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Una sección de Sebastián Manuel Gallego Morales

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Sobre creencias y ritos funerarios

Artículo publicado originalmente en sección “Temas para la tertulia”, de la Revista "El Norte", correspondiente a la primera quincena de noviembre de 2014

Las recientemente celebradas festividades del Día de Todos los Santos y de los Fieles Difuntos, los pasados 1 y 2 de noviembre, respectivamente, fechas tan unidas a la tradición cristiana y a la creencia universal de la dualidad del hombre, cuerpo y alma, así como a la existencia de un mundo distinto a éste en el que se queda la envoltura material, nos lleva a proponer este tema como motivo para la tertulia.

Ya las más antiguas civilizaciones trataron de múltiples formas esta dualidad a la que nos referimos. Los egipcios, incluso, dejaron un libro-guía para desenvolverse de la mejor manera en el mundo al que accede lo que ellos llamaron nuestro «Ka», o alma. Solían dejar en la tumba, con el fallecido, este libro-guía, como obsequio al difunto, una gentileza ideal y una gran ayuda para el mundo de lo desconocido al que accedía su alma.

Momia peruana

En la cultura griega, totalmente ligada a la familia, el fallecimiento de un miembro de ella era todo un acontecimiento para el que existían unas normas muy rigurosas de cara al entierro. De tal modo, el cuerpo del finado era lavado y envuelto en sábanas, dejando la cara al descubierto y colocándole una moneda en la boca para «pagar» al barquero (Caronte) que lo llevaría, cruzando la laguna, al otro mundo. El fallecido era velado durante un día; después se iniciaba el traslado hasta el lugar donde iba a recibir sepultura, siendo llevado en parihuelas por los familiares más próximas y siempre fuera de los límites de la ciudad. Precediendo el cadáver, un grupo de «profesionales del llanto» (plañideras), acompañaba a los familiares con gritos y lamentos por la pérdida del ser querido.

Columbario No existía lugar de enterramiento o de incineración. La ceremonia podía llevarse a cabo en cualquier lugar del campo. Una vez concluida, las cenizas se depositaban en vasijas o bien se dejaban en el mismo lugar colocando sobre las mismas un pequeño túmulo de piedras o, incluso, plantando un árbol para que ese lugar no fuera profanado. El Imperio Romano, que tanto copió de los griegos, adoptó también estas prácticas funerarias, que, más o menos, fueron heredadas después por la civilización cristiana y, de ese modo, han llegado hasta nuestros días, con muy ligeras variaciones.

En otros continentes es tal la unión que se tiene entre el hombre y la naturaleza que, por ejemplo, las culturas Inca, Maya, Azteca y Olmeca encuentran el entronque de los dioses en las montañas, en los árboles, en la luna o en el sol. Y distinguen muy bien el mundo de abajo, o de los humanos, y el de arriba, o de los dioses, a los que ofrecen sacrificios para tenerlos contentos y obtener sus favores. Para ellos, los dioses están en todo y todo en este mundo tiene su alma. En lo referente a la muerte, no se desprendían de los cadáveres de sus familiares; unos los momificaban y otros los incineraban; en este último caso, las cenizas se guardaban en sus propias chozas en vasijas a las que se les ponían señales para identificarlos: padre, madre, hijo, abuelo, etc. Así han llegado hasta nuestros días momias y vasijas funerarias de hace siglos.

En Asia, la enormidad del territorio hace que no se pueda hablar de ritos unificados, aunque se podrían resumir en tres religiones fundamentales: Budismo, Taoísmo y Confucionismo. Todas creen en el más allá y, en el caso del Budismo, en la reencarnación del alma. Creen también en el juicio al alma por su conducta en este mundo y en el hecho de que las ofrendas de familiares le pueden servir para que ese juicio sea benigno. Otra de las características comunes es la gran unidad de la familia; incluso pueden llegar a vivir en un mismo domicilio hasta cuatro generaciones. La muerte de un miembro es sentida; se le suelen ofrecer grandes funerales, con monjes, bandas de música y otros acompañamientos que pueden hasta arruinar a un grupo familiar por su grandiosidad y derroche. Se considera una atención especial el regalar en vida el ataúd a una persona anciana o enferma, llegando a convivir con el mismo bajo la cama durante mucho tiempo. Las familias suelen tener un templo o templete particular donde honrar a sus fallecidos; a veces se trata de una habitación de la casa. Eso sí, transcurrido un tiempo, su recuerdo pasa a una tablilla en la que consta el nombre, la fecha de nacimiento y la de la defunción, que se guarda como árbol genealógico familiar.

En el subcontinente asiático, en la India, la multitud de creencias se mezcla con numerosos ritos funeraria. Así, los hindúes proceden a la cremación del cadáver y vertido de sus cenizas a la corriente de un río.

Los musulmanes emplean la inhumación con dirección a la Meca; los Parsis llevan los cadáveres a las «torres del silencio» para que la carne sea devorada por los buitres y los Parias simplemente arrojan el cadáver al río para que el agua se lo lleve y sirva de alimento a los peces y alimañas.

Cremación hindú.