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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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Descubrimos una obra literaria desconocida sobre nuestra ciudad

Ensayo histórico sobre la antigüedad, honores y privilegios de la muy noble y leal ciudad de Baza y pueblos de su Abadía (1855), de Juan Bautista Cassola (I)

Capítulo Primero

Artículo publicado originalmente en las páginas centrales de la Revista "El Norte", correspondiente a la primera quincena de junio de 2008 


Nada nuevo descubrimos si cuando hablamos de nuestra ciudad decimos de ella que es un emplazamiento milenario, de gran y rica historia, abrigo de numerosas culturas y con unas cualidades naturales que la sitúan entre las más beneficiadas de la provincia. Así se ha considerado desde siempre por todos aquellos estudiosos que se dedicaban a dejar constancia de estas características. A uno de ellos nos referimos en este artículo.

Con una diferencia nada menos que de ciento cincuenta y nueve años, más de tres generaciones, se publica la segunda gran obra conocida sobre la historia de la ciudad de Baza. La primera se editó en Madrid, en 1696, en la imprenta de Antonio Román. De ella es autor el insigne D. Pedro Suárez. Pero hemos encontrado una segunda referencia bibliográfica a nuestra ciudad, mucho menos conocida, editada y publicada en la vecina localidad de Guadix, en el año 1855; se convierte en libro en la imprenta de D. Pedro Flores y su autor es D. Juan Bautista Cassola. La primera, la de Suárez, lleva por título «Historia del Obispado de Guadix-Baza», mientras que la segunda, a la que nos referiremos en este artículo, se conoce como «Ensayo histórico sobre la antigüedad, honores y privilegios de la muy noble y leal ciudad de Baza y pueblos de su Abadía». En la primera obra que estamos nombrando, la editada en Madrid, sólo se habla de la historia de Baza en el libro tercero, mientras que la de Cassola se dedica casi por entero a la ciudad bastetana, dejando sólo al final unas páginas para los pueblos que abarcaba su Abadía.

La obra firmada por D. Pedro Suárez constituye una importante base, por no decir casi toda, para la obra mucho más conocida, «Baza histórica», de D. Luís Magaña, que supongo bien conocida por todos nuestros lectores. Pero la obra publicada en el año 1855 contiene datos que son desconocidos y que nosotros ahora vamos a dar a conocer a los seguidores de El Norte, datos y referencias muy curiosas que si las comparamos con la situación actual de la ciudad, nos dejarán a las claras las diferencias registradas e incluso el origen de muchas de las circunstancias actuales.

Esta obra literaria se inicia con una sentida dedicatoria a Baza y con una nota dirigida especialmente al lector; en ella se reconoce, humildemente, que algunos de los artículos son enteramente suyos, aunque el resto… Esto nos puede hacer pensar que además de las obras comentadas, en muchas otras se hablaría también de los bastetanos y su localidad, aunque fuera integrada en otras publicaciones.

Tras una introducción sobre la antigüedad de la ciudad en el que fuera su primer emplazamiento, hablando de sus sedimentos íberos, griegos, fenicios, romanos, vándalos, bizantinos y árabes, el autor nos describe, en su página 15, que «al fin del siglo IX, fue reedificada Baza por Suar-Ben-Handun, capitán de los árabes, que sujetó a la facción de los persas y sirios españoles, e hizo florecer la de los árabes mientras vivió. Amplió la población y estableció en ella la familia de los Cahthanistas, es presumible que dándole nueva planta del gusto arabesco. Fueron soterrados los monumentos romanos que perdonara la barbarie de los vándalos. Parece evidente que se refiere a la ubicación actual de la ciudad, y que lo que se enterró de anteriores civilizaciones fue en el antiguo asentamiento urbano del Cerro Cepero, la necrópolis próxima de Cerro Santuario y colindantes, un escenario que llega a formar un conjunto arqueológico de más de cien hectáreas de superficie, lo que da idea de la grandiosidad de la primitiva ciudad de Basti. No obstante, a raíz de las recientes excavaciones llevadas a cabo en el antiguo emplazamiento de la ciudad, se desdice en parte lo que se dice sobre el soterrado de «monumentos romanos»; más bien parece que tras ser abandonada la antigua ciudad, los restos de edificaciones abandonadas se fueron acumulando sobre los vestigios de anteriores civilizaciones.

La publicación hace mención al hecho de que Baza fue conquistada por el Rey castellano Alfonso, «El emperador», en el siglo XII, aprovechando las muchas discordias existentes entre los hijos de Mahoma; no obstante, nos cuenta también como esta gran ciudad volvió nuevamente a ellos, a los árabes, quedando sujeta al Rey de Granada, quien la gobernaba por medio de un Walí en toda su tahá.

Nos habla Cassola de la insurrección de la ciudad contra  el rey granadino Abalvalid-Ismael-Ben-Naser, en el año de 1312, y del nuevo sometimiento de ésta al rey granadino.

Como restos del largo cerco a la ciudad, impuesto por los Reyes Católicos, este libro nos indica que «aún se ven los vestigios de las tapias de tierra, con las que se fortificaron las estancias reales, y parte de la cerca que de uno a otro subía por donde viene el camino de Guadix, con pequeñas torres de trecho en trecho y por espacio de dos leguas para impedir los socorros que podían llegar de aquella parte; y también se ven algunos trozos de los muros de un fortín, que levantaron una noche los moros, sobre la fuente que hoy se llama de San Juan, para defender aquel nacimiento que proveía de  agua a la ciudad, protegiendo a la vez la subida de la cuesta de San Pedro Mártir».

Hace el historiador referencia al hecho de que en la ciudad «se tocan tres campanadas a la una de la tarde, y que el día 3 de diciembre, al toque de campanas, el Regidor decano de la municipalidad, acompañado por los maceros de etiqueta, enarbola y coloca el Pendón Regio de Castilla, regalo de los Reyes conquistadores de la ciudad».

También donaron, dice, las bombardas con las que se doblegaron los muros de la ciudad, y menciona que algunas fueron robadas por los franceses durante la Guerra de la Independencia, llevándolas a París. Descubrimos que unas fueron enterradas en la ciudad y otras pueden admirarse en el «delicioso paseo de la Alameda, que no pueden olvidar los que alguna vez han gozado de la frescura que ofrece su frondosa arboleda, y en ella se conservan las recámaras de algunos cañones, procedentes de la conquista. Otras armas fueron enviadas al Museo Nacional de Artillería de Madrid».

La magnífica obra describe en varias páginas las gloriosas luchas por la expulsión del suelo patrio del invasor  francés, y finaliza estos años con la satisfacción de la aprobación por la reina de un «Batallón de Cazadores de Baza» para perpetuar el nombre glorioso de la ciudad, y que es modelo en el bravo ejército español.

Si bien todos estos datos los podemos encontrar en las obras históricas que conocemos de la ciudad, hay sin embargo peculiaridades en este ensayo histórico que merecen ser citadas.

Merece la pena esta publicación, sobre todo por la detallada y minuciosa descripción que hace de la ciudad y sus alrededores. «Cuenta Baza dos plazas principales, que son la llamada de la Constitución, o Mayor, cercada de la semigótica Iglesia Colegial, las Casas Consistoriales, a la que se une otra fila de edificios particulares, el Colegio Seminario llamado de la Purísima Concepción y la Cárcel Nacional del partido; su figura tomada desde la línea que empieza en la posada pública de Manuel Guirado y termina en el muro que arranca desde la cárcel, pudiera llamarse un cuadro prolongado de ancha capacidad, pero descendiendo el espacio contenido entre los edificios situados por bajo de aquella línea, en contacto con el área de la plaza, su figura es irregular e indeterminada».  La otra plaza es la llamada de las Heras, hermosa y espaciosa, limítrofe al delicioso paseo denominado La Alameda, y en donde desemboca o termina el camino de Granada, es un cuadro completo, cerrando la línea desde la esquina de la llamada casa de la Luna a la de don Vicente Jiménez Fernández Granados.

Existen además las denominadas, de los Moriscos,San Juan, La Merced calzada, Santo Domingo, la Trinidad, San Francisco y Santiago, de figura irregular y menos extensas que las dos anteriormente explicadas.

Las calles se resienten del gusto árabe, estrechas y angostas, aun cuando alternan con otras más amplias, como las del Agua, Dolores, Monjas, Cabeza, Alamillos, Caños Dorados y Cava-Alta.

Las casas no tienen gusto arquitectónico definido, pero poseen muchas y completas habitaciones; algunas casas tienen pequeños huertos y jardines, así como patios envidiables en mejores poblaciones de la nación.

Las fuentes, o tomaderos públicos de agua, son distintas, curiosas y bien establecidas para facilitar y hacer más asequible su consumo. Distínguese sobre todas, la de Los Caños Dorados, por su abundancia y situación al frente de La Alameda, punto de reunión de toda clase de personas. Le siguen los de la Morería, los de Plaza Nueva (en los que la famosa mona vierte el líquido en sus dos tazas de la fuente), los de la Corredera, los tiros de la Calle del Agua, muy concurridos por estar junto a la puerta de Lorca y Camino del Levante, y los de la Plaza de Santiago».

Sobre fuentes y manantiales, hace referencia al desaparecido caudal que manaba en un huerto particular, enfrente del desaparecido convento de San Francisco, y del que dice que se encontraron estructuras anteriores al periodo de los árabes, y que constituía caudal permanente de la Rambla de los Alamillos.

Pendón real de la ciudad de Baza.

Tras alabar el fabuloso caudal de la Fuente de San Juan, la frescura de sus aguas, y la limpieza de las mismas, que llenarían de belleza los cuadros del mejor pintor, el autor pasa a referirse a un pequeño nacimiento llamado Fuente de la Reina, denominado así por el memorable incidente de haber estado en dicho sitio muy expuesta la augusta Isabel La Católica, a quedar prisionera de los moros, cuando con toda su comitiva hubieron de dar reñido combate en dicho lugar.

En la misma dirección, pero al Sur, dice que se encuentran las Siete Fuentes, «sitio decorado con todos los primores con los que la naturaleza llena sus lugares privilegiados, donde corren tranquilamente inmensidad de arroyuelos que descienden a fertilizar la ribera». Sobre este lugar, hace mención a que el Ilustrísimo Obispo Bocanegra tenía en estos lugares el descanso de sus apostólicas fatigas, y encontraba remedio a sus males bebiendo las cristalinas aguas de estas fuentes. Nos dice Cassola que las de Fuente Tapia y del Alcrebite, fuentes también muy reconocidas, merecen mejor atención, y las deja para otro espacio.

Se adentra el autor en el estudio y descripción de la Vega de Baza, y en el hecho de que son tierras unas de distinta feracidad que otras, siendo las más productivas las llamadas de «La Carrera», y que son de igual clase las de Pachán y Zalema. Manifiesta que los labradores echan muy de menos los abonos minerales que necesitan las otras tierras, que serían igual de feraces si dispusieran de limo o tarquín, pues riegan con aguas cuya pureza le viene desde origen.

En cuanto a las producciones agrícolas, expone que «A pesar de todos estos escollos, son abundantes las cosechas de trigo, cebada, centeno, maíz, mijo, garbanzos, habas, judías, cáñamo y lino. También se siembra algún alazor y poca barrilla. Hace mención al hecho de que en estas tierras se cultivó el azafrán, en tiempos de moros, pero que hoy ya no se cultiva. Las frutas son muy exquisitas, especialmente las cerezas, las peras de pinta, las ciruelas claudias, los peros de Loja, el melocotón, y las camuesas. El olivar se ha dado muy bien y se fomenta este cultivo, no así las naranjas, ni chumberas, por los fríos de los inviernos, y en cuanto a las moreras, nota el enorme descenso de su cultivo, antes tan floreciente. Posee un extenso viñedo, que constituye uno de los principales ramos de su producción y riqueza agrícola, hasta el extremo de que en el exterior se pone al público que el origen del vino lo es de Baza, dada la fama de sus caldos y para excitar el consumo.

Existen en toda su vega diseminados muchos caseríos, que se rodean de considerable tierra, frutales y viñas, y cuando el viajero llega a la cumbre que domina la ciudad en la dirección de poniente, desdobla su vista a un lienzo verde que se extiende hacia el levante, en el que, ocultos por los arboles, aparecen estos caseríos, cuya blancura mate de su exterior y el verde que le rodea, forman un conjunto admirable que encanta y embelesa los sentidos.

La parte más rica de estos cortijos es la situada en el campo llamado Jabal-cohol (voz arábiga que significa Sierra Negra), por la cercanía al elevado cerro de este nombre; está dividida en tres demarcaciones, o distritos, que dan nombre también a otras tantas diputaciones a cargo de honrados labradores con entera dependencia del Alcalde de Baza.

Una perspectiva general de los yacimientos de Cerro Cepero, donde se ubicaba la ciudad íbero-romana de Basti. El azarbe maestro, denominado el Azud, corre por este campo fertilizándolo; en sus alveos se crían grandes peces, que se  consumen con gusto por los labradores del circuito.

Dicho cerro de Jabal-cohol, si bien escuda, en cierto modo, con su inmensa mole y preserva de los estragos que ocasionan los vientos del norte, suele originar pérdidas considerables llamando a sus crestas las nubes que se forman en el famoso Calar de Santa Bárbara, en Sierra Nevada y otros puntos, y que esparce algunas veces el luto y consternación en los habitantes del campo. Es áspero, lleno de rocas y derrumbaderos, y a su pie se encuentran los célebres baños de Benzalema (de que haré mención en otro lugar) y en él termina por occidente la Sierra de Baza».

Precisamente en varias páginas describe la Sierra de Baza, de la que dice: «De esta sierra bajan los arroyos Galopón y Bodurria, que se juntan a una legua de la ciudad, al sur-este de la villa de Caniles, situada en el ángulo que forma su confluencia; desde allí corren unidos con el nombre de Guadalquitón (que debieron darle los árabes), hasta cerca de Benamaurel. Dos leguas al norte, se reúne con el Guardal, que nace en la sierra de Huéscar, donde empieza el Canal de Murcia, y recogiendo de paso por Castilléjar otro que viene de Galera, acreciéndose su caudal. Y ambos, Guadalquitón y Guardal, toman el nombre de Barbata (nombre igualmente árabe). Recibe los ríos Castril y Guadalentín, llamándose enseguida Río Grande. Uniéndose a dos leguas de Zújar con el Fardes, que viene con el río Guadix de Sierra Nevada, se enriquece tomando el nombre de Guadiana Menor, o Guadianilla, que corre y viene a confundirse con el Guadalquivir no lejos del puente viejo al oriente de Úbeda.

El Guadalquitón, que se encuentra al levante, a una legua de la ciudad, riega la hermosa alameda llamada de Lorca, poblada de esbeltos y copudos chopos, cuyo ramaje entrelazado impide el paso de los rayos del sol. Esta es la imagen que se tiene de la actual ciudad de Baza desde el Cerro Cepero, con la vega de por medio y la Atalaya de fondo.

Su extensión es de media legua, hasta la llamada Casita de los Guardas, albergue destinado a los que custodian el plantío por el gobierno. Sus márgenes son pintorescas, pobladas de frondosos árboles y arbustos que hacen apetecible la permanencia en ellas; y a sus inmediaciones radica la fuente llamada «del Loro», en el centro de un bosque de arbustos y árboles frutales, sitio tan delicioso que sólo puede compararse con los ponderados del Generalife. Parten de dicho río varias acequias que conducen el líquido fertilizador a los terrenos de la comarca, siendo entre otras notable la de la Retama, por su prodigiosa extensión y los beneficios que derrama su fecundación en una porción de terreno considerable que sin ella sería un secano improductivo.

Al norte de la ciudad, y casi en sus muros, hay dos fuentes que llaman del Alcrebite, por su olor a hépar o azufre en sustancia, con desprendimiento de gas hidrógeno sulfurado que las mineraliza, y que debieran llamarse aguas hepáticas.

Algunos restos de los antiguos Baños de Zamora, ubicados en el camino de la Fuente del Alcrebite, hoy ya ajenos a lo que fue un interesante pasado. Algunos restos de los antiguos Baños de Zamora, ubicados en el camino de la Fuente del Alcrebite, hoy ya ajenos a lo que fue un interesante pasado.

En sus inmediaciones y hacia la Ermita de Santa Cruz, se saca azufre de unas como bolsas que por ser muy puro y por la singularidad de la extracción, ocupa los gabinetes de los curiosos. Corren las muestras y vetas por el campo de Jabal-cohol, y vienen a engruesarse en Benamaurel, en cuyo terreno se hace tan superior que puede entrar en competencia con el mejor del extranjero.

Algunos restos de los antiguos Baños de Zamora, ubicados en el camino de la Fuente del Alcrebite, hoy ya ajenos a lo que fue un interesante pasado. El Gobierno, aprovechando las ricas minas que en su distrito existen, las laborea por sí, estableciendo una fábrica que surte la elaboración de pólvora. Últimamente arrendó la fábrica a varias compañías particulares». Algunos restos de los antiguos Baños de Zamora, ubicados en el camino de la Fuente del Alcrebite, hoy ya ajenos a lo que fue un interesante pasado.

Añade el autor que estas fuentes del Alcrebite, llamadas también «hediondas», se juzgan útiles para las enfermedades cutáneas, del mismo modo que los baños fríos llamados de Zamora, que son una derivación de dichas aguas, a corta distancia de ellas, situados dentro de una pequeña casa que sería de desear tuviese más capacidad para que disfrutasen con comodidad su bella situación los que se ven obligados a hacer uso medicinal de las aguas que encierran.

«Las aguas termales llamadas de Benzalema, y comúnmente de los Baños de Zújar, nacen al pie del cerro Jabal-cohol, al norte, no lejos del río Barbata, a dos leguas de Baza, y cerca de las ruinas del Castillo de Benzalema, que destruyeron los moros de dicha ciudad en el siglo XV, y todavía más cerca de una granja que allí tenía el Real Monasterio de San Jerónimo. Estos baños fueron muy frecuentados antiguamente. Pertenecían a la ciudad bastetana, pero fueron incluidos en el término que se señaló a la Villa de Zújar cuando se separó de la jurisdicción de Baza. No obstante la estrechez del sitio y las incomodidades que ofrece el apiñamiento de las reducidas habitaciones que sirven de albergues a los bañistas, no ha decaído la concurrencia a ellos, no sólo por la excelencia de sus aguas para toda clase de enfermedades cutáneas, nerviosas y asténicas, que reconocen países muy distantes, sino también que por la época en que se toman los baños, se convierten en un centro de animación y bulliciosa alegría, que es buscada con avidez. Hay algunas estufas construidas con arte y proporción para que ambos sexos puedan bañarse sin mezcla ni estorbo; y en la actualidad una empresa que los vecinos más ilustrados de Zújar han construido en la inmediación del antiguo edificio, otro que reúne las ventajas de comodidad y aseo que se echan de menos en el primitivo. También tiene el moderno la ventaja de presentar acopiados todos los comestibles necesarios, y bebidas y dulces, y hasta aquellos utensilios que el lujo y la elegancia necesita para los actos de la culta sociedad. En fin, que es de esperar que el acierto de estos señores eleve el nivel de esta clase de establecimientos a la altura que los de otros puntos de la península. Por disposición del Gobierno, se halla al frente de ellos el entendido profesor Don Antonio del Hortal, que regla con sumo esmero su recepción, y cuyo trato amable endulza los padecimientos de los concurrentes, a quienes asiste con prolijo cuidado».

Fuente del Alcrebite. El caño data de 1808. De las numerosas páginas dedicadas a la formación y composición de la Hoya de Baza, la obra de Cassola detalla «... un valle profundo y de gran extensión, rodeado al mediodía por la sierra de su nombre, al norte por las de Huéscar y Castril, al oriente por las de Filabres, y al occidente el Jabal-cohol». «Todo el fondo es una gran masa de légamo, sedimento de un gran lago que durante muchos siglos ha conservado sus aguas, pero que al ir retirándose arrastraron tarquín; en su descenso dejaron cañadas muy hondas». «El terreno es arcilloso mezclado de arena y cascajo, por donde se introduce el agua que separa fácilmente la tierra y la arrastra. La vega es muy llana, y el cultivo prepara otro suelo a las lluvias, las recoge y dirige para que no causen tanto daño». «Entre las capas de casquijo y arena son muy notables dos, que corren sobre la ciudad, en los recuestos inmediatos, de las cuales la más alta parece ser el punto más elevado del poso o légamo del lago.

La más inmediata a aquella corre horizontalmente desde la Fuente de San Juan, por el puerto del Abad, Cuevas de la Arena, y sigue descubriéndose en los montecillos que se descomponen sobre el camino de Zújar. Es una mezcla de guijarros silíceos, ya de cuarzo, ya de serpentina; una masa arenosa y silícea sobre la Fuente de San Juan; pero en el puerto del Abad están desunidos los guijarritos y la arena, y el banco se compone de capas diagonales, como si el movimiento de las olas les hubiese dado esa dirección. En las Cuevas de la Arena se encuentran unidos con un gluten débil y destrozos de conchas. Esta capa corre horizontalmente sobre las Siete Fuentes, Peñas Rodadas y otros sitios que se hallan a la misma altura.

En Fuente Tapia, sitio ameno al norte de la ciudad, rodeado de vides y con una purísima agua, que se desliza en declive que termina en el Copetín, se ve una capa de bucardos, o corazones reyados envueltos en arcillas. En el Barranco del Agua hay un gran banco de gres, con muchas conchas de diversas especies marinas; en el lugar de los molinos o Ribera existe mucha extensión de Tofo o Toba, y en el llamado Cortijo Quemado hay capas tan gruesas y firmes de yeso que es fama que los moros tenían allí el alfar de su cementerio labrando de él sus sepulcros».

La obra que estamos comentando analiza la zona de la Atalaya y expone como en ella hay, no lejos del camino real, una cantera de mármol, blanco y gris, mientras que en la sierra se encuentran mármoles negros con vetas blancas, y grandes bancos de pizarras. Describe, como curiosidad, el hecho de que unas aguas se dirijan a través del Guadalquivir hacia el Océano, y otras al Mediterráneo, teniendo en Las Vertientes el punto de arranque de estos distintos sentidos.

Un pequeño estudio sobre los vientos, y de la desigualdad en su temperatura, así como la pureza de su cielo azul, le lleva a la conclusión de que en invierno predominan los del Oeste, mientras que en verano son los del Sur y Sur-este, aunque son irregulares; y  que su variación les hace responsables de las lluvias, de que estas puedan o no descargar y regar el terreno. Resume diciendo de los vientos «que algo bueno dejan, pues hacen sano el país, y raras las enfermedades endémicas».

Cuadro pintado por Ramón Díaz Cruz desde el balcón de los Canónigos (camino de Granada) en la ciudad de Baza. Año 1849. Lectura de los edificios:
1.- Vista interior de la plaza de toros, .- Exterior de la misma. 3.- Escudo de armas de Baza. 4.- Vista exterior de la casa de don Ramón Zúñiga. 5.-- Fachada principal de la casa de Correos. 6.- Interior del convento de Santo Domingo. 7.- Fachada poniente de la casa de Correos. 8.- Exterior de la casa de administración de rentas.

9.- Exterior del Palacio Episcopal. 10.- Exterior de la casa de la ciudad. 11.- Insigne iglesia colegial. 12.- Exterior de la cárcel nacional. 13.- Exterior de la casa del marqués Arenales. 14.- Interior de los claustros de San Jerónimo.