510. Annus horribilis

Por Lola Fernández.

A la hora de titular el último artículo de 2020, iba a llamarlo El peor año de nuestras vidas; pero me ha parecido, aparte de algo cinematográfico, cargado de presunción sobre lo general. En todo caso, y a nivel particular, este ha sido el peor año de mi vida; y me queda ante ello la casi plena seguridad de que sólo cabe mejorar, porque peor, imposible. Nada hacía presagiar, allá por el mes de diciembre anterior a este, que un maldito virus iba a trastocar todo y de una manera tan radical. Hoy, nada es igual. Por supuesto que lo peor son los miles y miles y miles de muertos: casi dos millones a nivel mundial, que se dice pronto. Lo malo de las cifras es que detrás de ellas hay mucho sufrimiento, dolor y llanto; personas que han muerto solas, por ni hablar de aquellas a quienes se ha dejado morir. Es que ni me quiero detener en algo que me provoca vergüenza, cuando he descubierto lo inhumano que es el llamado ser humano. Junto a la grandeza de quien se juega la vida por salvar otras, la bajeza de los negacionistas, que no dudan en tirar por tierra la labor de tanta gente buena, arriesgándose y sembrando riesgos para todos. No puedo imaginar nadie más despreciable ahora mismo, que quienes se niegan a algo tan sencillo como guardar la distancia social, usar mascarilla y lavarse las manos. Algo tan asequible, y, sin embargo, tan despreciado por quien sólo me parece gentuza.

Foto: Lola Fernández

Por la Alameda es una sección llamada así para referirse a un paseo virtual, porque pasear tiene algo de recreo. Y cuando todo es tan feo, una siente la necesidad de salir de casa, ahora que ya se puede, o que se puede todavía. Así que me voy a dar un paseo de verdad, real, por los alrededores de la ciudad, o del pueblo, o de lo que quiera que sea esta Baza nuestra. Y lo que me encuentro cuando salgo es la vida y la naturaleza, con las actividades cotidianas que dan un sentido a tanto sinsentido. Juegan los pájaros piando de rama en rama, detienen su vuelo en los árboles desnudos con las pocas frutas secas que ahí quedan, o con los frutos que les sirven para alimentarse mientras pasan las horas de estos días más cortos y fríos. Gorriones, mirlos, urracas, palomas, se les ve felices volando de los árboles a las tierras sembradas no hace mucho, que ya verdean. Hay higos secos, o nueces más secas todavía, como notas olvidadas; y las ramas sin hojas se visten de colores, con manzanas, o caquis, o membrillos que nadie cogerá. Y entre el regocijo de las aves, el ruido de los jornaleros recogiendo la aceituna, aprovechando que brilla el sol, aunque hace bastante frío. Vuelvo la curva del camino y me encuentro una escena que parece directamente sacada de un cuadro de Jules Breton: es el momento de descansar en la labor de recogida y unas muchachas con pañuelos en la cabeza reposan recostadas sobre mantas tendidas en la tierra en medio del campo, entre charlas y risas. Bajo los olivos, un mar de mallas negras para recoger el preciado fruto: esas aceitunas negras que caen al ser sacudidas las ramas por las varas. Tan sólo una nota discordante me hace ver que no es el pasado, que estamos en el aquí y ahora: un vareador eléctrico, que se complementa con una vara natural, como toda la vida. Después queda recoger la oliva y limpiarla. Hay métodos mecanizados de recolección, pero yo me encuentro con los grupos familiares que repiten lo que se viene haciendo en el campo desde hace siglos. Sigo mi camino y me cruzo con algún tractor cargado de aceitunas, seguramente camino de la almazara para cambiarlas por aceite; no sé si de las propias aceitunas o de otras, porque hasta en esto las tradiciones están cambiando. Y de repente me veo abstraída en el paseo, sin recordar nada que me perturbe en ningún sentido; y me doy cuenta de que aún hay muchas cosas maravillosas, que hacen que lo malo y lo feo se olvide, y que sigamos teniendo ganas de seguir, y de hacerlo con ilusión. No sé qué nos deparará la vida en este nuevo año que vamos a empezar; pero sea como sea, les deseo lo mejor, junto a los suyos. Y que no nos robe nada ni nadie la poca inocencia que nos va quedando.