460. El privilegio de la vida

Por Lola Fernández Burgos

Se nos va acabando el invierno, y la vida nos regala la primavera, esa estación que llaman de las flores, aunque la floración invernal es una antesala maravillosa para quienes amamos los colores de la naturaleza y todas las fases que van desde los árboles desnudos hasta que se cubren de hojas, con todos los verdes imaginables según el momento. Adoro los frutales en flor, aunque me hago un lío y nunca sé distinguirlos. Es en momentos así cuando más envidio la sabiduría de la gente de campo, que pueden pasear por los bosques diferenciando cada tipo de árbol, y andar por las huertas sabiendo perfectamente qué hay ante sus ojos. Y además, para acentuar mi sana envidia, que más es admiración que otra cosa, pueden saber qué ave canta por aquí y por allá. El resto de humanos hablamos de pájaros, de árboles, de flores, de verduras, y poco más. Los genéricos nos sirven para enmascarar nuestra ignorancia acerca de los seres maravillosos y las especies vegetales que la Naturaleza nos ofrece. Lo mismo decimos árbol en flor, o a todo llamamos almendro, que al final queda claro que no tenemos ni idea. Porque no es lo mismo ese almendro, que los melocotoneros, que los cerezos, que los albaricoqueros, que las mimosas, el jacarandá, o cualquier especie arbórea llena de olor y color; a los que hay que sumar las plantas ornamentales y los arbustos. Ya digo, quién supiera de este maravilloso ámbito de conocimiento, lo suficiente para dar respuesta a la propia curiosidad. Porque está claro que lo que no llama la atención, no intriga ni busca más allá de lo que a simple vista se ve, que suele ser poco e insuficiente por lo general.

Foto: Lola Fernández

El caso es que quienes gustamos de estas simples cosas que alegran la existencia más que cualquier otro regalo, estamos de enhorabuena, porque los campos, las calles, las plazas y jardines, todo está lleno de belleza inigualable. No se me ocurren muchas cosas más hermosas que un paseo en el que los trinos nos acompañen, mientras los aromas florales nos llegan, siempre que no tengamos alergias, que esa es otra. Tan terrible tiene que ser no poder oler, como oler y que los pólenes se conviertan en veneno. Pero eso pasa con todo en esta vida. Una vez escuché a alguien decir que no le gustaba la música, y sólo pude sentir lástima por alguien que se jactaba, además, de semejante circunstancia. Es imposible para mí imaginar un mundo tan rico y variado en lo que nos ofrece para deleitarnos y disfrutar a nivel sensorial, y que haya sordomudos de los sentidos, que ni les llega nada, ni nada ofrecen. Eso es casi como no vivir, o hacerlo cual si se estuviera en coma, o se fuera un zombi. Porque solo imagino una vida para vivirla, y hacerlo en toda su extensión e intensamente, porque para vivir a medias, mejor no vivir. Que no creo que la existencia se pueda desperdiciar sin respirar todo lo que le proporciona ser lo mejor que tenemos, aunque nada tengamos. Porque podremos ser pobres, ser ignorantes, estar solos, no saber sacarle todo lo bueno a cada día, pero nadie nos quitará el privilegio de estar vivos. Así que no perdamos el tiempo, que lo mejor que tiene no es precisamente ser oro, sino ser vida, pura y maravillosa vida.