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Yo nací en Granada hace ya cuarenta y dos años, aunque mis padres me inscribieron aquí en Baza, no podía ser de otra manera, yo soy de esta tierra, a la que desde mi nacimiento me enseñaron a amar, de esta tierra íbera son mis padres, y no sé las generaciones que la sangre que recorre mi cuerpo ha recorrido esta noble ciudad, no sé a cuántos años se remonta, pero sí sé que este amor mío a Baza, lo llevo en mis venas, igual que lo llevarán mis tres hijos, los tres bastetanos, a los que tal y como hicieron en su día conmigo, enseñaré a amar, a querer y a sentirse orgullosos, ya que al fin y al cabo esta tierra será la que cubra mis restos por toda la eternidad. Orgullosa siempre de esta hoya, donde ya los íberos dejaron para su historia, en una cámara funeraria, a la hermosa Dama de Baza y a su guerrero, tierra de valientes, en la que Cid Hiaya y los más fuertes y aguerridos de todos los granadinos, se rindieron sin perder su honor, ante los ínclitos Reyes Católicos, “Baza” gritó Enrique Enríquez, “Qué” contestamos tolerantes más de 500 años después, habiendo tenido el inmenso honor, ésta que os habla, de haber portado el pendón real, en honor a Santa Bárbara, en cuatro ocasiones. Orgullosa de esta tierra de la que la mismísima Virgen no quiso marcharse, ni aún viniendo Cascamorras, Piedad gritaba, dejadme en Baza, y ante ella nos postramos buscando su protección, Copatrona de este pueblo, a la que al escribir este texto me encomiendo como buena bastetana, ya que sin la Virgen de la Piedad, ésta que os habla, no es nada. Y esto es lo que váis a encontrar en mi pregón, no sé si será un pregón a la altura de lo que se merece la Semana Mayor Bastetana, no será un pregón lleno de términos cofrades, porque no sé qué significan, yo vivo la Semana Santa a mi manera, pero lo que sí os aseguro es que váis a oír el pregón de una bastetana que está orgullosa de serlo. “Porque tuve hambre, y me distéis de comer; tuve sed, y me distéis de beber; fui forastero, y me recibisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. Señor, ¿Cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer, o sediento, y te dimos de beber? ¿Y cuándo te vimos como forastero, y te recibimos, o desnudo, y te vestimos? En verdad os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos hermanos míos, aún a los más pequeños, a mí me lo hicisteis. Entonces dirá también a los de su izquierda: Apartaos de mi malditos, al fuego eterno que ha sido preparado para el diablo y sus ángeles, porque tuve hambre y no me disteis de comer; tuve sed y no me disteis de beber; fui forastero, y no me recibisteis; estaba desnudo, y no me vestisteis; enfermo, y en la cárcel, y no me visitasteis. ¿Cuándo te vimos hambriento, o sediento, o como forastero, o desnudo, o enfermo o en la cárcel, y no te servimos? En verdad os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños, tampoco a mí me lo hicisteis.” “El que quiera entender que entienda”. |
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Sr. Consiliario de la Federación de Cofradías, Ante todo quiero comenzar este pregón diciendo que es para mí todo un orgullo poder pregonar a la Semana Santa Bastetana, a pesar de que me haya arrepentido mil veces de aceptar este reto, aquí estoy ante vosotros, os pido perdón si no supiera llegar a vuestros corazones, no sé si estoy a la altura de tamaña responsabilidad, no esperéis de mi un pregón entendido en este mundo cofrade, menos mal que no todos somos como yo, porque no habría forma entonces de mejorar nuestra Semana Mayor, yo soy de las que si preguntan: ¿qué tal iba la procesión? Responde: rozando la perfección, todo estupendo, maravillosa; y es que no me fijo mucho en los detalles, tan solo en lo que esa Cofradía me hace sentir en mi interior. Es sentarme a escribir estas líneas y parece que huele a natillas y canela, oigo las prisas, los nervios, las risas, el vapor de la plancha, el no encuentro el escudo, el hilo, la aguja, la mancha de cera, el pruébate el traje, y si voy de mantilla, que quiere la niña ser costalera, que metas el bajo, que le queda grande, pídele a César la tela amarilla, no olvides los guantes… madre mía, madre mía … ¡como echo de menos a mi padre, de entre todos, el penitente más grande! Ya están en marcha todos los preparativos, tambores, cornetas, el pelo de punta escuchando a Roberto ensayar su saeta, limpiando los pasos, el brillo, la cera, sacando faroles, cambiando las velas, contando fajines que llevan al cielo la fe de esta tierra. Ya huele a incienso, ya está cerca, en estas semanas que quedan se van a oír las voces de los pregoneros en los atriles, las voces de los sacerdotes en las iglesias, las voces de los que rezan con saetas, se van a juntar las camareras, mimosas, entre enaguas y bordados, capataces, costaleros al ensayo, y las juntas de gobierno con los nervios desatados. Ya llega, Viernes de Dolores, para mí ya empieza, en mi segunda casa, los más pequeñitos se presentan ante su Niña María, convertida por Ricardo en reina, Reina del Dolor, por ver a Jesús el Maestro cumplir con su obligación. No les falta detalle, en este Vía Crucis, al Colegio de la Presentación; costalerillos, mantillas, horquilleros, saetas, el callejón del Almendro pequeño se queda, hasta suenan los sones de una corneta en una Cascada repleta, ya llega! “Fueron los discípulos e hicieron lo que les había mandado Jesús: trajeron la borrica y el pollino, echaron encima sus mantos, y Jesús se montó. La multitud extendió sus mantos por el camino; algunos cortaban ramas de árboles y alfombraban la calzada. Así llega el Domingo de Ramos, rememorando año tras año, la Entrada triunfal de Jesús en Jerusalén, desde hace bien poco tiempo, recreada en las calles bastetanas gracias al trabajo realizado por una gran Cofradía que es la de la Esperanza, nos reunimos gran cantidad de personas cofrades en la puerta de la casa de hermandad, con un nudo en el estómago pues cuando se entregue la llave, se abre la Semana Santa en esta hermosa ciudad de Baza. Qué recuerdos de Domingo de Ramos, la misa, las palmas, bien limpios y guapos, te ponía tu madre bien repeinado, a fin de cuentas, a quien no estrena se le caen las manos. Suenan tambores y cornetas, anunciando que Jesús de la Paz va a comenzar su estación de penitencia por el Barrio de San Juan. Tras la cruz de guía y los capirotes verdes, envuelta en sonoras marchas que calientan el ambiente, entre una nube de incienso nuestro Señor aparece, sentado sobre la burra, bendiciendo a la gente. Domingo de Ramos, domingo de niños vestidos de hebreos, ¿os habéis fijado como miran los niños el paso? Como ya os conté, decía mi hijo Juande hace unos años, mamá, ¡la burra me está mirando! Y cruzaba de una fila a otra y gritaba: ¡me sigue mirando! |
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| “Que en Jerusalén va entrar, -digo en tierra bastetana- el domingo de las palmas quién calmó y anduvo el mar. Jinete el más popular, sobre un platero andaluz, en olor de multitud, hosannas, palmas y niños. ¡Qué pena que haya cariños, que tengan muerte de cruz. (Antonio Murciano) |
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“Cuando amaneció Jesús fue llevado ante el Sanedrín, todos preguntaron ¿Entonces eres el hijo de Dios? Jesús Respondió “tienen razón, yo lo soy”. Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato ¿eres tú el rey de los judíos? “tú lo dices”. Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos”. Ya es tradición quedar con mis amigas, en la puerta de Santiago para ver salir al Rescate el Lunes Santo, suenan a lo lejos las cornetas y los tambores, y se ven llegar a algunos penitentes rezagados que hacen hablar a los niños entre ellos, sonriendo y pensando en los caramelos que van a conseguir, ninguno de ellos son de asustarse, desde que han nacido viven la Semana Santa entre la Iglesia y en la calle. Ya sale, ya sale, y me quedo boquiabierta, intento reprimir las lágrimas en mis ojos espantados, y pienso cuán caro fue el rescate, cuál precio elevado fue salvarnos, yo le miro con las manos maniatadas y sólo puedo rezarle, y pedir perdón por mis desplantes, al Señor sobre un monte de claveles rojos hechos sangre. ¡Oh Jesús del Rescate!, entre multitud te elevas, caminas firme hacia el martirio que te espera, y todo para salvar a un alto precio, a un pueblo esclavo del materialismo. Qué forma de llevar a Dios sus niñas, qué arte, cuando viene por la calle Ancha, y se oye una saeta por la casa de Mabel Hernández, nunca vi tanto cariño como el de sus costaleras al mirarle, desde su primera cuadrilla, con la que hables, no hay ninguna que no se sienta orgullosa de haber sido costalera del Rescate. Con qué delicadeza camina, si dan ganas de arrodillarse, ya se marcha, paso firme, y a su espalda yo sigo rezándole. “Mientras lo conducían, echaron mano de un cierto Simón de Cirene, que volvía del campo, y le cargaron la cruz, para que la llevase detrás de Jesús.” Jueves Santo, va Jesús, Jesús Nazareno camino al Calvario, a cuestas la cruz de nuestros pecados, tiñendo las calles de color morado, de olor a incienso, de angustia y de llanto, siguiendo un tortuoso camino hasta un monte santo. Victoria, qué piensa esa madre, Victoria, y las lágrimas se caen por ese dolor tan grande, se abre la puerta, el incienso la ciega, Victoria, qué pena, qué pena que te marches. Ahí te vas entre clamores, marchas, suspiros, el fruto de sus entrañas a la cava alta sale, y te agarras a tu pañuelo blanco, hasta hacerte sangre, las lágrimas te ahogan, porque ese dolor y esa pena, no debe tenerlo nunca una madre, que Aquel al que acurrucabas, al que cantabas bajito, con una cruz a cuestas sale, y sin embargo ¡Victoria, Victoria grita esta madre!, que esperará que te traigan, para limpiarte la sangre, para cantarte bajito, y para acurrucarte. Cómo me dueles Nazareno, y cómo te duele, es tal el realismo que desprendes al verte, que decía mi hijo Juande, mirando muy serio al romano “porque me has pillado desprevenido, que si no, no pasa esto”, y aunque me hizo gracia al principio, cuando más lo pienso, te quiero pedir, Dios mío, que llegado sea el momento, no esté yo desprevenida, y a mi prójimo nunca le pase esto, que si de mí depende, no pase, por tu ejemplo, Nazareno. Qué imagen tan impactante es mirarte Nazareno, meciéndote, con el pelo al viento, qué honor y qué orgullo haber sido tu cireneo, junto con las personas que quiero, mi hermana Sara, Estela, Carmen y sobre todo Mabel, a la que te llevaste antes, y que todos los Jueves Santos, a las seis de la tarde, ella, mi amiga, junto con otros ángeles con sus alas de morado, están debajo del paso ayudando como antes, a los nuevos costaleros que te llevan como nadie. “Junto a la cruz de Jesús estaba su madre, la hermana de su Madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena. Jesús al ver a su madre y junto a ella al discípulo más querido, dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo.” Después dijo al discípulo: “ahí tienes a tu Madre”. Desde aquel momento el discípulo se la llevó a su casa.” Qué recuerdos de mi infancia, siendo monaguilla con Don Juan, si hablo de la Santa Cruz tengo que acordarme de esta época, cuando salió por primera vez a hombros, siendo sus costaleros los de la Esperanza, y nosotros un montón de monaguillos, y amigos del barrio, no fallábamos a los ensayos en la Plaza mayor, nos poníamos detrás del trono a imitarlos, luego en nuestros juegos hacíamos como si fuéramos costaleros, paso elefante, qué tiempos… La iglesia Mayor era como nuestra casa, nos conocíamos todos sus recovecos, éramos monaguillos y desde tan pequeños todos cofrades, teniéndole gran cariño a las tres cofradías de la Mayor, a cuyos titulares conocíamos a la perfección, cada uno era de la suya, de la santa cruz, así que recuerde, Esperanza y José Manuel Castillo, y por supuesto todos nosotros sus costaleros imaginarios! Pero qué gran cariño a las tres, hace unos años, siendo Julia pequeña, estando en la Iglesia con los preparativos, Ángel con los Méndez, mi padre y yo con el Silencio, no me acuerdo bien quién le pregunto a mi hija, señalando los tronos: “a ti quién te gusta más, ¿el Cristo de los Méndez o la Virgen de los Dolores?” y ella respondió sin ninguna duda, señalando a la Santa Cruz: “¡a mí, ésta!”, … he de decir que aunque le sigue gustando la que más tira de ella es el Silencio. Y es verdad que es guapa, me encanta verla en la Iglesia, ya sobre su paso, a solas las dos, hablando, rezando. Pocos momentos hay en la Semana Santa que me emocionen más que verla salir de su casa, ante una Plaza Mayor abarrotada, y es como si bajara del cielo la Madre de todos, precedida de una ráfaga celeste y blanca, y tras estas nubes, bajo el manto de un cielo que Mª Carmen bordara, la Madre de todos, ante la cruz clavada, con lágrimas en sus ojos, con tristeza en la mirada, con un puchero en sus labios, con su vida destrozada, al bajar la Colegiata, serena nos dice a todos, ¡yo soy la Madre de Baza! Lo saben sus costaleros, lo saben sus mantillas guapas, lo saben los bastetanos que no paran de mimarla. “Cuando llegaron al lugar llamado de la Calavera le crucificaron a Él y a los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Mientras tanto Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”.” Misericordia, te han clavado en un madero, con una corona de espinas, el dolor en tu carne debe ser insoportable, y sin embargo Misericordia, desde esa cruz en la que estás clavado, perdonas a un pueblo que muestra su indiferencia a los que están pasando hambre, a los que el frío atenaza, a los que a su alrededor sólo tienen armas y guerras, a los que sienten tristeza, a los que no quiere nadie… Si hablo de Ti, Cristo de la Misericordia, eres el recuerdo de mi abuelo Julio, que cada domingo por la mañana, tras llevarnos de la mano a misa, a mí y a mi hermana, antes de salir de la Merced, la parada era obligada, a dar un beso a tus pies, que por los clavos sangraban, y explicarnos lo que Misericordia, para un cristiano significaba. Qué bonito el Miércoles Santo, poder contemplar tu rostro, por los balcones de palo, y oír rezar a Ramón, su lamento se oye cantando, y todos tus horquilleros meciéndote mientras tanto, con la oración en su rosto, con sobriedad en tu paso, con esos claveles rojos, como sangre en el calvario. Y mientras, la Madre sola, sola a pesar del cortejo y de la gente que viene a consolar sus lamentos, pero ella se siente sola y nada más que mira al cielo. Si de la Soledad se trata de Ricardo yo me acuerdo, de cómo quiere a su Virgen, igual que Antonio Vallejo, el cual tiene la culpa del lugar donde me encuentro, si de la Soledad se trata, me quedo con su pañuelo, húmedo de las lágrimas de ese rostro tan bello, y que sus dulces manos han tenido bien sujeto. |
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“Jesús, acuérdate de mi cuando llegues a tu reino” Respondió Jesús: “De verdad te digo que hoy mismo estarás conmigo en el paraíso.” Lo mismo que ya expresé sobre el Amor y Esperanza, dejadme que lo repita, mis sentimientos no cambian, a veces las mismas cosas, no viene mal recordarlas. Se abre la puerta, tus hijos esperan callados a quien por Amor a nosotros muriera, y allí estaba antes Fran, plantado ante un Hombre a un paso de la muerte, mirando con ojo de gran capataz cómo sacar ante el pueblo, un Jesús en el madero a punto de agonizar, y al grito de César, empieza el Cristo a caminar para hacernos recordar, a nosotros sus hijos, por qué esto tenía que pasar. Lleva la mirada al frente, absorto en sus pensamientos, con los ojos entornados, entre aromas de claveles y aires de primavera, ¡qué amor despiertan tus llagas de cuantos ojos te vieran! Recordad sus enseñanzas, sino ¿para qué muriera?, Tú viniste a servir al mundo, y nosotros debemos servirlo, Tú nos dijiste que amáramos al prójimo como a nosotros mismos, y debemos amar a nuestro hermano, y al que no conocemos, y al enemigo, procurad la paz, haced bien al vecino, y con el corazón en la mano, decidme, ¿lo hicimos? ¿Lo hicimos? ¿No lo veis en su cara? La sangre le cae por las espinas, tiene las manos y los pies clavados, llagas, los huesos y músculos se estiran, ¿no lo véis? ¡Si lo está gritando! ¡Amaros, amaros! Madre, Madre de Dios, Madre de Juan y Madre Nuestra, Sra. de la Esperanza, qué carita de pena llevas por estas calles de Baza, yo con mis manos quisiera enjuagarte esas lágrimas y cogerte esas lindas manos, y abrazarte hasta mañana, ¡y quitarte de un plumazo ese puñal que te daña! De la casa de hermandad, cual una reina se trata, sales resplandeciente sobre peana o sin nada, y la cera alumbra tu rostro, y ese palio que te tapa, y contenemos el llanto, madre, y gritamos desde el alma, ¡guapa, guapa, guapa y guapa! Cuadrilla de costaleras, portadoras de esperanza, al cielo te llevan, madre, con una gran elegancia, el peso desgarrador, el esfuerzo sobrehumano, pero las fuerzas les salen, será el Espíritu Santo, o las ganas que ellas tienen de ayudarte en tu calvario. Qué dolor desgarrador ver a tu Hijo clavado, desde los pies de la cruz, situación plasmada a la perfección, la noche del jueves Santo, a las once en la Mayor, toda la gente callada, el corazón en un puño, la noche queda estrellada, sin más luz que la de los cirios, sale el Cristo de los Méndez, elevándose ante el mundo, y abajo le miras, Madre, traspasada de cariño, vuélvete, Madre, no mires…¡están matando a Tú Hijo! Esperanza no estés triste, empieza ya a caminar que cuando estés en la Alhondiga, con paso firme te vas, que tú eres nuestra Esperanza, nos tienes que consolar, igual que yo te consuelo, y te tengo que mirar, y gritarte muy bajito guapa, guapa y mucho más. Consumatum est: “Llegado el medio día, se oscureció toda la tierra hasta las tres de la tarde. Y a esa hora Jesús gritó con voz fuerte: “Eloí, Eloí, ¿lamá sabactaní?” que quiere decir: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?.” A las 11 de la noche, Jueves Santo, la Madre de todos se aleja entristecida, y una maravillosa música de cámara, hace que el pueblo vuelva su mirada horrorizada, hasta la puerta de entrada de la Colegiata, donde entre tinieblas y medias luces, vemos al Cristo de la leyenda dar su último suspiro, y se hace grande en su sombra proyectada, que miramos como hipnotizados. La unión que tengo con el Cristo de los Méndez, me viene de cuna, a fin de cuentas fue mi tío Luís quien fundara esta Cofradía, gran amor le hemos tenido en mi casa, cariño que mi padre mostraba al vestir de negro en el Silencio con el cíngulo de los Méndez, hasta que cambió la capa negra por el traje. He salido en el Cristo de los Méndez, cuando en sus filas íbamos muy pocos, a mí me dejaba el traje morado y grana, Dolores Funes cada Semana Santa, esta hermosa Cofradía que quién antaño la viera, no podría creer cómo ha crecido, esto ha sido obra de unos cuantos, y entre ellos por supuesto, mi mitad, mi sustento, mi marido. Traemos el madero, y en él te clavan, miro tu rostro bien sereno, la boca entreabierta me desarma, tu cuerpo ya sin fuerza se relaja, y esa corona se me clava, la luz de la luna se cuela por los árboles de la Alameda, poesía es esa estampa; venimos por el madero, y ellos te llevan, horquilleros que en su hombro dolorido, tras el toque antes de Pepe, en la campana, llevan el peso del Hijo, que en la noche de Jueves Santo, en un madero, entregara el alma. |
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“Si dejé la alfombrada primavera |
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“Pilato se extrañó de que ya hubiera muerto, y llamó al capitán para saber si realmente era así. Él lo confirmó y Pilato entregó el cuerpo de Jesús. José bajo el cuerpo de la cruz y lo envolvió en una sábana que había comprado.” Aceptaste el madero Señor del Descendimiento, por amor hacia tus hijos, ¿cómo recoge una Madre el cuerpo sin vida de un hijo? Escena cruel donde las haya, la observamos perplejos entre el olor a incienso, entre músicas que elevan nuestras almas, hasta ese mismo día que, entre sollozos, recogieron las mujeres y la madre Tus despojos, y son mujeres las te llevan con genial maestría, por las calles de la hermosa ciudad de Baza, Baza de luto, todo negro, y todo sangre en sus fajines rojos. Si yo hablo de Santiago, hablo de recuerdos bien guardados, hablo de familia, hablo de Viernes Santo, de levantarme corriendo y rezar junto a mi abuelo, en un reclinatorio arrodillado, cuando el entonces Hermano Mayor, Ramón Checa, paraba la Virgen de costado, debajo de la reja de la casa donde me he criado. Si yo hablo de Santiago, hablo de la Plaza Mayor con mi padre de la mano, viendo pasar a la Virgen, conteniendo el llanto, y subir luego a la Iglesia para poner el Rosario, a mi otra Dolorosa, que tiene a mi padre a su lado. Siempre me pido Tribuna, la mañana del Viernes Santo, y siempre miro al mismo sitio, de tu rostro a su ausencia, a dos o tres metros del caño. Virgen de los Dolores, tus lágrimas son mías por cuantos de mi sangre te veneraron. Tengo aún en la memoria, el movimiento en mi casa preparando el Viernes Santo, limpiando las ánforas de plata, que primero salían con Santiago, y después se recogían para salir en el Silencio, su segundo paso. Las enaguas de la Virgen, todo bien planchado y almidonado, y Techa y mi abuela Carmela, camareras de la Virgen, que seguro que en el cielo, tienen palco de honor, para ver el Viernes Santo a la Virgen del Dolor. Quiero acompañarte, oh Madre Dolorosa, cogerte las manos y limpiar Tus lágrimas, quiero seguirte al son de melodías, y sacarte del pecho, los puñales que te matan. Reflejan dolor Tus manos, refleja dolor Tu vestimenta, todo es dolor en Tu mirada, dolor por no tener cerca, al Hijo que por las noches acunabas, ella quiere su mirada y no la encuentra, quiere acariciar su pelo y se le escapa, quiere oír un te quiero y no oye nada, y al entrar en el barrio de Santiago, al oír las saetas desgarradas, al sentir el cariño de su gente, ella al fin nos regala su mirada, costaleros de Santiago ¡Mimadla!. “Cerca del lugar donde crucificaron a Jesús, había un huerto, y en el huerto un sepulcro nuevo, donde nadie había sido enterrado. Dado que era la preparación de la pascua de los judíos, y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.” Tras terminar en Santiago, siempre vamos con mi madre, al potaje de garbanzos, hasta esperar a la tarde, que tenemos que ir a un entierro de mi Padre que, es tu Padre. Cuando era jovencita, en esta procesión, antes del Santo Entierro, acudíamos mis amigos del Silencio, Ana Caparrós, Carmen, Juampe, mi hermana, Javi Morcillo con el estandarte, todos vestidos de negro, en representación del Silencio, contentos del cometido, nos dejaban dar caramelos, al ataúd de Jesús, le seguía la Soledad, y los penitentes eran representación de cada hermandad. Hace ya unos cuantos años, que un grupo numeroso de cofrades bastetanos, se han embarcado en la tarea de crear una nueva Cofradía, y gracias a su trabajo, yo creo que se acerca el día. Me acuerdo perfectamente cuando vi procesionar, por las calles bastetanas, a la Virgen de la Caridad, Serafín era chiquitillo, y hacía sonar las campanas, muchos penitentes negros a Jesús acompañaban, las manos iban desnudas, con las cuentas de un rosario, algunos llevaban cruces, y todos llevan esparto. Qué paso cubierto en oro, qué paso tan bastetano, de los talleres Jiménez, como se nota su mano, y Jesús allí mismo yace, entre angelitos cantando, no necesita el oro, pero se lo regalamos, le sigue triste su Madre, Madre de la Caridad, tras de ti arrodillada, tan sólo puede rezar, porque le falta su Hijo, que ha de resucitar, y mirándola tan triste, y llamándose Caridad, te prometo, madre mía, mostrar generosidad con aquellos de tus hijos a los que les falta el pan, cómo admiro a estos hermanos, cuánto les debe costar, no poder mirar tus ojos, no poder mirar atrás. Silencio, silencio, silencio. Hay trajes de penitente colgados en cada puerta, escudos, fajines, medallas, capirotes, guantes, y toda la ropa sacada, toda la ropa negra, negra como esta noche callada, sin embargo antes de media noche, todo es ruido en mi casa, mis dos hijos pequeños cada cual con sus andanzas, que si me pones el traje, que si esta no es mi medalla, que si para qué me peino sino se me va a ver nada, y también está mi hija, esta siempre acompañada, con no se cuántas amigas que también se visten en casa, lugar al que también vienen Juanjo, Teresa y mi hermana, y nos vamos todos juntos, y este ruido a mí, me encanta. En la Iglesia de tu nombre nos juntamos los hermanos, Cañabate, Polaino, Morcillo, Alonso, Gómez, Tapia, Castellano, Pardo, cruz y estandarte, Mimí y sus mantillas guapas, y muchos otros hermanos que año tras año no fallan, con la cara descubierta y en la mano los faroles, ¡Juan, ve cerrando la puerta!, que César ya está en la Iglesia, lidiando con los relojes. Espectacular el tumulto, de asombrar el desorden, costaleros, penitentes, familiares, sacerdotes, pero a las menos cinco, como por arte de magia, ni un ruido se oye en la Iglesia, todos en sus puestos, no falla, en punto se abre la puerta, con la última campanada. Sobre su trono dorado, vemos a la más hermosa, con sus manos apretadas, un pañuelo y un rosario, vestida siempre de negro con su rostrillo apretado, todo un pueblo la espera, para irla acompañando, sin romper ese silencio que ella necesita tanto, tan solo el paso de sus costaleros, las saetas y tambores a los lejos, por lo demás Silencio, silencio, cariño y respeto. Todo se acaba, tu Hijo ha muerto, te falta, el dolor que trasmite tu rostro, se me clava a mí en el alma, la belleza de tu cara me tiene sobrepasada, la amargura está en tus manos, tu corazón lo apuñalan, con siete afilados puñales, sin embargo, tu mirada, es ternura resignada, y aunque en silencio, Madre, tu irás siempre acompañada. Qué estampa la calle Ancha, las fila negras con luces, tú en Silencio y tan callada, la gente de los balcones se queda anonadada, de ver tu rostro tan cerca, de contemplar tu mirada, y la gente se va uniendo, detrás de ti, a tu espalda, algún suspiro se escapa, que no te dejamos sola, que te llevamos a casa, y en mente, todos los nuestros que en el cielo te acompañan, y sacan sus trajes negros en esta noche tan larga. “La tarde de aquel mismo día, el primero de la semana, los discípulos estaban en una casa con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Se presentó Jesús, se puso en pie en medio de ellos y les dijo: “la paz esté con vosotros”.” La paz, con paz empezamos y con paz terminamos, con niños de hebreos y con niños de blanco, la buena noticia por fin ha llegado, Jesús, que había muerto, hoy ha resucitado. Los niños cofrades acuden temprano, cada cual con el traje que antes sacaron, Santa cruz, Esperanza, Nazareno, Méndez, Santiago, Silencio, Soledad y un montón de niños de blanco, que es la túnica propia de Jesús Resucitado. Qué orgullo más grande tengo, cuando veo a los horquilleros, y a mi hijo mediano, Ángel, tan formal, tan responsable y serio, cómo levanta en su hombro toda la fe que poseo, cómo se toman los niños, todo su papel en serio, trasmiten tanta alegría y tanto orgullo sincero. “Dejad que los niños vengan a mí, y no se lo prohibáis, que de ellos es el reino de Dios.” Qué carillas de estos niños, tan felices, tan risueños, algunos no paran quietos, uno se para, el otro tira, otros con cara de sueño, los caramelos vuelan, los padres con los repuestos, niños también en tribuna, con sus trajecillos nuevos, y lo mejor es la alhóndiga, con su polo valenciano, las túnicas para limpiarlas, y las manos ni te cuento, y llegan a la Merced tan contentos como el viento. |
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| Qué hermoso vuelves! No ha sido un sueño aquel horrible sangriento leño, aquellas horas de cruel dolor. Yo era la causa de tu agonía, y al contemplarla me consumía remordimiento desgarrador. Los duros hierros que te clavaban, también el alma me traspasaban y me partían el corazón. ¿Verdad, Dios mío, que me perdonas? ¿Verdad, Dios mío, que hoy abandonas la oscura tumba para decir a mi pobre alma que ya te olvidas de las terribles, hondas heridas, que en el Calvario te hice sufrir? Yo las bendigo. ¡Sí, son tus huellas! Ya no son llagas, ya son estrellas, y dulces nidos de mi alma son. Y tú, bien mío, también las amas, porque dejaron salir las llamas que te abrasaban el corazón. Gracias, Dios mío, por tanta gloria, gracias, Dios mío, por tu victoria, por tu dichosa resurrección, de aquella muerte que dio la vida, por ese leño do está esculpida con rojas letras mi salvación. |
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Termina la Semana Santa, sigamos su ejemplo, su camino, sus palabras, vivamos como cristianos que somos, siguiendo sus enseñanzas: “El Señor nuestro Dios es el único Señor; y tú amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas y Amarás a tu prójimo como a ti mismo. No hay otro mandamiento más grande que éstos". “El que quiera entender que entienda”, HE DICHO. |
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