Por Lola Fernández Burgos
Todo nuestro conocimiento arranca del sentido, pasa al entendimiento y termina en la razón.
Kant
Si durante todo el año la vida nos inunda a través de los sentidos, sin duda es en estos meses en que dejamos atrás el frio y las inclemencias de los meses más caseros, por aquello de que las condiciones climatológicas adversas no nos permiten echarnos tanto a la calle como ahora mismo, cuando podemos hablar de puro deleite sensorial, de innumerables estímulos que nos embriagan a poco que estemos algo despiertos. Los pensadores hablan de poesía de los sentidos, y los poetas, ay, casi no hablan, pues están ocupados en sentir y tratar de transmitir lo que sienten para compartirlo con los más comunes de los mortales. Da igual que aún no podamos decir que el buen tiempo se ha instalado entre nosotros, pues por muy convulsa que esté siendo la primavera, la naturaleza es sabia y sigue su curso, desplegando sus milagros estacionales aunque a veces lleve algo descompasado el paso. Toda la belleza del mundo físico circundante nos impresiona a través de los sentidos, que, sin contar la intuición, no son sino cinco. Y con algo tan elemental como la vista, el oído, el olfato, el gusto y el tacto, la vida se nos muestra en todo su esplendor y nos impacta e influye de tal manera que hay que estar muy dormidos para no ser conscientes de tanta perfecta armonía.
Basta con sólo pasear por esos nuestros campos bastetanos, de cuyo romanticismo escribía hace muy poco, entendido tal como un sentimiento que nos hace soñar, para inferir por qué hablo de deleite en lugar de simple sensación, de efecto que nos impacta desde el exterior, siendo capaz de transformarnos interiormente. Nada que nos llegue de fuera nos es indiferente si tiene la suficiente entidad e intensidad como para remover nuestros pensamientos y nuestros modos de comprender y aprehender el mundo y sus realidades. Porque al salir a pasear, algo muy recomendable tanto para nuestra salud como para nuestro espíritu, no sólo hacemos ejercicio físico, sino que abrimos los sentidos para atrapar la grandeza que nos rodea; como si desplegáramos una red cazamariposas gigante con la que captarla, pero sin cazar nada, que la belleza puede ser nuestra sin necesidad de capturarla o hacerla desaparecer. Así que paseemos, ya sea por los parques, las calles o los campos, y dejemos libres y abiertos nuestros sentidos. No tardaremos en descubrir colores y formas, brisas y olores, texturas y sonidos, también sabores si reconocemos las semillas o las flores que gustan a nuestro gusto, válgame la redundancia. Nos encontraremos envueltos por un universo de emociones y percepciones que igual se vestirán de nubes adornando el cielo, o de rojas amapolas entre el trigo verde, o de los más variados trinos de pájaros que sólo seremos capaces de escuchar y ver si sabemos no asustarles. Paseemos concentrados en escuchar ese viento que mueve las hojas de los árboles, o en sentir en nuestra cara el aire cálido de la mañana, o cualquier otra sensación que puedan ustedes imaginar y que les sea un deleite para los sentidos, que en eso, como en casi todo, los gustos son muy personales y particulares. Cada quien que encuentre su propia belleza con la que embriagarse, pero que no se le ocurra perder la oportunidad y la ocasión de hacerlo.