403. Que no nos roben la ilusión

Por Lola Fernández Burgos

El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene.
Pascal

Foto: Lola Fernández Burgos

Cuando se vive de fondo una dinámica de odios y enfrentamientos, lo mejor es abstraerse y no dejarse llevar por la corriente, ni dejarse manipular en ningún sentido. No puedo imaginar nada peor que andar sin elegir la dirección y el destino; y hay que negarse siempre a ser un elemento sin individualidad, a cambio de pertenecer a un sistema no elegido. La vida es preciosa y nos pertenece por completo, como para perder el tiempo en no vivirla y seguir dictados ajenos. Las ideologías nos pueden manejar externamente; las creencias pueden ser utilizadas con intereses inconfesables; los valores no son inmutables, como no lo son las decisiones que hemos de ir tomando si queremos avanzar sin rigideces ni incomodidades innecesarias. Ya existen muchos problemas y dificultades a los que enfrentarse, como para darle cabida a lo que en verdad sobra: y en un momento dado nos pueden sobrar relaciones, personas, cosas materiales, e incluso espirituales, si me apuran. Puede que la libertad sea la más grande de las mentiras, pero prefiero seguir soñando que es una meta y un camino. Tal vez, sin percibirlo siquiera, somos poco más que marionetas movidas por invisibles hilos que controlan quién sabe quién… Y sin embargo, que no nos roben la ilusión de ser los dueños y señores de nuestras vidas, porque entonces no sé siquiera qué nos queda.

Nadie puede decidir por nosotros, como tampoco podemos elegir los caminos de, por ejemplo, nuestros hijos. Qué cantidad de magníficos proyectos de vida personales quedan frustrados porque los padres escogemos, y no es nada infrecuente por desgracia, lo que tienen que estudiar… Les impedimos algo tan básico como construir su futuro. Nada más y nada menos. Pero nuestra única obligación debiera ser darles los instrumentos precisos para que sean capaces de hacer lo que ellos y ellas quieran, no lo que consideremos e impongamos nosotros, por los motivos que sean, que suelen ser de lo más variopinto: para continuar con una profesión familiar, para satisfacer frustraciones propias, para presumir personalmente de un brillo ajeno por completo, etcétera. Por querer que nuestros hijos e hijas hagan lo que pensamos que es lo mejor, les impedimos triunfar en lo que ellos realmente desean, convirtiéndoles en fracasados. Nadie puede tener tanto poder, ni siquiera los progenitores por haberles traído a este mundo. Porque lo hicimos responsabilizándonos desde ese mismo instante de educarles para ser personas felices, y cada quién ha de poder recorrer los caminos que piense que conducen a dicha felicidad; con el inalienable derecho, además, a equivocarse…