428. Dónde va la memoria que se esfuma

Por Lola Fernández Burgos

El poeta Luis Cernuda hablaba de los lugares en los que habita el olvido, pero me pregunto dónde cabe la poesía en los casos de la memoria que se pierde para siempre. ¿Dónde va la memoria que se esfuma, convivirá con el poético olvido? No sé, pero desde luego los dependientes están más que olvidados en esta sociedad nuestra que tan poco se preocupa por sus mayores, ignorando algo tan obvio como es que por lógica y siguiendo el curso natural de la existencia, se supone que todos hemos de ser mayores más tarde y más temprano. Y si no nos preocupamos por los problemas generales, ¿de qué nos vamos a preocupar entonces? La Ley de Dependencia nació solidaria y sensible, y aunaba la ayuda a los dependientes, el apoyo a sus familiares y proporcionaba, además, trabajo a muchos parados. Se trataba, se nos dijo entonces, de una normativa de implantación progresiva que requería de una asignación presupuestaria anual; pero a día de hoy estamos ante una ley moribunda. A nivel nacional, más bien muerta del todo, con políticas de derechas, enemigas del aspecto social y de colaboración estatal. Y a nivel autonómico, aquí en Andalucía se jactan los gobernantes de ser modélicos en su aplicación, y hablan de un tiempo de espera de 6 meses, cuando todos sabemos que la realidad es muy diferente y estamos hablando de esperas de años. Mientras, los expedientes van de aquí para allá desde que se solicita la ayuda hasta que se concede; pero es que  una vez concedida tampoco llega al dependiente cómo sería de esperar, porque de eso se trata: de esperar y esperar, tanto que son centenas los que mueren al día en nuestro atrasado país sin que les llegue la ayuda concedida. No tiene nada de raro pensar que semejante dilación sólo busca que mueran y ahorrarse el desembolso de las susodichas ayudas. Es vergonzoso comprobar cómo mueren nuestros mayores dependientes sin recibir la ayuda prometida, tanto si hay como si no hay dinero previsto para ella. En la Administración no tienen ninguna prisa, no les preocupa lo desasistidos que dejan a miles y millones de personas, y a sus respectivas familias; aparte del poco interés en crear empleo en un sector tan solidario como eficaz y preciso.

Foto: Lola Fernández

Entre tanto, hombres y mujeres, a veces con la mirada perdida, pues ellos mismos están perdidos, están, si tienen esa suerte, en residencias caras, muy caras, con sus familias directas a la espera de una aportación pública que alivie las dificultades económicas de quienes han de hacer frente mensualmente a desembolsos importantes. Mujeres y hombres que si tienen una pensión decente no recibirán ayuda personal aunque estén solos y no puedan valerse por sí mismos en muchos aspectos de su vida cotidiana. Y después se extrañan los especialistas de que cada vez mueran más mayores solos y sin que nadie se percate de ello. La soledad es una silenciosa asesina sumamente efectiva cuando nadie le pone límites. Es una vergüenza comprobar el abandono de nuestros mayores por parte de un Estado neoliberal que se despreocupa en demasiados aspectos de la ciudadanía y sus problemas. Y si preocupante es lo caras que son estas residencias, cuando las hay, qué decir de la cantidad de gente que no puede hacer frente al gasto que ellas suponen. Pero aún es peor pensar en la cantidad de personas solas, y a veces en la calle, que padecen, por ejemplo, Alzheimer y están vagando perdidos sin que nuestra sociedad les ofrezca soluciones; con lo cual no sólo les condena a la pobreza y el abandono, sino con frecuencia a la misma muerte. Mientras entro en la residencia en la que tengo a mi padre, enfermo de Alzheimer, pienso en las personas que ni siquiera saben no ya solicitar ayuda, sino incluso que la necesitan. Y me detengo un segundo ante un precioso macetero de pensamientos, flores muy acordes con mi pensar, y termino concluyendo que es una pena que el hombre se encargue de estropear a diario la belleza que la naturaleza nos regala, con sus acciones tan poco humanas, y tan absurdas como es no cuidarse como especie. Porque si no nos cuidamos nosotros mismos, y unos a otros, quién va a preocuparse.