590. Una tarde de tormenta

Por Lola Fernández.

Dicen que vienen calores, intensos calores que estoy segura de que nos harán añorar estos días de auténtica primavera. Hemos tenido hasta lluvia, días y noches de lluvia de la de verdad, no las cuatro gotas de barro de tantas y tantas veces; incluso tuvimos, y temimos, tormentas eléctricas, que mira que me dan miedo los truenos, los rayos, los relámpagos y todo ese aparato eléctrico que anuncia su llegada entre vientos, se acerca tal y como prometía, y tarda en irse siempre más de lo deseado. Puf, vi una imagen de un almendro al que le cayó un rayo estos días pasados, en un campo cercano, y desde luego que entendí en toda su extensión lo malévolo de la expresión que te parta un rayo, porque el estropicio no es que fuera potente, sino lo siguiente. Todavía, si la tormenta te pilla por la noche en la cama, no tienes más que esconder la cabeza bajo las sábanas y cerrar los ojos para no ver la luz que ilumina la oscuridad nocturna, pero si hablamos de una tarde de tormenta, ay, eso sí que da canguelo cuando te asusta, y ahí no sabes qué hacer, como no sea apagar todo lo que esté enchufado, como la televisión, o el mismo móvil. Leí una vez que cuando hay tormenta eléctrica no se ha de contestar al teléfono, ni escuchar la radio, porque por ahí puede entrar un rayo…; ya sé que no hay que leer en Internet nada sobre algo que se tema, pero es como una tentación, y a veces más que quitarte miedos, los intensifica, seguro que saben de qué les hablo.

Foto: Lola Fernández

La cosa es que hay tempestades que no vienen montadas en el viento a través de los cielos, y son igualmente causa de espanto; así veo el panorama político en este justo momento, en que después de unas elecciones, se nos ha convocado a otras, en pleno verano y sin esperarlas. Y no es que sea especialmente temible acercarse a las urnas y depositar el voto, da igual que sea en julio, porque no es cuestión de calor; lo peor es seguir en modo campaña electoral, con los partidos cada uno con su historia, y con encuestas para todos los gustos, generalmente abriendo vías de opinión más que reflejando opiniones del electorado. Muchas veces pienso qué pintamos quienes votamos, si se pasan meses antes de hacerlo contándonos los hipotéticos resultados; pareciera que a los políticos les sobra y les basta con sus cábalas, y es como si la ciudadanía estuviera de más, cuando es realmente la única que importa. Aburre y da más miedo que un trueno la lucha por un puesto en las listas, y a veces saber quién va en ellas es peor que un relámpago cegador, porque te obliga a cambiar la intención de tu voto cuando no estás dispuesta a votar una lista que incluya a alguien a quien aborreces políticamente. Este juego de integrar a quien se quedó fuera, de subir o bajar como premio, de excluir como castigo, y todos esos vergonzosos movimientos de fidelidades, traiciones, pago de favores, venganzas y demás, me parece tan hostil como un repentino aguacero que nos moja hasta calarnos los huesos. Así que a ver si llega pronto, y pasa, la nueva cita electoral, que seguramente entonces será como que de verdad llega el verano, con vacaciones sin obligaciones, y con esporádicas lluvias estivales sin electricidad ninguna. Después, todos los adversarios políticos se sentirán vencedores, como ocurre generalmente, y si no les gustan los resultados, porque no tengan nada que ver con las previsiones de sus encuestas, no duden que empezarán a preparar más elecciones, con la ilusión de que en las próximas se cumplan satisfactoriamente sus deseos partidistas. Si es que al final voy a preferir una tarde de tormenta que acalle el ruido que enturbia nuestra convivencia, quién me lo iba a decir.