564. Zapatitos de tacón

Por Lola Fernández.

Hay un programa radiofónico nocturno que puede escucharse de 1.30 a 4h. de la madrugada, de domingo a jueves, o a través de podcast a la hora y el día que se desee: es El Faro de Mara Torres, en la Cadena Ser, y lo recomiendo encarecidamente, porque me parece de lo mejor que pueda encontrarse en la radio. Y en él hay un apartado llamado Gatopard@, en el que se entrevista a un hombre o una mujer famosos en múltiples y variados ámbitos, con la perfecta particularidad de que, por muy conocidos que sean, no se anuncian previamente, y se entrevistan con un pseudónimo hasta que, mediada la entrevista, se descubre quién es y por qué eligió ser llamado así. Puede parecer una nimiedad, pero creo que es muy interesante acercarte a alguien sin prejuicios subjetivos; de hecho, hay personas que me han sorprendido gratamente, y que, de saber quiénes eran, no los habría escuchado. Son así los juicios previos, que nos hacen inflexibles y por ellos perdemos cosas positivas allí donde de antemano sólo presagiamos negatividad. La cosa, o el caso, es que una de estas noches escuchaba una entrevista con un tal Ajillo, que resultó ser Antonio Carmona, de los Habichuela de Granada, importante familia flamenca que se vio superada en fama cuando dos hermanos y un primo, entre otros, de las generaciones más jóvenes entonces, formaron y triunfaron con Ketama. Supongo que les suena a ustedes aquello de No estamos locos, que sabemos lo que queremos… Durante la conversación con el cantante del grupo mencionado, hoy ya desaparecido, Mara Torres, magnífica periodista, le señalaba que gracias al primer disco, Ketama, ella había conocido un mundo, el del flamenco, que previamente le parecía muy difícil. Y Antonio le recordaba que ya bastante antes, en 1979, Camarón había grabado La leyenda del tiempo, haciendo que los flamencos ortodoxos se rasgasen las vestiduras ante la introducción de nuevos ritmos: guitarras y bajos eléctricos, baterías, flautas, etc.

Foto: Lola Fernández

Los Carmona, aunque de origen granadino, vivían y triunfaron desde Madrid. Pero escuchando dicha entrevista yo pensaba que Mara es claramente más joven que yo, y se movía por la capital madrileña; porque eso que contaba de que, ya en los ochenta, a través de los nuevos flamencos ella había conocido a los clásicos, yo lo viví bastantes años antes en Andalucía, más concretamente en Sevilla. Fue en 1975, o sea, cuatro años antes de que Camarón escandalizara a los de su raza gitana con La leyenda del tiempo, cuando Lole y Manuel grababan Nuevo Día, y dejaban boquiabierto al personal con sus innovaciones poco ortodoxas para los flamencos puristas. Pero es que del mismo año 1975 es El patio, del grupo sevillano Triana, que con su rock sinfónico andaluz cumplía, seguramente sin proponérselo, la misma función de allanar el camino a la juventud hasta el mundo del flamenco de toda la vida. Triana enmudeció cuando muy joven moría en un accidente de tráfico su vocalista y principal compositor, Jesús de la Rosa, que desde su teclado desgranaba preciosas canciones que fueron la banda sonora de unos años de cambio en todos los sentidos, no sólo musicales. Curiosamente, del mismo 1975 es Entre dos aguas, esa rumba flamenca instrumental que Paco de Lucía hizo mundialmente famosa. Y de 1977 era Veneno, nombre del disco y del grupo del que saldrían Kiko Veneno y Pata Negra; o sea, los hermanos Amador, todos ellos considerados también nuevos flamencos. Enrique Morente, de nuestra Graná, fue también, entre otros, un gran renovador del flamenco, y gracias a ellos, más o menos jóvenes, pero todos con ganas de no quedarse encorsetados y traer aires nuevos en ritmos y letras, somos muchos los que antes no entendíamos nada de ese mundo y ahora sabemos disfrutarlo y deleitarnos con él. A pesar de las feroces críticas que recibieron al principio, no se puede negar que fueron savia nueva para un mundo que corría el peligro de quedar relegado a zambras y peñas especializadas de reducido alcance y limitada proyección. Hoy, el flamenco está muy vivo, en sus vertientes de cante y baile, y su futuro está más que asegurado, siendo Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad desde que así lo declaró la UNESCO en el 2010. Siempre que veo a las niñas vestidas de traje de flamenca, con sus faralaes, y sus zapatitos de tacón y pulseras multicolores, siento una gran alegría y se me viene a la mente invariablemente alguna canción de tantas que sin saberlo siquiera se convirtieron en su momento en llaves que abrían nuevas puertas y ventanas para que entraran por ellas aires frescos e innovadores.