amé?
¡¡Jamás por él sintiera la ardiente llama que siento aquí!!
Ay sal de mi pecho, pasión tirana que mis deberes sabré cumplir.
Pero al mirarle me muero.
¡¡Perdona, padre, mi frenesí!!

Hay un duelo de frases amorosas entre Isabel y Zaide, que se declaran amor mutuo. Al despedirse, Isabel le entrega a Zaide una crucecita de oro para que siempre la lleve y lo proteja, pero al pedirle el nombre a su amado, que aún no conoce, este le dice que no puede, por juramentos, pero que acepta la crucecita por amor.

  Vestimentas de época de los personajes moriscos de esta obra.   Vestimentas de época de los personajes moriscos de esta obra.

Llega la noche y, a la luz de la luna aparece Zelia, entre la arboleda, y dice:

- Tened alerta, pues llegan por esa cañada tropas de opuesta bandera, con la cruz plateada, alerta que vienen todos en tropel, tras un anciano de noble altivez.

Isabel exclama:

- ¡Cielos, mi padre quizá! Huid, partid, ese anciano que llega es mi padre, tal vez. El mismo que ha concedido mi mano y ya ha dispuesto de mi amor.

Zaide protesta:

- No, eso no será, más ¿Cómo me lo ocultabais?

Isabel huye hacia su casa, diciendo nuevamente

- ¡Huid!

Zaide intenta seguirla, pero tropieza con Hacem, quien se asombra ante el traje de cristiano de Zaide y le pregunta qué hace allí.

- ¡Buscar venganza!

- Así se hará -dice Hacem- mas ahora huyamos, que contraria hueste se vio llegar, que el enemigo ya ha vencido en Granada y de regreso está. Amigos estemos alerta que sonará la señal.

Finaliza este primer acto huyendo ambos amigos a través del campo.

 

ACTO SEGUNDO

Recreación del escenario del segundo acto

Se desarrolla este acto en la pequeña aldea de la sierra de Baza, El Moro, en la que viven los hermanos Zelia y Hacem, así como el caudillo Zaide. Es un día de mercado y los hermanos están hablando de sus desdichas, cuando ven a Zaide con las ropas de guerrero envuelto en su capa y pensativo.

Zelia le pregunta a Zaide si es que ahora regresa, y este le dice:

- Otra noche de afán pasada en vano. En vano tantas veces volví. ¡Ah, sal de mi amor tirano!

Zelia replica:

- Ahora cesa mi vela, ahora me voy a dormir, sabiendo que a quien bien amo, ha regresado a su redil.

- ¿Por qué tú, mi Zaide, tienes tanta tristeza? ¿Por qué ese mal vivir? Antes danzabas en las fiestas, antes me llevabas junto a ti. Compartíamos nuestros deseos de tu grandeza y porvenir. Llorábamos ante la tumba de tu padre. Jurábamos lo íbamos a redimir. Sé que yo, pequeña cosa, no te convengo. Pero rezo por tu porvenir.

Son interrumpidos en el dialogo por Hacem y Zamir, quien dicen a Zaide que les siga, pues tienen noticias que darle.

Mientras, se inicia el mercadillo y en él los vendedores anuncian sus mercaderías:

“Leche y frutas, blanco arroz
Quesos y dátiles, dulces de Orán
Empanadas buenas, vengan acá.
Vecinos de la sierra, vengan acá.
Salid de las casas, y mirad acá.
Mis quesos mis frutas, mis dulces mirad.
Leche, frutas, blanco arroz,
quesos y dátiles, vean empanadas, vengan acá.”

Llega en esto a la aldea, vestido de moro, Beltrán, en busca de su amada Zelia. Haciendo un aparte, manifiesta la tunda que le darán si lo ven con ese traje, pero su amor por Zelia ha de soportar todo. Allí se tropieza con Zamir, quien le dice que si está dispuesto a alistarse en la guerrilla, para liberar Baza y, como duda, Zamir le tacha de traidor. A sus voces, pidiendo socorro, llega Zaide, quien lo defiende y se lo lleva. En un aparte, le dice que lo reconoce como el escudero de Palacio. Le pregunta por Isabel y Beltrán, le dice que hace tiempo que no sale de Palacio, que se siente triste y que todos dicen que es porque no se puede oponer al enlace que le ha buscado su padre, el Conde.

- Decidle a Isabel quien os ha salvado, Zaide, el Caudillo de Baza, y que también salvaré a ella.

Imagen idílica de la morisca Zelia

Zamir se les acerca y les dice que todo está preparado para la tarde, que se cundan los avisos entre la población. Zaide ordena llevar a Beltrán hasta cerca de la ciudad y dejarle marchar.

Los vecinos ven llegar al viejo Ulema Mulak, recitando versos del Corán y llamando a la guerra sagrada contra el infiel cristiano. Tomos le temen y le rodean, mientras canta:

Al arma habitantes, del llano y la tierra,
al arma volad,
que cunda mi grito de guerra.
a Baza vamos a liberar.
Talaron tus mieses,
quemaron tus flores,
el fiero enemigo,
tu vega asoló.
Venganza y guerra,
tremole el pendón.

Intenta Zaide apaciguarlo, pero Mulak le increpa si es que es traidor. Dice Zaide de quien es hijo y Mulak, reconoce que su padre fue un gran caudillo, muerto a manos del Conde de Arcos, actual gobernador de Baza, lo que lleva a Zaide a afirmar que cogerá la Bandera y marchará sobre Baza, pues todo está previsto. Zaide asegura que tiene previsto el alzamiento de todos los moros que hay dentro de las murallas de Baza, y que solo esperan su señal. Con motivo de su feria, se han introducido en la ciudad, numerosos moros vestidos de cristianos, que se unirán a los habitantes, y alcanzarán la victoria, en breves momentos. Pero que lo que es desea es dar muerte al Conde que llegará en esa misma tarde a la ciudad. No obstante dice que no quiere matarlo con puñal de asesino, sino con espada de combatiente. Todos gritan:

-¡ Esta noche, será la noche de nuestra victoria!

En otra escena, pasan las huestes del Conde, cerca de la Aldea de la Sierra y Zaide reconoce en una calesa a su adorada Isabel. Intuye entonces que todo el cortejo va a la ciudad a celebrar la boda. Teniendo un aparte con Zamir, le hace recordar que este le debe la vida y que debe de obedecerlo, que siga a la comitiva y que, si puede, que le diga a la joven cristiana que viaja en ella, que retrase en un día la boda, que se lo pide su joven enamorado. Y, para que vea que es verdad, le entrega la crucecita de oro que había recibido de Isabel, escena que ve Zelia, todo horrorizada.

Una de las escenas de la representación de esta obra en la ciudad de Málaga, a finales de los años veinte. “Zaide traidor, Zaide perjuro.
No lo creeré jamás.
No olvidaré lo que mis ojos han visto, ni mis oídos escuchado.
Ay infeliz de mí, tan cruelmente engañada.
Zaide perjuro.
¿Pero quién es esa cristiana a quien mi Zaide ama?
¿Quién es mejor que yo?
Ven hermano Hacem y quítame esta vida. Zaide ama a otra.”

- No hermana mía, aún me tienes a mí para vengar mi amistad ultrajada.

El Mulak llama a la lucha y, aunque Hacem lleva en la mano el puñal para matar de Zaide, cuando este lo llama para que se una a él para recuperar a Baza, arroja el puñal al suelo. Se unen todos en un coro, en el que se canta:

“Corramos, corramos, corramos a luchar.
El cielo, la victoria nos anuncia ya.
Protéjanos Alá, su amparo implorad.
De independencia y gloria brille el instante ya.”

El Mulak agita la bandera y, todos, sus armas. Mulak, Zaide, Hacem, Zamir y todos los moros armados corren con entusiasmo hacia el campo. El pueblo, que llena las calles, las azoteas, las ventanas..., los despide con aclamaciones y agitando sus brazos.

Mientras, Zelia se deja caer abatida sobre un banco de piedra.

Fin del acto segundo.

Segunda Parte

ACTO TERCERO

El escenario presenta una sala pequeña del Palacio del Conde. En el primer término una puerta, a la derecha, en ángulo, otra puerta que da a un patio, y centradas dos grandes ventanales, con rejas. En el fondo otra puerta,

Se inicia esta escena con la dulce música que entonan las esclavas, frente a Isabel, que  está pensativa y triste, por lo que el Conde, su padre, le pide que sea ella la que entone una canción que le alegre; Isabel, obediente, se levanta y canta:

A mi ventana, con blando arrullo
La dulce brisa llamando está.
Di que me traes entre tus alas,
brisa suave responde ya.

Las esclavas suspiran: ¡Ah ¡ ¡Ah!

Brisa que me robas su aroma al Prado,
Su son al río, su arrullo al mar,
Sin entrar te dejo por mi ventana,
cuando te alejes, dime ¿qué harás?

Las esclavas nuevamente suspiran: ¡Ah ¡ ¡Ah!

Agrada esta canción al Conde, que ordena marchar a las esclavas. Anuncia entonces a Isabel que no le extrañaría que su prometido llegase antes del alba. Irrumpe en este momento toda alterada el aya Andrea; el Conde le recrimina que dejase dos horas sola a Isabel, Esta le pide que no la recrimine y al oído le dice:

- ¿Lo has visto?

Y el aya contesta: “¡Sí!”

Entra el alférez y dice:

- Señor Conde, vengo a deciros, que la feria ha terminado y que el pueblo se entrega en estos momentos a la fiesta.

- Bien -dice el Conde- dejadlos gozar libremente, y que no se cause molestia a los forasteros.

El alférez apunta:

- He notado que nunca acudieron tantas gentes de la sierra, como en el día de hoy. Eso es señal d que confían en vuestro buen gobierno.

Hace el aya la observación de que en esta tierra nunca se está segura. El alférez advierte que le han asegurado que los montañeses traen bajo sus ropajes armas.

-¡Jesús! -exclama el aya- ¿por qué no lo habéis dicho al Señor Conde?”

- Es que me habría llamado visionario -responde el militar.

En este momento entra en la salita Beltrán, el escudero, que sigue vestido de morisco.

Pregunta dónde está el señor Conde.

- No os presentéis a él con este traje, os mataría.

- No me matará cuando sepa lo que vengo a decirle: que esta noche nos vendimian, que está preparado el asalto al Palacio, que nos van a cortar las cabezas, que no dejarán piedra sobre piedra.

Llega el Conde y Beltrán, inclinado ante él, le pide perdón por su vestimenta, pero le explica que gracias a ella ha logrado enterarse del complot urdido por los moriscos de la sierra, para recuperar la ciudad y volver a instalar en ella la Ley islámica. Reacciona rápidamente el señor Conde y llama al Capitán de la Guardia, y oficiales; ordena a Isabel a al aya retirarse y, reunido con sus oficiales, explica que:

- Conocidos los planes del enemigo, lo mejor es tenderle la celada, de forma que cuando inicien la revuelta crean no existen centinelas, se deje pasar a los cabecillas al patio y cerrando las puertas tras ellos, sea descabezada la rebelión. Esta amainará y los lugareños desistirán de los proyectos en los que les ha metido algún iluminado ulema. Que todos los guardias estén prevenidos.

Salen todos a cumplir con su cometido.

Entran en la salita Isabel, el Aya y la morita Zelia. Zelia expone que no ha podido dar el recado de Isabel, al caballero para quien le dio el mensaje, a lo que Isabel palidece y dice:

- Mi esperanza era verle en esta tarde, pero ella se desvanece. Sin embargo, me mandó un mensajero con la señal de amor que yo le había dado: es esta pequeña cruz de esmeraldas. Al entregármela, el mensajero dijo: “Él vendrá a salvaros”. Pero hay una duda que me inquieta. La última noche que le vi me contó que a una joven que conoce desde la infancia, le profesaba un sincero amor, pero que al conocerme ya no había más mujer que yo para él.

Zelia suspira y dice:

- Ya somos dos las mujeres abandonadas”.

En esto entra Beltrán y Zelia, se aleja y esconde tras una puerta. Beltrán explica a Isabel como los soldados de su padre han emboscado la ciudad, y que en el Palacio han dejado las puertas abiertas, pero están tras de ellas, para pillar a los cabecillas. Dice que tiene órdenes de su padre de no dejarla salir de la habitación, y que ha de cuidar de su vida. Ambos salen por una puerta.

Llegan a la sala de Palacio, ocultándose bajo sus capas, Zamir y Zaide. Dialogan:

- Hemos llegado.

- La fortuna nos protege.

- Nadie nos ha detenido a la puerta. Los guardianes estarían dormidos. Busquemos al gobernador y arranquémosle la vida con nuestras espadas. Pronto, a tu señal, los nuestros se lanzarán a la pelea.

Se abre una puerta y entra Isabel.

- ¡Sois un embozado!, exclama,

- Sois vos, Isabel, dice Zaide.

- ¿Así estimáis mi fama viniendo a este sitio y a esta hora?, responde Isabel. – Explicaos -dice tembloroso Zaide.

- ¿Qué hacéis vos aquí?

- Este es mi palacio.

- Entonces -dice tembloroso Zaide- vos sois...

- Soy la hija del gobernador -responde Isabel.

Mientras se produce una escena de amor, Isabel, que está toda extrañada , pregunta a Zaide:

- ¿Qué os asombra? ¿Por qué esa turbación? Pues aunque tengo un padre riguroso, el veros incrementa mi esperanza y amor.

Zaide hace un aparte y dice:

- ¡Desdichada y fatal la suerte mía! ¡Hora horrible y de dolor, mi acero se vuelve contra mí!

Dirigiéndose ya a Isabel:

- Si tu amor es grande, también es grande mi amor. Huyamos juntos, huyamos los dos.

En este momento entra Zelia y, sin dilación, se dirige a Zaide:

- De tus hermanos oye la voz. Ya rugen fieros en la rebelión. Salva a tu patria. Salva tu honor.

Continúa:

- Yo soy la que hasta ahora habías amado, has de elegir entre nosotras dos.

Zaide sale precipitadamente de la habitación e Isabel pregunta a Zelia:

- ¿Quién es ese hombre que ha tenido mi amor y ahora ha despertado mis recelos?

- Ese hombre es Zaide, ¡el caudillo de los moros de la sierra!

- Ese hombre, mi amante... un enemigo de mi Dios y de mi Patria... jamás - responde sorprendida Isabel.

Se oye el ruido de armas en la puerta por donde ha salido Zaide, e Isabel lamenta:

- Es su ruina, pues mi padre había descubierto el plan y será abatido.

Zelia e Isabel se dan las manos y se abrazan a la vez que pronuncian

- ¡El cielo nos proteja!”

Se cierra este acto con las llamas que se ven a través de los ventanales, así como peleas entre soldados cristianos y moros. Al rumor de las armas se unen los gritos de los contendientes y las palabras de Mulak, el viejo ulema, llamando a la guerra. Se van perdiendo las voces, a la vez que la música de la orquesta.

Fin del acto tercero.

 

ACTO  CUARTO

Se representa en un bello paraje de la campiña de Baza, Cae la tarde. El escenario tiene a su derecha un sombraje formado por una manta árabe sujeta por dos palos en sus extremos, a su izquierda, bajo las almenas de un derruido castillo, una ventana enrejada y una pequeña puerta claveteada. Al centro se avanza entre frondosas huertas cuyo final son unas lejanas montañas.

Cuando se levanta el telón, la orquesta está ejecutando unos compases y, al finalizar estos, un leñador corta unas ramas a un árbol. Bajo la choza está Zaide que no quiere que se le vea la cara.

El leñador mientras trabaja, canta:

“Derrotado y perseguido, por las sierra huye Zaide.
Sin parciales que le sigan, sin amigos que lo amparen”.

Se dirige entonces al hombre bajo el que se esconde Zaide y pregunta si le ha despertado.

- Difícil es dormir -le responde- con cama y almohada de piedra, aunque si eres soldado no son de extrañar esas camas.

- Dime leñador, ¿dónde aprendiste esa canción?

- Rara pregunta. Desde la derrota de Baza no se canta otra cosa por este país. Desde aquí se veían las llamas; besé a mi esposa e hijos y me fui a luchar con los míos. Con el alfanje desnudo entré en Baza, y me lancé a la pelea, pero estaba escrito que ganaran otra vez los cristianos. Tú se ve eres de los nuestros, pero debes de abandonar ese traje de guerra, pues los soldados cristianos andan por la vega y han hecho prisioneros a sus moradores, no se oyen mas que gemidos y llantos de angustia.

- Tú, guerrero, ¿fuiste de los que bajaste de la Sierra?

- Sí

- ¿Con Zaide?

-

Sale Hacem en este momento de debajo del chambado.

- ¿Qué dices? -pregunta al leñador.

- La verdad. Los soldados están invadiendo los campos y aprresando a los moradores. Como os vean con esos trajes de guerreros os apresarán.

- ¿Bajaste tú también de la sierra en ejercito de Zaide?

- Sí, yo le acompañé. Sabed además que han puesto precio a su cabeza.

-Lo sabemos.

- ¿Sabéis también que perdió a la mujer que amaba?

- ¡Zelia!

- ¿Cómo sabéis su nombre?

- Lo sé.

- Pues también sabrás que no falta quien diga que le había abandonado por una cristiana.

Hacem, no puede aguantar y exclama:

- ¡Lo calumnian!

- Eso creo yo -dice el labrador- pues engañar a la que por él mostró en Baza tanto heroísmo…

- ¿Qué sabéis?

- Pues lo que dice todo el mundo, que cubrió con su cuerpo el duro golpe que el cristiano iba a dar al cuerpo de Zaide y se abrazó tan fuertemente al enemigo que dejó a este tan asombrado, que dio tiempo a Zaide a recobrar su vida y su libertad.

- ¿Qué se dice de Zelia, leñador?

- Pues que está desaparecida, no se sabe si muerta o prisionera. Vosotros dos debéis de esconderos y a la noche huir. No os expongáis a los ojos que pueden veros desde el castillo. Descansad un poco y al llegar la noche huid. Descansad ahora que yo vigilo. Alá os guarde mancebos.

- Él te proteja, leñador.

Se aleja el leñador. Zaide se dirige a Hacem y dice:

- Sólo con mi sangre puedo pagar tanto sacrificio. Huye tú Hacem, yo quedaré aquí para cumplir un juramento. Buscaré a tu hermana, viva o muerta y le pediré el perdón que necesito para seguir viviendo. Huye Hacem, el camino hacia la sierra está libre, allí nos veremos.

Parte Hacem y llegan por el camino, Isabel, vestida de hombre, acompañada del ya y del alférez.

- Esta es la poterna, señora, aquí debe de estar

- Pues llamad señor alférez, que a vos os atenderán.

Llama el alférez y le contesta la voz de Beltrán, diciéndole que quién era y qué desea, a lo que el alférez pide alojamiento. Pero Beltrán se mofa de la petición, pues no es lugar para ello, sino para pasar la vida en prisión. Incomodada Isabel, pide al alférez que se aparte, que ella se descubrirá ante Beltrán.

- Habréis de quitaos ese traje antes.

En esta imagen y en la que cierran la página, algunas comparsas de las fiestas de "Moros y Cristianos" de nuestra comarca.

- Esa choza me servirá -dice Isabel.

Y al dirigirse hacia ese lugar, sale Zaide empuñando su alfanje.

- Antes morir que entregarme.

- Morirás aquí mismo -dice el alférez, desenvainando su espada.

- ¡No! -exclama Isabel, que ha reconocido a Zaide.

- Señor alférez, obedecedme. Dejadle en paz.

Obedece el alférez, aunque dirigiéndose a Zaide dice:

- Bien obedezco a mi señora, pero id a otro lugar a que te maten, pues a mí me han privado de ese privilegio.

Zaide, dirigiéndose a Isabel:

- Veo a vos, mujer en el hablar, aunque así vestida de hombre. Decirme vuestro nombre para saber a quien he de agradecer, esta merced.

- No necesitáis mi nombre, pero yo si necesito de vos un juramento.

- Decidme cuál.

- Habéis de devolved a la mujer que os amó desde la infancia, el amor que os robó un desvarío. Juradme le devolveréis la alegría y la felicidad.

- ¡Ah, ya quisieran mis ojos volver a verla para cumplir este juramento, pero me han dicho que murió allá!

- Eso no es cierto, está allí, en el castillo, sufriendo prisión. Pero partid, pues se acercan soldados y escuderos y os pueden encontrar.

- Decidme pues, señora, pues me suena vuestro acento...

- Huid. Huid ya, pero prometed que cumpliréis vuestra palabra, por el honor de un militar.

El ulema Malah

Se marcha rápidamente.

Vienen por el fondo cuatro ballesteros y el Conde, pero al ver al grupo del aya y el alférez, se desvía y oculta. Sale Beltrán de la poterna, y grita:

- Soldados, ¡firmes!”.

Hace un aparte y manifiesta al publico: “Qué bueno es esto de mandar”.

- No dejéis salir a ningún prisionero. Si tienen calor, que se ahoguen, pues al fin y al cabo, como tales moros en el infierno han de acabar.

Los pone de centinelas y entra y saca de la mano a Zelia. Esta le dice:

- Gracias por sacarme a respirar.

- Pues esta vez será la última -dice con zalamería Beltrán.

- Si tú lo dices, será. - Bueno -se ablanda Beltrán- saldrás cuando te de la gana, pero siempre a tu lado me tendrás. Menudo carcelero soy, aunque nunca quieras hablar de amor.

Haciendo un aparte: “Pobrecilla, creo que suspira”.

Aparecen por la puerta de la poterna un grupo de moritas y moritos, que rodean a Beltrán, mientras los ballesteros toman posiciones frente a ellas. Las moras se acercan a Beltrán, muy afectuosas y le cantan:

Moritas, gemir, gemir. Moritas llorar, llorar.
Cristiano, ser bueno tú y danos la libertad.

Los moritos, cantan:

Zamala, Zamala, tú ser gentil, tú ser galán.

Una de las moritas se acerca a Beltrán y le canta:

Zamalá, zamalá, morita a ti mucho te querrá.

Beltrán, entusiasmado:

- Yo no sé, yo no sé, qué me da, qué me da. Pierdo el pie, pierdo el pie, creo que voy a resbalar.

Mientras están en estos cantos, se acercan, Andrea, el alférez e Isabel y ven a Zelia. Tras varias escenas en las que las moritas le siguen cantando a Beltrán, este ordena que todas sean nuevamente encerradas, lo que hacen los soldados. Se acerca Isabel y este, sorprendido, exclama:

- ¡Santo Cielo! ¡Qué miro! Mi ama y señora acá.

Isabel, le toma de la mano y le lleva adentro de la poterna, saliendo con Zelia, que se la lleva bajo la choza.

Llega en esto el Conde con otros cuatro escuderos, acompañado del alférez. Dice el Conde:

- Gracias señor alférez.

- Señor Conde, sólo he cumplido con mi deber dándoos parte.

- No entiendo la conducta de mi hija. No entiendo nada de esto.

- No escaparán, señor Conde, tengo cercado el lugar -indica el alférez.

Se acercan silenciosos a la choza y oyen la voz de Isabel que le dice a Zelia:

- Aunque el amor nos hizo rivales, yo sería infeliz si no logro salvaros, pues a ti querida Zelia, te quiero como hermana, pues me salvasteis la vida, y a mi padre por la tuya he de rogar.

Oye esto el señor Conde y ordena que, de inmediato, los soldados recorran la vega, comunicando a los campesinos que ha dado el perdón general. Manda liberar a los de la poterna y ante tal orden, salen Isabel y Zelia de la choza y se arrodillan ante el Conde, quien las levanta y dice a Isabel:

- Perdono a todos y a ti, por la santa memoria de tu madre.

Zelia besa la mano del Conde y dice:

- Pues el cielo te concedió la victoria, déjanos vivir felices en nuestro hogar.

El Conde dice:

- Así será y que lleguen a ellos la fama de nuestro poder y clemencia.

Termina la obra con el canto final:

De honor y eterna gloria
el cántico elevad
a quien su victoria
laurel tan digno da.

Cae el telón, cesa la música y finaliza la obra.