466. Y así nos va

Por Lola Fernández Burgos

Desde nuestro origen, los seres humanos hemos creído en magias, supersticiones, idolatrías, fetichismos mil, y todo aquello que nos haya servido para entender lo que nuestra razón no sabe explicar, de un modo más o menos complejo, pero, al fin y al cabo, con una solución que nos tranquilice. No es difícil imaginar el desconcierto, y el temor, de nuestros primeros antepasados antes hechos que hoy aún nos asustan, una tormenta eléctrica, por ejemplo, pero para la que ya tenemos conocimientos suficientes como para no tener que inventarnos dioses que nos protejan: de los rayos, de los truenos, de los relámpagos, de la lluvia, del fuego o la muerte ocasionados por un rayo, etc. Por muy inteligentes que seamos desde siempre, lo que nos permitió sobrevivir en un medio tan hostil con apenas nada, siempre hemos sido criaturas indefensas y desvalidas; teniendo que enfrentarnos a fieras terribles, climas extremos, condiciones para vivir que nada tienen que ver con las viviendas de hoy en día, por fijarnos en algún detalle. Por supuesto que desde el principio dependimos de las personas más fuertes y más inteligentes, aquellas que ejercían un liderazgo natural sin necesidad de pedirlo. Quien proporcionara comida y defensa ante los muchos elementos para aterrorizarse, sin ninguna duda sería el líder de los pequeños grupos de humanos: primero recluidos en cuevas, y siendo capaces de salir de ellas y buscar nuevos rumbos, después. Como hemos leído y visto en películas con un mínimo de cercanía a la realidad tal y como fue, el poder estaría con quien supiera hacer fuego, y cazar, y obtener pieles para abrigarse, y pescar, etcétera. Y aquí se me ocurre que los primeros seres humanos que aprendieran lo básico para la supervivencia, serían aquellos que no se dejaran llevar por el miedo a los elementos naturales, y no necesitaran dioses para entender, sino inteligencia para obtener de la naturaleza lo preciso para la vida en grupo. Si el fuego quemaba, en vez de salir corriendo, idear cómo tenerlo y protegerse con él de las bestias salvajes y otros humanos enemigos, por ejemplo. Eso que parece fácil, es todo un salto cualitativo que nos hizo progresar y llegar hasta hoy. El tema me parece fascinante, y no sé ustedes, pero yo daría mucho por tener una ventana por la que mirar y ver todos esos maravillosos descubrimientos.

Foto: Lola Fernández

Los dioses ayudaron contra el miedo, todavía hoy acudimos a una oración cuando estamos asustados. Todo lo que nuestra especie fue aprendiendo, se nos fue transmitiendo para no extinguirnos. Por eso es tan difícil comprender cómo con toda la sabiduría tradicional, más los hallazgos científicos, el ser humano lleva un camino tan errático, con una progresiva destrucción del planeta en el que habita, que no tenemos otro. Cuando se ve y se conoce el deterioro medioambiental, con unos mares que dan pena, con una fauna y una flora que va desapareciendo día a día, con niveles de contaminación que atentan contra nuestra salud, con más de siete mil millones de humanos viviendo con bastante poco bienestar en general, etc., es imposible no echarse las manos a la cabeza. Nuestra sociedad es inhumana e insensible, con todos, pero muy especialmente con los más débiles: mayores, infancia, animales domésticos… cuando a nivel tribal, nada se defendía más que a ellos precisamente. Actualmente somos mucho menos inteligentes que nuestros primeros antepasados; y además hemos sustituido aquellos primeros dioses por cosas tan peregrinas como el dinero, el poder mal entendido y peor ejercido, la fama del tonto que sale en la televisión y se cree alguien importante. Somos muy tontos, y acabaremos con nosotros mismos, de seguir así; pero no por ello abandonaremos la fe, el bulo, la leyenda, el cuento, la superstición, las creencias… Lo malo es que ahora ya no nos sirven para avanzar, sino que son medios de utilización y manipulación de unos pocos que dominan sobre la inmensa mayoría, dominada y servil. Y lo peor es que ya no hay líderes naturales que nos enseñen el camino a seguir para sobrevivir. Ahora, los líderes son con pies de barro; los jefes, de pacotilla; los caudillos, fascistas; nadie dirige a los grupos sociales pensando en el interés del grupo humano, sino en el suyo propio. En fin, desolador panorama, con un futuro aún más lúgubre. Tenemos lo que en el fondo queremos, porque si no, ya habríamos levantado la voz… Y así nos va.