Por Lola Fernández.
Como ya sabemos, para el año que se nos acaba de ir, el 2023, se ha escogido la palabra polarización, imponiéndose al resto de candidatas por su extendido uso y su presencia en los diferentes medios de comunicación. Para entendernos, podríamos definirla como división en polos opuestos, y, dado el ambiente social imperante el año pasado, yo diría que es una elección de lo más acertada. Desafortunadamente hay que admitir que la música de fondo está más hecha de separaciones, divisiones, discrepancias, divergencias, diferencias y enfrentamientos, que de conjunciones, para qué nos vamos a engañar. Nunca hubiera imaginado, en aquellos meses de confinamiento, con tantos aplausos al unísono, con tanta bondad infinita deseosa de derramarse por las calles de las ciudades una vez saliéramos del encierro, que tan pocos años después estaríamos guerreando y sin seguir los mínimos protocolos para que no se repitan situaciones tan penosas como las de antaño. Porque sí, estaremos muy enfrentados y separados, en posiciones opuestas difícilmente compatibles, pero llegan los virus y nos hermanan en un segundo: todos enfermos y yéndonos a la cama, entre toses que no nos dejan dormir en toda la noche, porque nos arañan las gargantas y hasta las entrañas, entre fiebres o estornudos que parece que nos van a dar la vuelta a la cabeza como un calcetín. Y el sistema sanitario se vuelve a colapsar como entonces, a pesar de que los médicos llevan advirtiendo desde mucho antes de navidades: pero no, las autoridades políticas no se atreven a volver a hacer obligatorio el uso de las mascarillas, y la ciudadanía, que tampoco haría ni caso, se aglomera por aquí y por allá, en fiestas al aire libre, en reuniones familiares, en centros comerciales, en cabalgatas y espectáculos varios. A miles, sin distancias, sin protecciones, como si no hubiera un mañana, dejando claro que los buenos propósitos del confinamiento por la pandemia del coronavirus eran una pura pamplina.
Lo cierto es que a estas alturas nadie debiera decirnos qué hacer o no hacer, porque creo yo que ya somos mayorcitos. Que la vacunación sea voluntaria no significa que se pueda ser tan irresponsable como para pasar de vacunarse, contra la gripe y contra el covid, cuando las autoridades sanitarias están hartas de decirnos que es recomendable, a pesar de no ser obligatorio. Para qué nos sirve la inteligencia que se nos ha dado si después actuamos como idiotas, porque no puedo ver de otro modo el negacionismo. Mucha idiotez, y una desagradable falta de solidaridad, amén de importantes dosis de incultura. No digo yo que no haya que salir a la calle, pero no cuesta nada ponerse una mascarilla si vas a estar en lugares atestados de gente; y para eso no se necesita una regulación, que después nos quejamos de que nos ordenan, pero cuando no lo hacen, pasamos. Así que tenemos a medio país, o más, enfermo, y, después del periodo de incubación, será peor. Los ambulatorios y los hospitales, petados; y lo único que parece importar es cuándo serán las próximas vacaciones, el macroconcierto más cercano, la excusa más variopinta para reunirnos y beber, que se ve que las olas de calor nos dejaron con mucha sed, y así todo… En fin, tenemos un problema, con la polarización política echando humo, con quienes no se atreven a mandar, y quienes están deseando que manden para desobedecer. Y como invitado de última hora, la inteligencia artificial, cuyo mayor peligro es, obviamente, la manipulación poco inteligente de los humanos. Así que qué quieren que les diga, a estas alturas me conformo con un poquito de inteligencia, sea natural o artificial; y, por supuesto, que los contagios se acaben y las infecciones se esfumen, que tenemos que encarar un nuevo año para el que deseo una palabra más armónica y menos inestable que la de polarización.