581. Eternos insatisfechos

Por Lola Fernández. 

No me gusta el frío, pero tampoco el calor; sé que sin invierno o verano no podría haber primavera y otoño, pero, si pudiera elegir, quisiera un poquito de todo lo bueno que hay en cada estación. No quiero heladas, porque se estropean las plantas; ni quiero sudar como un pollo asado, porque, aparte de feo, es insano. Necesito que llueva, porque el agua es vida y el desierto es para los lagartos; como espero que cada día sin lluvia brille el sol, que el gris es un color monísimo para la moda, pero en el cielo sólo acarrea tristeza. Me gusta que la gente tenga educación y nivel, y aborrezco a quien vive en el insulto y en la caza al diferente. Quiero para mis oídos música de verdad, que no sea pura producción; y que vaya acompañada por textos que no sean un delito contra el buen gusto y el respeto. Como amo leer buena literatura y no libelos que no pasan de basura, con el agravante de que no hay contenedores donde echarlos. Necesito que quienes se llamen amigos míos lo sean de verdad, y no de boquilla, que hablar no cuesta nada, y por la boca muere el pez, amén de que obras son amores y no buenas razones. Tanto me encanta el silencio cuando hay ruido, como necesito algo que lo rompa cuando ya me asfixia; y lo mismo digo respecto a la soledad y la compañía: nada más maravilloso que estar sola cuando apetece, o dejar de estarlo cuando puede disfrutarse una buena compañía.

Foto: Lola Fernández

Me disgusta profundamente que alguien que se llama amante de los animales, tenga todo el santo día encerrado a su perro completamente solo y ladrando como un poseso; y también a quien cuida a su mascota como si se tratara de un ser humano que deba comer en su mesa y dormir en su cama… ¿es tan difícil tratar bien a un animal, sin que sufra por abandono o por exceso de atención? Y nada me parece más ridículo que los padres que invitan a sus bebés, e hijos algo más mayores, a hacer ante los demás todas las gracias habidas y por haber que conocen; como es de vergüenza ajena escuchar a alguien hablando de sus muchas bondades y de lo listo que es, como si no tuviera abuela. Estamos muy mal en esta sociedad, siempre con problemas y sin soluciones, como si nunca hubiéramos aprendido matemáticas y nos hubieran enseñado que todo se puede resolver actuando con cabeza y un poco de corazón. Todo lo que depende de nosotros mismos, desde luego; porque si no, lo mejor será dejar de ver cuestiones inseguras, y hallar la certeza en otros lares, dejando que todo aquello que no podemos arreglar deje de atormentarnos. Si no es nuestra responsabilidad, no nos castiguemos encima, porque es que no sirve de nada, y además es malo para la salud; mejor movernos en coordenadas de seguridad y un bienestar, aunque sea básico, que aspirar a la luna y a un mundo utópico de felicidad general. Eternos insatisfechos, sí, pero con la capacidad de inventarnos día a día la vida, y no a lo grande y con brillos de estrella, sino a nuestra justa medida: pequeños, ínfimos casi, o gigantes, según el momento, las circunstancias y la talla que demos. Después de todo, seguramente no hay mayor sabiduría que la de un gato que reposa debajo de un almendro, aspirando el olor de las flores y sin perderse un detalle de lo que a su alrededor ocurra.