Por Lola Fernández.
Ahora que un tarado se va a poner al frente de la política internacional, influyendo en la economía mundial, pienso, mientras interiormente me digo que Zeus nos coja confesados, en esas cápsulas del sueño que se ven en las películas de ciencia ficción, en las que se puede dormir durante meses, años incluso, dada la larga duración de los viajes interestelares. Siento la tentación de meterme en una de ellas y programar la salida para cuando los locos no sean los directores del curso de nuestras existencias, pues poca armonía puede esperarse, y sí que todo vaya a peor: hay decisiones, aunque sean tomadas por una inmensa mayoría, que sólo consiguen que el mundo sea más feo y deplorable. Es mucha la impotencia ante el panorama, internacional y patrio, que le dicen; en tal grado aborrecible el curso de tantas cosas, que una quisiera una oportunidad de renovación total, pero no de volver hacia atrás, sino de empezar de nuevo, pero bien, si eso fuera posible. Mirar al pasado es algo que no me va, por mucho que hubiera cosas que se puedan añorar, pero también es muy difícil mirar hacia adelante cuando el presente es casi como un campo de minas. No es difícil entender la desazón de millones de personas en el mundo, ni el grado de problemas relacionados con la salud mental; la depresión y la ansiedad crecen tan deprisa que asustan los datos de su presencia entre la gente, y si atendemos al suicidio y los porcentajes de personas que prefieren quitarse la vida a vivir, el susto se convierte en terror.

No vamos bien, y las expectativas de cambio no son muy esperanzadoras. Me gustaba más cuando la mentira exigía una posterior y pronta rectificación, no como ahora, que es la norma; cuando se acogía con los brazos abiertos a las personas que llamaban desesperadas a las puertas de las fronteras vecinas, no como ahora, que se mira a otro lado y colorín colorado; cuando el talento era la llave del éxito, y no como ahora, el medrar y pisar al otro. Prefiero mil veces una juventud peleona y rebelde, que una que da su primer voto a los ultras y se jacta de ser machista y racista; una sociedad asequible para todos, no una en la que disfrutan mucho unos pocos y sufren demasiado muchísimos más; unas condiciones de vida en que tener un trabajo que permita comprar una vivienda y esbozar con visos de realidad proyectos vitales de crecimiento no sea una quimera. No vamos bien, desde luego, pero es que todo parece apuntar a que vamos a ir mucho peor: se habla y habla del cambio climático, pero no se hace nada al respecto, o se hace tan poco que es muy difícil que no se entiendan sucesos como la dana en tierras valencianas, o los incendios forestales en Los Ángeles, o las inundaciones en Europa. La prevención es un bonito concepto, pero absolutamente inútil si no se ejecuta en acciones concretas a nivel mundial, y de poco sirve tener una información cada vez más completa de las consecuencias de contribuir a diario al crecimiento del efecto invernadero y el calentamiento global, si no se hace nada para parar esta huida hacia adelante. No tiene nada de raro pensar en esas cápsulas del sueño y, si no fuera descabellado y de ciencia ficción, programarlas para el sueño eterno, al menos para meter en ellas a los dirigentes demenciales que juegan a divertirse poniendo en peligro la pervivencia del planeta y sus habitantes.