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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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RAMÓN YESTE ALGARTE - 1ª parte

Artículo publicado originalmente en la sección "Con Baza en el corazón" de la Revista "El Norte", correspondiente a enero de 2012 

Ramón Yeste Algarte.

Nacimiento e infancia
«Vine a este mundo el día 5 de agosto de 1936 en Baza. Mi padre se llamaba Dionisio y mi madre Jacinta; vivíamos en unos bajos oscuros y húmedos, muy lóbregos, en la casa número 3 de la calle San Sebastián. Cuando llegué a este mundo mis padres ya tenían tres hijos: mis dos hermanas Concha y María y mi hermano, Francisco». Así ha empezado a contarnos su vida este conocido bastetano que protagoniza nuestro primer reportaje en esta nueva sección.
Ramón el día de su Primera Comunión De su vida de niño, Ramón Yeste tiene el primer recuerdo en la Plaza de la Merced, viendo como se preparaban la comida unos soldados en unas hogueras. Y es que allí, a los pies de la iglesia de la Piedad, es posible que pasara muchos días este niño que estuvo acogido en la casa de don Antonio Cánovas y su esposa Pepa, un matrimonio sin hijos. «Mi madre me dejaba con esta familia para irse a trabajar al Matadero Municipal. A este señor, que era contable en la fábrica de tejidos de los González, le debo el saber estar y comportarme en casa; yo  le llamaba «mi papa», porque a mi padre, del que recuerdo bien poco, lo dieron por muerto en la guerra y mi madre llegó a cobrar por este bulo una paga de viuda». «Sí recuerdo que un día apareció mi padre en casa, como si no hubiera pasado nada, aunque lo que entonces conocí de él fue que le sisaba el dinero a mi madre para ir a la taberna a gastarlo».
«La segunda casa de mis padres fue comprada por mi madre a la familia Dengra; estaba en la Plaza de la Merced, en un callejón sin salida".
"Esta casa sí era muy grande; tenía dos patios, tres cuadras, muchas habitaciones y solanas. Esta gran casa se la fue pagando poco a poco a sus antiguos dueños a base de venderles cerdos que criaba mi madre en las cuadras de la casa. En aquellos años de hambre, en mi casa nunca faltó de comer, por lo menos carnes, y como mi madre siempre estaba pensando cosas para mantener la familia, montó un horno en las solanas para amasar el pan, que era lo que más faltaba entonces; la harina se la proporcionaba a base de vender tripas saladas en Macael, por medio de unas sobrinas que vivían en aquel pueblo… las tripas le proporcionaban dinero y harina». Una imagen de la calle San Sebastián en la actualidad; falta en ella la casa donde nació nuestro protagonista. Jacinta, la madre de Ramón Yeste

Como la vida no daba para más, solo calzaba alpargatas. «Mis primeros zapatos los estrené a los siete años; en esas fechas empecé mis contactos con la música, me inicié en el trombón, y el Director de la Banda, don Enrique Pareja, tomó un buen concepto de mí». «Vinieron a mi casa años malos, pues mi madre sufrió un accidente y fue ingresada en una cama en el Hospital de Santiago. Había quedado totalmente inútil, y todo eran gastos. Luego vino la muerte de don Antonio Cánovas; su mujer, Pepa, quedó con tan poca paga que me dijo, con todo el dolor de su corazón, que no podía seguir con ella, que le había quedado muy poca paga, y entonces me acogí a mis hermanas, Concha, que ya tenía cuatro hijos y una suegra invalida. Para ella era una carga más. Mi hermana María ya atendía a mi hermano Francisco, aunque éste la daba un poco de lo que ganaba en los talleres de carpintería de los Jiménez».

Sus primeros trabajos.
El amor a la música.
«Fue mi cuñado, que trabajaba haciendo agujeros en la Sierra para plantar pinos, el que me llevó allí a trabajar por primera vez». Lo tenía bien claro. «Salí el primer día, sobre las cuatro de la madrugada, con un pico y una azada al hombro.

La Banda Municipal de Música de Baza en los años cuarenta, dirigida por Enrique Pareja. Entre ellos está Ramón Yeste Desde la Plaza de la Merced al tajo de trabajo había tres horas andando sin parar. Luego el trabajo, pico y pala, después una fiambrera en la que una pipirrana y un trozo de pan era todo el contenido, y finalmente, harto de trabajar y cansado de todo, otras tres horas para llegar a mi casa». «Mis manos, el primer día, eran unas ampollas, pero al cuarto ya eran pura llaga; en casa todos lloraban, lloraba mi hermana y lloraba yo porque no podía ir a los ensayos de la Banda de Música». En aquel entonces sólo tenía catorce años.
«Pero la suerte hizo que el director de la Banda de Música le preguntara a mi hermano Francisco, que también era músico, por qué no iba a las clases, y mi hermano le dijo que no lo sabía. Se enfadó mucho, porque decía que se había roto la cabeza en enseñarme lo que era un trombón, y todo lo concerniente al mismo, y ahora que me necesitaba no iba por la escuela. Entonces me presenté a don Enrique y le enseñé las maños todas vendadas y le conté lo que pasaba y cómo iba trabajar a los pinos para ganarme unas pesetas. Don Enrique me integró en una pequeña orquesta que tenía para tocar por los pueblos, así que me quitó de los pinos y me pagaba veinticinco pesetas de sueldo, que lo entregaba todo a mi hermana. Luego también me puse a trabajar en la Cerámica de Pedro Romo, en el puente de los Geas, así que ya tenía algún dinerillo para mí». Mientras todo esto le sucedía a Ramón, a su hermano Francisco lo llamó un amigo desde Barcelona y allí se marchó a trabajar en unos grandes talleres de carpintería.
Marcha a Barcelona.
El encuentro con su padre.
«Yo me animo también a irme a Barcelona, a la aventura; mis hermanas me dan el dinero que pueden y Pepa, que me quería como a un hijo, me dio cien pesetas. Con una maleta y una talega  en la que llevaba pan, chorizo, tocino y una lata de sardinas, cogí el  «Catalán» en la Estación de Baza, y en la de Barcelona me estaba esperando mi hermano, que vivía en la casa de unas primas mías. Nada más llegar me dice que me tengo que ir con mi padre, que está en Barcelona y que me tiene buscado trabajo donde él estaba».
Aún perdura en Ramón la afición por la música. Aquí lo vemos con unos amigos y con su trombón

«Fue para mí una decepción, pues tras varios años sin saber nada de mi padre, que nos había abandonado a todos al poco de regresar a Baza, ahora aparece en Barcelona y me quiere junto a él».

«A la salida de la estación me monta mi hermano en un autobús y nos despedimos. El coche de línea se aleja de Barcelona, carretera y carretera, hasta llegar a Igualada; allí transbordo, otro autobús, y más carretera. Cuando al fin el autobús paró se me cayó al alma. Pensaba morirme. Cuatro casas, unas bombillas que parecían candiles, y niebla, mucha niebla. Yo no veía a mi padre entre aquella niebla tan espesa que calaba la humedad. Al poco de bajarme del autobús apareció mi padre y nos saludamos. Así con mi maleta al hombro y sujeta con cordeles le pregunté a mi padre: ¿Dónde vamos? Me dice que a un pueblo que está un poco más arriba, y ese más arriba fueron una hora larga andando entre pinares y por unas cuestas empinadas a través de la niebla. Totalmente empapados llegamos a un caserón que parecía vacío, era muy grande, solo nos reciben dos perros, todos los que viven en la casa están durmiendo. Así en esta primera noche, cansado del largo viaje, muy mojado y sin comer apenas nada, comparto un mal camastro con mi padre». «Aquella noche recuerdo que lloré mucho, me sorbí muchas lágrimas en silencio hasta que me quedé dormido del cansancio… entre mis recuerdos de Baza, de mis amigos, de mis hermanas, tomé la decisión firme de regresar a mi pueblo».

«A primera hora mi padre se levanta para echarle de comer a los caballos; yo quedé en el camastro. Entró un señor bien parecido y amable que me saluda y me indica que me levante y me lleva hasta el comedor. Allí había otros dos niños como yo, y una señora muy arreglada que me da dos besos que me parecieron a gloria después de tanto penar. Había en la mesa comida abundante y buena, y después de bien comer, acompañé a mi padre en las tareas del campo. Hubo buena comida el medio día, y entonces vi a una hija del matrimonio dueño de la casa, era rubia y con los ojos azules, quedé alucinado con aquella belleza». No tenemos la foto de la masía donde vivió sus primeros días en Cataluña, pero seguro que no debió ser muy diferente a la que aparece en esta foto
Pero la ilusión le duró muy poco. Al día siguiente su padre le dijo que tenían que marchar al lugar donde le había encontrado trabajo; así que vuelta a desandar el camino entre pinares de la primera noche en tierras catalanas.
Otra de sus grandes aficiones es el fútbol, que practicó durante muchos años «Cuando dejé la casa en la que pasé mi primera noche, no sabía lo que era; después he conocido que era una gran casa que servía de alojamiento inicial a los que íbamos a trabajar a las masías más cercanas». «La masía en la que me había buscado trabajo mi padre estaba bastante lejos de esta gran casa. Cuando llegamos allí mi padre me presentó a los dueños de la misma, era un matrimonio que tenía una hija a la que le faltaba un brazo. Resulta que yo no me había traído la maleta, y allí no tenía más ropa que la puesta; tampoco me había traído mi cuchara, de la que no me desprendía nunca desde que me la dio mi hermana para ir a trabajar  a los pinos». «El dueño de la masía me acompaña a una viña y me dice cómo tengo que entrecavar las cepas, (aquí yo pienso otra vez en los pinos, en el pico y la azada y me dio frío en el cuerpo y en el alma). Cuando llega la hora de la comida vino mayor decepción, me pusieron una sopa servida en una lata que había sido de atún o de sardinas de esas redondas, era agua caliente con algunas sopas de pan duro. Pero la cuchara era peor, tenía hasta gastada toda la punta de tanto usarla».

«Pensé en levantarme e irme, pero tomé la primera cucharada y me dieron unas arcadas cuando aquello rozó mi paladar que devolví todo lo que me había comido por la mañana. Me puse para morirme. La familia me dice que ellos se tienen que marchar, que si quiero que me acueste. Como estaba tan malo les dije que sí y me señalaron una habitación en los bajos de la escalera. Cuando vi que el jergón era del siglo pasado y que estaba muy viejo y muy usado, les dije el matrimonio que estaba bien, que me iba a ir a la viña. Cuando ellos se fueron salí corriendo por el mismo camino que me había traído mi padre hasta la casa grande. Allí me encontré que mi padre había abierto mi maleta y cogido el dinero que llevaba en ella».

Mi llegada a Igualada.
Varios trabajos y reencuentro con la música.

«Se lo pedí y le dije que me largaba a Baza, pero me dijo que no, que iríamos a buscar trabajo a Igualada. Allí me llevó y en el primer sitio que buscamos, que era una cerámica, encontré trabajo. Mi padre se marchó y se llevó parte de mi dinero». «No tenía ni dónde comer ni dónde ir, así que las primeras noches las pasé cerca del horno de ladrillos. Pronto encontré donde dormir y donde comer, y una cosa mejor, encontré mi libertad, me sentía «libre», ganaba para vivir y a partir de entonces las cosas empezaron a irme mejor. Una familia, muy buena gente, me lavaban la ropa, la planchaban y me trataban como a un hijo. El «Conjunto Melodía» en Igualada, del que formó parte Ramón
Busqué donde seguir con mis aficiones a la música y encontré unos amigos y donde tocar. Los conocí cuando estaba viendo la Procesión del Día del Corpus y en la banda iba un trombón, como el que yo tocaba en Baza».
Algunos momentos del servicio militar de Ramón Yeste, muy vinculado al paracaidismo.

«Un músico de mi edad me indicó donde estaba el Conservatorio y allí me presenté, contándole al maestro de música que estaba solo y que si podía entrar en la Banda; me hizo unas pruebas y me obligó a ir todas las tardes a ensayar después de cumplir con mi trabajo. Después me enteré que esto era para que no estuviera solo por las calles, era un buen hombre. Allí formé parte con otros músicos de una orquesta y todas las semanas actuábamos en algún pueblo, y sobre todo en las salas de baile. Siempre teníamos trabajo. El nombre de la Orquesta era «Melodías de Igualada». Cambié de trabajo, y me empleé en una fábrica de tintes. Trabajando allí cumplí mis diecisiete años».

Orgulloso de haber encauzado su vida laboral, Ramón Yeste animó al resto de su familia en Baza a trasladarse a Cataluña. Allí todos encontraron trabajo y los menores de edad una escuela donde aprender los estudios básicos.

Un paracaidista, héroe en Sidi-Ifni.
«Un día, hablando con otros amigos, conocí que a los paracaidistas les pagaban sesenta pesetas diarias. Y fue dicho y hecho.
Como de todas formas tenía que hacer la «mili», había mucha diferencia entre cobrar cincuenta céntimos al día a cobrar sesenta pesetas. Pensé que si me llamaban a la mili yo no tenía familia que me mandara dinero, pues mis hermanas se estaban haciendo una casa cada una y estaban apretadas, así que no lo pensé dos veces, me alisté en Paracaidismo. Eran sesenta pesetas diarias». «En esta etapa logré tener amigos para toda la vida en mis dos aficiones favoritas: la música, con el Conjunto Melodías, y el fútbol, como integrante de un equipo que dio muchas buenas tardes». Algunos momentos del servicio militar de Ramón Yeste, muy vinculado al paracaidismo.
Algunos momentos del servicio militar de Ramón Yeste, muy vinculado al paracaidismo.

«Mis recuerdos de esta época también me llevan a los que fueron los peores momentos y los más duros, los cuatro meses que pasé en Sidi-Ifni. Lo que allí pasó es triste y largo de contar, muchas desgracias, mucha sangre derramada, mucho más de lo que en España se decía sobre lo que pasaba en este rincón de África».

«No fue tampoco mi paso por la «mili» un asunto desapercibido, ni para el Ejército, ni para mí, pues fue recompensado con más de una mención y una medalla al valor que me reafirmó en mi joven vida.

Como todos los de mi edad mencionamos el servicio militar como uno de los hitos o puntales de nuestra vida, yo acabo aquí esta parte de mi historia», que continuaremos en la próxima edición de El Norte.