530. Como una promesa de verano

Por Lola Fernández. 

En estos días postreros de primavera he retomado el caminar por las afueras, por esos campos que tanto me enamoran y que me quitan preocupaciones o penas. Siempre he valorado las pequeñas cosas, pero en este segundo año de pandemia, es casi lo más importante. Voy andando y los árboles se asoman a las orillas del camino, con sus nuevos frutos, aún inmaduros, casi como una promesa de verano. Aquí el olor de la higuera, maravillosa fragancia, con sus pequeños y verdes higos; allí el nogal, con sus preciosos frutos inmaduros, prestos a toda una metamorfosis; enseguida los granados con su renovado y fresco verdor, cuajaditos de flores e incipientes frutos. Andar sin detenerse es muy difícil, porque la naturaleza es, siempre, pero ahora incluso más, un espectáculo de una belleza indescriptible: no hay palabras para expresar la embriaguez de tanto y de tantas maneras. Manzanas, peras, membrillos, ciruelas, racimos de uvas como esbozos de prontas realidades que cuelgan de las parras o se asoman por encima de los muros…; se diría que el campo es una huerta, y los dioses fueran campesinos.

Foto: Lola Fernández

Recuerdo los versos del poeta, se hace camino al andar, y sigo adelante, sin prisas, pero sin pausa. La brisa mueve las ramas, y esparce los olores, que son un perfume ancestral de tierra y agua; no se necesita mucho más para sentirse feliz, especial y única, ante tanto regalo. Y de repente llego hasta una sencilla y asilvestrada planta que me trae la infancia directamente, hasta verme sentada junto a ella siendo una niña. Tiene muchos nombres: mirabilis jalapa, pero comúnmente se la llama dompedro, o dondiego de noche. No se la suele ver mucho en los jardines, porque se reproduce demasiado y se la considera invasiva; pero me parece fascinante, y no es raro verla en las riberas de los caminos. A mis ojos, desde siempre, me parece algo mágico que, en la misma planta, las flores tengan distintos y variados colores; e incluso una misma flor pueda ser multicolor, a la vez, o ir cambiando poco a poco, del amarillo al rosa oscuro, por ejemplo. Pero lo que más me gustaba de pequeña era jugar con sus flores con forma de trompetas, que yo transformaba en paracaídas de colores dándoles la vuelta y haciéndolas girar, colgadas de los hilos de sus estambres. Adoro el perfume de esta planta, que en América llaman maravilla, y me fascina igualmente que sus flores se abran cuando se va el sol, y permanezcan así hasta el amanecer, o también durante el día si está nublado. Hoy domingo nos acostaremos primaverales y de madrugada llegará el verano, con ganas de desplegar todos sus encantos; y en los campos estarán los dompedros para recibirlo como se merece, con aromas y colores de pétalos… ¡No se me ocurre mejor bienvenida!

 

P.D. Feliz verano de espumas y brisa, de flores y frutas, de sol y risas. Nos vemos cuando llegue el otoño…