665. La canción de las ballenas

Por Lola Fernández.

Sabía que a las ballenas les gusta mucho cantar, seguramente las habrán escuchado en alguna grabación de quienes se dedican a su estudio; de lo que me enteré hace poco es de que cantan una canción hasta aburrirse, y entonces pasan a inventarse otra melodía: sabios mamíferos, no como otros. La cosa es que cuando supe de esta peculiaridad suya no pude sino pensar en que hace ya tiempo que en nuestra realidad más cercana hay una imperiosa necesidad de cambiar de canto, porque no es sólo aburrimiento, es, especialmente, tedio y aborrecimiento. Claro que las ballenas son animales muy inteligentes, comparables a los primates, pero los humanos no nos quedamos atrás; entonces, ¿por qué podemos llegar a parecer tan ignorantes e inconscientes? La actualidad de nuestro país me desagrada demasiado, por la degradación de valores y educación que denota. Existe un ambiente de bajeza y envilecimiento que tira para atrás, y que de ningún modo es simétrico atendiendo a las ideologías contrarias. Hay unos que son muy maleducados y se ensañan como perros rabiosos, y otros que por educación no entran al trapo, siendo claras víctimas de un acoso con múltiples manifestaciones, mediáticas a la cabeza. No es de recibo que desde las instituciones se insulte gravemente y se persiga a representantes legítimos de la ciudadanía, y, aunque estoy de acuerdo en la no respuesta con la misma falta de decencia cívica, el caso es que los malos gritan mucho y enturbian el clima general de convivencia. Está claro que se precisa de una nueva melodía, con notas menos discordantes, para que todos y todas podamos respirar tranquilidad. Por más nerviosillos que se pongan algunos, las reglas y normas están muy bien definidas, y no por mucho despotricar van a lograr cambiarlas.

Foto: Lola Fernández

Quien insulta, pretendiendo agredir al destinatario de sus injurias, sólo se retrata y deja ver sus coordenadas personales, su miseria moral. No por mucho repetir como un mantra una mentira y mil bulos, se van a convertir en verdad. Un mentiroso es tan despreciable como un ladrón y un envidioso: mentira, robo y envidia son una tríada definitoria de personas que tienen un feo interior que no vale para nada. Sólo les pediría que cambien de canción, que están ya muy vistos, y, de paso, que se fijen en la sabia naturaleza, que muta y se transforma continuamente, aunque ante los ojos poco observadores parezca que todo sigue igual. Me basta andar temprano por la orilla del mar, siguiendo en la arena el rastro que ha dejado la marea nocturna tras retirarse las aguas que por la noche subieron de nivel, y el paisaje arenoso siempre es diferente, variado y bello, compuesto de piedras y caracolas que el vaivén de las olas fue colocando como notas de una partitura inédita con la que entonar melodías de nueva vida. Puede que algunos sólo paseen pisando sin mirar, tampoco pasa nada, si al menos disfrutan del resto de sus sentidos y huelen y escuchan y se relajan. Mientras, la marea volverá a subir y la arena será otra vez un lienzo en blanco para imágenes renovadas con fresca y desconocida música. Cuánto me gustaría que tal renovación se trasladara a nuestro día a día, dejando atrás enfrentamientos y manipulaciones que sólo consiguen, lo persigan o no, caldear los ánimos irresponsablemente.