497. Cuanto antes, mejor

Por Lola Fernández Burgos. 

La palabra palabro no existe, así que hay que optar mejor por palabrota, aunque su definición como palabra soez, grosera o malsonante no se ciñe demasiado a lo que se quiere decir con palabro. Suele referirse cuando se usa, que el que no la recoja la Real Academia no implica que no se use y mucho, a palabras que no se escuchan demasiado y que suenan un poco no sé cómo decirles, con una rancia solemnidad novedosa, si es que lo rancio y lo novedoso casan de alguna manera. Que es como eso de nueva normalidad, por poner un ejemplo de tantos términos como nos han traído estos tiempos. A ver, de repente nos rodean vocablos que, de apenas usarlos, cuando no es de nunca usarlos, ahora inundan cualquier texto escrito para darnos cuenta de los sucesos que estamos viviendo, o desviviendo, o qué sé yo. Así de pronto y sin pensar mucho: pandemia, epidemia, confinamiento, desescalada, techo terapéutico, distancia social, estado de alarma, cuarentena, mando único, cogobernanza, picos, curvas, picos de curvas, infectados sintomáticos y asintomáticos, hidrogeles… Ay, hay casi tantas palabras con las que nos bombardean, como tipos de mascarillas, que esa es otra.

Recuerdo cuando, allá por enero, empezaron a hablar del coronavirus, el COVID-19, en China, y cómo llegó un momento en que estaba más que harta de que sólo se hablara de aquel tema… Pobre de mí, no sabía, nadie podía ni adivinarlo, lo que nos esperaba, esta especie de pesadilla en plena vigilia. Pero lo peor es que tampoco podemos saber qué nos espera en tanto no den con una vacuna efectiva, y los científicos dicen que eso es cuestión de bastantes años: que si es un lustro, es pronto. Lo que sé es que poco a poco van decreciendo las cifras de víctimas mortales, gracias al confinamiento. Y que ahora que vamos a avanzar progresivamente en el desconfinamiento, me parece que seremos muchas las personas que tengamos miedo y no nos atrevamos, al menos de entrada, a hacer las cosas que antes hacíamos, por mucho que según las fases de desescalada se nos permita hacerlas. Una cosa es poder, y otra querer, o simplemente atreverse. De todos modos, no hay que pecar del síndrome de la cabaña, más palabros, y cogerle el gusto a quedarse en casa. No se puede vivir eternamente con miedo. Hay que cumplir con todas las prevenciones de seguridad y empezar a volar otra vez, como quien dice. Claro que habida cuenta de que la distancia social es la mejor manera de evitar el contagio de este maldito virus, ya me dirán ustedes cómo vamos a conseguir volver a vivir como antes. Que sí, que no ha de ser ese nuestro objetivo, que la normalidad no se dará igual, de ahí lo de nueva normalidad, pero una cosa es la teoría y otra la práctica. Siempre he sido muy escéptica cuando escuchaba que esto que estamos padeciendo nos iba a cambiar como sociedad, que íbamos a valorar más las pequeñas cosas, y a aprender a respetar más la naturaleza y nuestro entorno, que empezaríamos a priorizar lo realmente importante, etc. Me ha bastado salir a la calle y ver cómo hay tanta gente que hace lo que le da la gana, sin respetar norma alguna, que es tanto como no respetar a los demás, en unos momentos en que todos dependemos de todos en el tema salud, para comprender que mi desconfianza no era insensata. En fin, habrá que confiar en que son muchos más los que están por la labor de salir de esto de la mejor manera y seguir viviendo, y además hacerlo sin miedos. Que ustedes, y yo, y todos, lo veamos… y cuanto antes, mejor.