644. De viaje

Por Lola Fernández. 

Ahora que he enviado simbólicamente a un montón de mentecatos a dormir el sueño de los necios en un viaje sideral de sólo ida, siento que nuestro mundo se ha librado del yugo de quienes aprovechan el poder para hacer el mal, aunque sé que no habría naves para tanto idiota. A pesar de ser solamente una liberación imaginaria, qué bien sienta mandar a paseo a quienes nos llenan los días de preocupaciones y tristezas; la vida es demasiado corta para dejar que nuestro aire se enrarezca, y todo lo que contamina debería ser eliminado sin más contemplaciones. Barrido el mundo de déspotas varios, nos queda un espléndido panorama para dedicarnos a lo que más nos guste, sin echar cuentas a nada que nos desagrade, y prestando atención a lo que nos alegre la existencia. Una de las cosas que más nos suele gustar es viajar, y si no lo hacemos con mayor frecuencia es por cuestiones económicas y de disponibilidad. Cuando a alguien le toca el gordo o cualquier otro premio de mucho dinero, entre los deseos que expresa querer hacer realidad, casoplón y cochazo aparte, siempre está el de viajar. Los viajes forman parte del ADN humano y fueron y son imprescindibles en la idiosincrasia de todos los pueblos que, cultura a cultura, han determinado lo que hoy somos; si nuestros ancestros no hubieran salido del abrigo de las cavernas, el arte se habría quedado en rupestre, y no me negarán que entonces habríamos perdido demasiado.

Foto: Lola Fernández

Me voy de viaje, decimos cuando lo vamos a hacer, y hay en esa expresión bastante de ilusión y de esa satisfacción que supone llegar al momento de realizar algo previsto y preparado para hacernos felices. Da igual el destino, el momento, la duración, lo realmente importante es empezar un proyecto personal ideado con anterioridad para lograr una serie de objetivos de lo más variopintos. Se viaja para conocer y descubrir lugares nuevos, pero también para regresar a sitios ya conocidos que nos encantan; para asistir a algún evento que nos parece imprescindible, sea un concierto, una exposición temporal, un encuentro con familiares o amigos. Se viaja por el placer de hacer el camino, por tierra, mar o aire, aunque a veces priorizamos llegar al destino sin preocuparnos lo más mínimo por el trayecto de ida y vuelta. Me voy de viaje, decimos, y es como si abriéramos paréntesis en relaciones, y marcáramos pausas en lo cotidiano. Cuando te vas, antes de cerrar la puerta, siempre hay esa última mirada a lo que vamos a dejar atrás, y tal vez un fugaz pensamiento acerca de si volveremos, o lo que vemos será lo que vean quienes se queden sin nosotros para siempre. Por eso, tal vez por eso, es que después de un viaje, por muy bonito que haya sido y por muy bien que lo hayamos pasado, abrir la puerta de casa y encontrarnos todo tal y como lo dejamos nos proporciona una íntima e indescifrable satisfacción, no siendo raro que digamos en voz alta eso de como en casa, en ningún sitio… aunque lo más curioso es que no tardaremos demasiado en empezar a idear un nuevo viaje, nuevamente ilusionados, sintiendo que necesitamos urgentemente irnos, más o menos lejos, pero dejando distancia con lo que tenemos. Somos así de contradictorios y complejos, humanos al fin, con una combinación de sedentarismo y nomadismo que parece latir en nuestros corazones, como elementos esenciales del instinto de supervivencia.