419. Cuestión de sensibilidad

Por Lola Fernández Burgos

Resulta que hay mucha gente que defiende que a día de hoy dan igual las izquierdas que las derechas, que no hay diferencias esenciales entre ambas, y lo cierto es que, si atendemos a los grandes partidos de toda la vida que gobiernan en los distintos territorios españoles, poco se distinguen entre ellos en cuanto a sus actuaciones públicas, y sospecho que a nivel privado su esencia es casi idéntica. Pero eso no quiere decir nada, porque tengo claro que las siglas no hacen un partido, sino las personas que dirigen su trayectoria, y actualmente más parecen secuestradas por gente sin ideología que otra cosa. Cuando la política del país de dedica a jugar al despiste y que nos fijemos en lo que es pura anécdota, en pos de que no caigamos en la cuenta de lo que realmente importa, por ejemplo los vergonzosos casos de corrupción en esos grandes partidos de los que hablaba, pocos se dan cuenta de la gran manipulación que se vive en esta sociedad nuestra de hoy, que podría denominarse igualmente suciedad y sería más acertado. Claro que esto no se daría sin la necesaria complicidad del periodismo, una profesión que se supone de gente íntegra y rebelde, de esa que no se vende porque no tiene precio, y que, ay, en estos tiempos tan sucios políticamente hablando, no es necesario ni siquiera comprarla pues se entrega gratuitamente a la causa del engaño nacional, sin la más mínima muestra de vergüenza y decencia deontológica. Todos al servicio del capital y los intereses económicos de las empresas que no sólo mandan, sino que definen el curso de la vida nuestra de cada día, defendiéndose con saña de cualquier elemento perturbador que pudiera poner en peligro, siquiera levemente, su devenir avasallador.

Porque no puede sino definirse como puro abuso y tiranía lo que ocurre actualmente con nuestros pensionistas, con nuestra juventud, con las víctimas más débiles de un sistema que pasa sobre ellos como un rodillo demoledor sin titubear mientras deja a millones de personas fuera, al margen, sin poder vivir con el mínimo bienestar; ese que los políticos tienen la obligación no ya de defender, sino de garantizar. Pero es que cada día vamos para atrás en cuanto a derechos humanos y derechos sociales y cívicos, y encima tienen la osadía de vendernos que es al contrario. Qué pena de nuestros mayores, con una mísera pensión después de toda una vida trabajando para una sociedad que sin ellos no hubiera avanzado: no sólo les niegan una paga decente con la que vivir como se merecen, sino que les roban por todas partes, empezando por los fármacos que lógicamente dada su edad necesitan sí o sí. Y el fondo de pensiones saqueado por los mismos que se reparten entre ellos los dineros públicos, sin que ello tenga consecuencia penal ninguna, que ya se encargan de taparse los unos a los otros (hoy por ti, mañana por mí), además de pasarse la separación de poderes por el sobaco, con una Justicia cuya independencia brilla por su ausencia. Para mayor desvergüenza, esos consejos de que hay que ahorrar e invertir en fondos privados de pensiones. Madre mía, si alguna vez se diera una justicia divina, qué mal lo iban a pasar… Y qué decir de nuestros jóvenes, obligados a estudiar para nada, con una educación cada día con más recortes, para seguir con el reparto entre ladrones con cargo, y con una oferta laboral tan en precario que no les da para hacer planes de futuro, y casi ni para irse al extranjero a buscar un mejor porvenir. Que sí, que se habla ya de pobreza energética, pero seguimos conociendo casos de mayores o niños muertos en incendios que jamás ocurrirían de tener esas familias unas decentes condiciones de vida, y podría seguir sin parar y me daría no para un artículo, sino para todo un libro. Así que es verdad, que no hay ni siquiera que hablar de derechas o de izquierdas, porque poco se diferencia lo que tenemos la desgracia de padecer trazando el curso de nuestro futuro inmediato, pero tengo muy claro que más allá de las ideologías y de los disfraces de algunos para abrazar unas siglas políticas, existe una cosa que debería darse mucho más y que por desgracia es tan insuficiente que se suma a las carencias generales que padecemos, y es una simple cuestión de sensibilidad.