554. Los límites de la felicidad

Por Lola Fernández. 

Feliz, feliz, lo que se dice feliz, es difícil serlo, por no decir imposible; pero cada quien sabe lo que es sentirse bien, muy bien, tan bien que es algo muy parecido a lo que entendemos por felicidad. A ver, hoy, por ejemplo, que es el día de la madre, no será fácil rebosar bienestar si nos falta la nuestra y no podemos llamarla temprano para felicitarla y reír un rato con ella, eso es así. Son los llamados límites de la felicidad, que, aunque son más imaginarios que reales, suponen un freno absolutamente efectivo. Pero respecto a las limitaciones, lo primero que deberíamos es diferenciar las externas y ajenas de las interiores y, por ello, personales. No tendríamos que permitir que nada que nos sea ajeno logre entrar en nuestra realidad íntima para descolocarnos y proporcionarnos infelicidad. Si nos quita alegría y tranquilidad, no es bueno para nosotros; y antes de que sea tarde, deberíamos ser capaces de desecharlo. Pero, ay, nos rodean tantas cosas y tantas gentes que no aportan nada como no sea negativo…; y, sin embargo, ahí se quedan, oscureciendo la luz, como sombra en el frío, que ya es mala sombra.

Foto: Lola Fernández

Es el primer día de mayo, el mes de las flores, que ya es un modo precioso de ser llamado, y empecé el día paseando y sintiéndome bien rodeada de verdes campos llenos de los colores de las flores. Un lujo para iniciar el día y el mes, con la alegría de una temperatura primaveral espectacular, la misma que da gozo a las aves y llena el paseo de cantos y piares de pájaros tan felices como yo. Ahí en ese punto en que las únicas fronteras posibles son las internas, y no las queremos cerradas y opresivas. En ese estado en que no hay puertas, ni verjas, ni cancelas; tan sólo ventanas abiertas y aire puro y renovado. Hay en una planta silvestre tanto placer encerrado como pueda esconderse en un libro, y sencillamente está a la espera de que nosotros lo disfrutemos. Quién no ha experimentado nunca la magia de soplar una bola de semillas del diente de león, pensando previamente un deseo y con la ilusión de que al dispersarse se cumplirán nuestros sueños. No, no es difícil ser feliz, y feliz de verdad, cuando andamos por nuestros caminos, sin prisas, caprichosamente si así lo queremos, sin que nada ni nadie enturbie nuestros pasos y nos amargue los momentos de dicha. Los ambientes han de mantenerse limpios y plenos de frescura, nada de enrarecidos, porque no hay necesidad de penas añadidas evitables y estériles. La vida es mucha vida para dar cabida a tanta tontería, así que olvidemos fronteras y lindes, límites y confines, siempre que nos sean impuestos sin motivo ni razón alguna de ser. Se está mucho mejor con la paz y la calma que produce sentirse bien con una misma, y nada ni nadie merece el esfuerzo de dar sin recibir, o de entregarse y recoger insatisfacciones y disgustos. Al final, son tan pocos los días que tenemos en realidad para vivirlos plenamente, que la única limitación aceptable ha de ser personal e intransferible, y lo único que hemos de acoger es lo que no nos impida ser mejores personas y nos proporcione bienestar.