Por Lola Fernández.
Que existe un cansancio pandémico es algo con lo que seguro estamos casi todos de acuerdo; por lo que dura ya esta situación de peligro que nos acecha y contra el que es difícil luchar, pues no sólo depende de nosotros; por los resultados en contagios y muertes, con cifras que nos hacen querer desconectar, y al mismo tiempo, nos pone mal comprobar cierta indiferencia ante un desastre de tal magnitud; por algunas, o muchas, decisiones políticas que claramente nos parecen incomprensibles, cuando no nos indignan directamente. Esa presidenta de la comunidad de la capital de España, yendo por sistema en contra del Gobierno nacional, jugando con algo con lo que no se puede jugar; ese hacer política con cuestiones tan graves que hacerla es indecente; ese comprobar que los franceses pueden venir en masa a Madrid, y no precisamente a visitar las pinacotecas, de las mejores del mundo, por otra parte; esos alemanes que llegan a mansalva a las Baleares, como siempre hicieron, aunque ahora la situación es bien diferente; que nos digan que en las playas estaremos también con mascarilla, etcétera. Son demasiados asuntos importantes que a veces ayudan a desquiciarnos un poco más si cabe, y que nos hace sentirnos más solos todavía en este presente que vivimos deseando que no sea real, que sólo sea una mala pesadilla a olvidar tras despertar. Pero, por desgracia, no nos despertamos, y si hay un elemento como las vacunas para esperanzarnos, todo se está haciendo tan de aquella manera, que la esperanza se ha tornado en miedo añadido, en ocasiones.
Se cansa una de la dicotomía economía y salud para basar en ella algunos disparates que es increíble que puedan cometerse sin que se corten en seco. Se harta una de ver cómo la policía ha de intervenir para exigir que se cumpla con la responsabilidad social. Está, claro que sí, la libertad personal, pero somos animales grupales, no anacoretas en cuevas apartadas; así que nuestra libertad está absolutamente mediatizada por la de los demás. Claro que a ver quién le explica eso a tanto incívico como ha aflorado en estos tiempos. Es desalentador ver cuánto cafre anda suelto, poniendo en peligro la salud del resto, empezando por sus propias familias. Que sí, que están muy cansados, agotados incluso…; pero ese cansancio y agotamiento es general, lo tenemos todos a estas alturas. Así que, entre el coronavirus, los problemas relacionados con las diferentes vacunas, el panorama económico desolador, los agravios comparativos entre nacionales y extranjeros (por no citar entre habitantes de diferentes Comunidades Autonómicas), el buen tiempo que ya está aquí y le pide al cuerpo salir, la falta de responsabilidad grupal por parte de demasiados como para pensar que es algo puntual y excepcional, y todo lo demás, a ver quién es el guapo o la guapa que aguanta el tipo sin desfallecer por momentos.
Yo me conformaba para estas vacaciones de Semana Santa, con poder acercarme a mis playas favoritas, pero tengo la desgracia de que están en otra provincia, así que por el momento me he quedado sin playa que valga. Aunque como somos animales con conductas adaptativas, pues mi deseo de mar se ha visto satisfecho disfrutando de los bosques y las sierras, muy a la mano aquí en la altiplanicie granadina. Sólo con las comarcas de Baza y de Huéscar, y con los 14 municipios que las conforman, ya nos da para ser muy felices en su maravillosa y variada geografía; con el Calar de Santa Bárbara, y la Sagra como alturas referentes, aquí donde estamos más cerca del cielo que en el resto de la provincia granadina. Bosques, nieve, agua de embalses, y de ríos: como el río Raigadas, o Barbata, o Huéscar, que así lo llaman según por dónde pase. No falta de nada, aunque no haya playa, y mientras esperamos la llegada de días mejores, no se me ocurre mejor modo de hacerlo que pasando el tiempo libre en esta privilegiada naturaleza.