Por Lola Fernández Burgos
Hay que mirar al cielo, cierto, pero sin dejar de moverse a ras del suelo, porque es la mejor forma de que nuestros sueños no nos hagan pegarnos un batacazo. La verdad es que no son buenos tiempos para soñar, pero dichoso quien se atreva a hacerlo sin calibrar resultados. Y en esto que llega el mes de abril, el de las aguas mil, que tal vez por eso será el de preparar los campos para la siembra. Que ya se sabe que lo que se siembra se recoge, así que con tan buen plan no hay que escatimar en esfuerzos para que los proyectos de futuro, y una siembra lo es, no zozobren y se queden en el camino. Salir ahora por los campos circundantes es ver esos preparativos por aquí y por allí, por bancales, por huertas, por trocitos de terreno para cultivar. Aún hay quien quema los rastrojos, que no entiendo por qué, pues los entendidos dicen que es más perjudicial que beneficioso; pero aun así, no es extraño ver, y oler, el fuego que pretende limpiar. Se ven agricultores y tractores removiendo la tierra, prestos los montones de abono para ser esparcidos. Los sistemas de riego por goteo se inspeccionan para que funcionen adecuadamente y para reparar desperfectos. Ya no hay muchos espantapájaros, pero por aquí y por allí puedes detectar diferentes métodos usados para evitar la acción de los pájaros en los brotes tiernos, o de otros animales. Hay un buen montón de inventos para proteger las próximas cosechas, y con sólo fijarse un poquito se pueden descubrir: cedés reconvertidos colgados de un hilo por las ramas, botellas de plástico colocadas invertidas en palos, cintas de obras o de colores, botellas de cristal semienterradas con la boca descubierta, hierbas aromáticas; y hasta cerveza para atraer babosas y caracoles, impidiendo que se acerquen a los cultivos, y parece ser que las cascaras de naranja y de los huevos cumplen parecida función. En fin, imaginativos sistemas para ahuyentar insectos, roedores, o aves, que a veces funcionan y a veces no. Pero que si observas con atención, los ves, y por algo los emplearán las sabias personas que se dedican a la agricultura.
Y al tiempo que notas cómo se movilizan para que en unos meses la tierra dé sus frutos correspondientes, ya es fácil descubrir el verde manto de los cultivos cubrirse de colores por las flores silvestres. Amarillos, rosas, azules, blancos, y el rojo intenso de las amapolas atrayendo el zumbido de los insectos polinizadores, que por desgracia también están en peligro de extinción. Y es que hay que ver qué tristeza, que unos se afanen tanto en mimar la tierra, y otros la destruyan sin miramientos por razones económicas, provocando males ambientales que quizás lleguen a ser irremediables, con nefastas consecuencias para todos. Somos así los humanos, capaces de lo mejor y de lo peor, pero peligrosamente inconscientes en determinados temas que deberían ser sagrados, como el respeto a nuestro planeta, que es que no tenemos otro, y ha de quedar en perfectas condiciones para las generaciones futuras. En fin, en estas cosas suelo pensar cuando paseo por los alrededores de nuestra ciudad, ensimismada y admirando todavía los árboles en flor, aunque los de más temprana floración ya lucen su tierno verde: es el caso de casi todos los almendros, ahora con sus tiernas allozas, aunque por los lugares más fríos todavía visten el campo de color blanco o rosa. Y de vez en cuando me llegan los olores intensos de la tierra, o los de una higuera luciendo sus primeras hojas y frutos, para recordarme que por mucho que los hermosos cielos nos cubran y protejan, no hay que dejar nunca de moverse a ras del suelo, para no perdernos las bellezas terrenales.