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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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La Plaza de San Francisco

Artículo publicado originalmente en la sección "Rincones Bastetanos" de la Revista "El Norte", correspondiente a la primera quincena de mayo de 2012 


Desde la calle de la Cabeza, denominada así por la existencia en tiempos pasados de una pequeña iglesia dedicada a la devoción de la Virgen de la Cabeza, en la citada calle, y que fue derruida en el año 1805, desembocamos en la Plaza de San Francisco, conocida de este modo por haber existido en un lateral de la citada plaza el Convento de San Francisco, una de las instituciones monacales que legó a nuestra ciudad el primer señor de la misma tras su reconquista, don Enrique Enríquez, y su esposa, doña María de Luna.

Su construcción se inició sobre el año 1490 bajo la advocación del santo de Asís en su rama de monjes mendicantes.

La historia nos indica que fue una gran construcción en ladrillo y mortero, capaz para albergar a más de 35 monjes. Disponía de una iglesia en la que lo más importante eran sus capillas, donadas por benefactores que mantuvieron su esplendor; se reservaron los señores Enríquez-Luna la capilla del Altar Mayor, en la cual únicamente podrían ser enterrados miembros de su familia. Una disposición de 1509 dice así: «y que los frailes que son y fueren de aquí en adelante no pueden ni deben consentir que alguno otro allí sea enterrado». Doña María de Luna y sus administradores dejaban las cosas bien claras, que para eso las dotaban de tierras y útiles para su mantenimiento en el tiempo. Bóvedas y filigranas del antiguo convento de San Francisco Bóvedas y filigranas del antiguo convento de San Francisco

En total, fueron seis los benefactores de estas capillas, entre ellos los señores Pérez de Guevara y la familia Fernández de Córdoba y Figueroa; ni que decir tiene que todos se volcaron en lujo y esplendor en dichas estancias, en las que se reservaron el derecho de entierro tan apreciado en aquellos tiempos. Se sirvieron de tal servicio, entre otros, en el Altar Mayor, doña Teresa Enríquez, bisnieta del fundador, don Juan Luís de Zúñiga, tercer marqués de Aguilafuente, así como varios nobles y caballeros en las restantes capillas.

Por estas y por otras muchas circunstancias, tuvo este convento de San Francisco leyendas que le dieron fama y renombre y que yo mismo reedité en mi libro «Leyendas Populares Bastetanas».

La Plaza de San Francisco fue históricamente y aún lo es hoy día el nudo principal de las comunicaciones Norte-Sur y Este-Oeste de nuestra ciudad. En todas las administraciones públicas encontramos referencias a este emplazamiento, a su abandono, a la imagen que da a la ciudad, a la estrechez de sus vías de circulación.

En el siglo XIX se autorizó la construcción de las viviendas situadas frente al viejo convento que ya no era tal, sino que se había convertido en un parador, «El Parador de Levante». Frente a él estaba la rambla de Alamillos (o Alamicos), un especie de centro de perversión ciudadana, refugio de contrabandistas, gentes de mal vivir y «en cuyas riberas perdían la virginidad las jóvenes bastetanas». Todo este mal ambiente se consiguió extirpar autorizando la construcción de estas viviendas frente al convento y, posteriormente, permitiendo la construcción sobre la rambla a los propietarios colindantes sobre la cimbra que transcurría junto a la misma; se evitaron malos olores y malas imágenes sobre la zona, especialmente desde la Plaza de la Eras a la Plaza de San Francisco. A la vez se trasladó una pequeña fuente existente en este espacio hasta la Plaza de la Cascada.

Durante los dos primeros tercios del siglo XX, el edificio que acogió el convento de San Francisco fue la terminal de viajeros de la empresa «Maestra»; la empresa «Autedia» se localizaba en la entrada de la calle Alamillos. Aunque todo esto cambió radicalmente al inaugurarse la Estación de Autobuses en el año 1983 en la avenida Reyes Católicos.

El Parador de San Francisco o "Posada de los Simones". Posada-Casa de Postas y autobuses. Foto: 1935

Destruido el convento a mediados de los años setenta para edificar allí el actual bloque de viviendas, sólo se acertó a rescatar del mismo lo que fue el patio de dicho recinto, que se trasladó a la Alcazaba para su exhibición.

Su contemplación nos puede dar una idea cercana de la grandeza de este convento, del que también nos han quedado algunas fotografías anteriores a su demolición y del interior de sus capillas.